La actualidad del Rojo no puede dejar de detenerse en la
triste noticia de la muerte de Tomás Rolan, un defensor brillante ligado a los
títulos de los 60.
Fue esta semana, mientras diluviaba. Dos periodistas, de
inocultable corazón Rojo, sentados en un bar-restaurant frente a la plaza
Alsina, en Avellaneda, estaban a punto de levantar campamento cuando, por algún
motivo insustancial, uno le hizo al otro la pregunta de los chicos: “para vos,
de lo que viste, ¿cuáles serían los jugadores que armarían el mejor
Independiente?”. Mientras uno cuando llegó al lateral izquierdo dijo Pavoni, el
otro, sin dudarlo, se jugó por el Negro Rolan. Y además, metió al temido Hacha
Bravo Navarro como número 2, haciendo honor a una dupla memorable. Y el primero
pidió disculpas respecto del Negro, que no era una omisión sino simplemente el
peso legendario de Pavoni, otro uruguayo.
A 4 días de cumplir 78 años (el lunes 13 de enero), Tomás El
Negro Rolan se murió en el Hospital Fiorito, a pocas cuadras de ese estadio en
el que protagonizó jornadas memorables para aquellos hinchas rojos que vivieron
el amanecer de la mística copera, un orgullo que este año cumple medio siglo y
que no podrá contar con el Negro para el festejo.
Rolan fue un marcador de punta izquierdo, tan duro como
exquisito, que salía jugando, acompañaba los ataques y no escatimaba recursos a
la hora de aplicar la máxima futbolera “la pelota o el hombre”. Había llegado a
Independiente a comienzos de 1960 proveniente de Danubio de Montevideo, junto
con otros dos compatriotas, Alcides Silveyra y Vladas Douksas y debutó en la
primera fecha del campeonato de 1960 ante Argentinos Juniors, marcando el
primero de sus 21 goles en el club de Avellaneda en un partido que terminó 3 a
3, ante uno de los mejores equipos de la historia del Bicho, que terminaría
segundo, detrás de Independiente, que en ese año volvió a ser campeón después
de 12 años.
Con apenas 10 partidos en primera y con motivo del partido
que el Rojo le ganó a Boca en la Bombonera por 1 a 0, el implacable y mordaz
Pepe Peña (papá del recordado Fernando Peña) más que describir su actuación en
El Gráfico estaba definiendo un tipo de jugador: “marca bien. Encima. No da
ninguna clase de ventajas. En algunas ocasiones sale jugando muy bien la
pelota. Esto es importante por lo siguiente: muchos defensores cuando pueden
salen jugando o lo intentan. Este número 3 de Independiente sale jugando en
cuánto puede. Y precisa muy poco”. Claro que Peña también se detenía en como
empleaba la fuerza (“también es muy brusco”), pero terminaba asegurando, con la
parquedad de aquél El Grafico de la era Panzeri, que era “una buena
adquisición”.
Y fue tan buena que esas virtudes se potenciaron aún más con
el correr de los partidos, a medida que su juego se soltaba y su personalidad
empezaba a pesar aún jugando desde esa posición donde el fútbol argentino vive
lamentando prolongadas vacancias de calidad. El Negro Rolan terminó ese primer año
campeón y sabiendo que había constituido una dupla granítica junto con Hacha
Bravo Navarro (fallecido en julio de 2003), que se ganó un lugar en la
historia, pero en la historia más recordada del club.
Porque después llegó el campeonato de 1963, la Copa
Libertadores de 1964 y en pleno surgimiento del Rey de Copas una rotura de
ligamentos de la rodilla izquierda en la primera final ante el Inter por la
Intercontinental (una lesión siempre grave, pero impensable hoy de provocar el
abandono de un jugador) fue el comienzo del final de su carrera en el club, que
no obstante esta situación llegó recién en noviembre de 1966, cuando ya su
compatriota, el Chivo Pavoni, era el irremplazable marcador de punta por
izquierda.
Fueron 156 partidos en el Rojo, en los que convirtió 21
goles (en el 63 llegó a ser tercer goleador del equipo con 6 tantos), dos
campeonatos de primera y dos Libertadores, para un jugador que adoptó a
Avellaneda como su lugar, sin olvidarse de su Rocha natal y de su origen
humilde, como tampoco de que lo habían llevado a Danubio como delantero, hasta
que alguien le encontró su otro lugar, en este caso en la cancha, marcando
punta y sin dejarse fagocitar por la raya, desde donde siempre intentaba salir
jugando. Prestancia, calidad, temperamento, remate potente (generalmente
después de enganchar hacia adentro tras mandarse como si fuera un puntero), El
Negro Rolan fue el lado izquierdo de un paredón que armaron con Hacha Brava
Navarro, en el que el uruguayo hizo el aporte de su clase futbolera para terminar
de levantar esa construcción que tanto aportó a ese Rojo de la Mística y de las
Copas.
Aquella charla entre periodistas resultó ser un impensado
reconocimiento para un jugador inolvidable. Aunque todo haya surgido de una
pregunta casi de chicos. De chicos que hoy están tristes.
Fuente: 11wsports
Publicó La Caldera del Diablo
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.