Por Eduardo Verona
Las victorias a veces instalan verdades que no son tales.
Independiente derrotó a Colón 4-1 y a Banfield 3-1, pero el equipo, más allá de
algunas ráfagas, jugó mal. Mauricio Pellegrino, muy subordinado a los planteos
de los rivales, siempre duda entre la cautela y la iniciativa. Esa indefinición
atenta contra sus posibilidades.
En un poema escrito en 1895 por Joseph Rudyard Kipling
(nació en Bombay, India, en 1865 y murió en Londres en 1936) titulado
"Sí", el poeta y novelista que conquistó el Premio Nobel de
Literatura en 1907, planteaba "encontrarse con el triunfo y la derrota y
tratar a esos dos impostores de la misma manera".
Aplicado al fútbol, nadie desconoce que la derrota conmueve.
Desestabiliza. Perturba. Genera desconfianzas, inseguridades, urgencias y suele
provocar un tembladeral que, entre otras cosas, se lleva puesto al entrenador.
La derrota, en definitiva, es un viejo impostor que modifica abruptamente los
juicios de valor de las audiencias o del ambiente en general. Destruye hasta lo
que un par de horas antes se calificaba como positivo.
¿Y el triunfo? Es en muchas oportunidades (más de las
imaginadas) otro viejo impostor. Aquel que gana se la cree. Y se confunde. Se
ve mejor de lo que es. Porque pretende encontrarle virtudes ocultas a la
victoria que conquistó. Cuando quizás esa victoria no se produjo por una gran
suma de virtudes, sino por las circunstancias siempre inmanejables que perduran
en el fútbol de ayer y de hoy.
Por ejemplo, Independiente ganó los dos últimos partidos por
4-1 ante Colón y 3-1 frente a Banfield. ¿Pero jugó bien Independiente? No, de
ninguna manera. Convirtió 7 goles, le anotaron 2 y sin embargo sus producciones
fueron claramente deficitarias. No manejó los desarrollos con autoridad. No
hizo pie en el medio, a pesar de sumar volantes con mayor o menor vocación de
ataque para controlar la zona.
Es que no es una cuestión de poner a más jugadores o menos
jugadores en el mediocampo para establecer una superioridad estratégica, como
parece suponer el técnico Mauricio Pellegrino, siempre demasiado subordinado a
lo que puede ofrecer el adversario de turno. Esa subordinación, más temprano
que tarde se paga caro.
La auténtica superioridad se nutre del funcionamiento
propio. Y no de sacar delanteros para meter otro volante, como lo hizo
Pellegrino en el cruce ante Banfield, dejando de arranque a Germán Denis en el
banco. Tampoco es cuestión de acomodar al equipo según si juega de local o de
visitante. Eso tiene un sello que no puede ocultarse: debilidad. Y la debilidad
siempre es compatible con el miedo. Caminan juntas. Se retroalimentan.
Transmitir miedo en el fútbol y en cualquier otra actividad
condiciona todas las respuestas y todas las actitudes del presente y del futuro
inmediato. Porque genera dudas. Porque no confirma el potencial que se dispone.
Porque el rival termina olfateando esas flaquezas que en la cancha tienen un
contenido muy evidente: no asumir el rol de principal protagonista. Esperar.
Retroceder. Y agrandar al que está enfrente que se siente más agresivo y
determinado de lo que en realidad es.
Independiente viene transitando por esos senderos de gran
incertidumbre. Y se equivoca. Como se equivocan todos los equipos que dependen
de los rendimientos, los planteos y los aciertos ajenos. Los 6 puntos que
cosechó el Rojo en las últimas dos presentaciones no deberían precipitarlo a
las lecturas triunfalistas. No siempre el que gana tiene la sartén por el
mango. A veces es pan para hoy y hambre para mañana.
La mejor convicción, a pesar de los miedos que quitan
soltura y del tacticismo de los entrenadores que interpretan que ellos son más
importantes que los jugadores, sigue siendo jugar bien conservando la
iniciativa con y sin la pelota. Resignando o perdiendo la iniciativa, como
durante largos pasajes lo viene haciendo Independiente, es imposible jugar
bien, aunque anote goles.
Los problemas de funcionamiento del equipo que conduce
Pellegrino son, en gran medida, consecuencia directa de no afrontar la
responsabilidad de tomar la iniciativa desde el mismo arranque de los partidos.
Y cuando retrocede más de lo que presiona en el medio o en campo adversario
para recuperar la pelota (como le ocurrió en el segundo tiempo ante Colón y en
la primera etapa contra Banfield, por citar apenas dos ejemplos recientes),
está más cerca del abismo que de la superación. Sin embargo comete ese error
una y otra vez.
Sosteníamos que la derrota conmueve y desestabiliza y el
triunfo, como buen impostor, quizás confunde. Independiente, su técnico y el
plantel, tienen que hacer esfuerzos para no confundirse. Porque la realidad es
que está jugando mal el equipo. Y la está pifiando Pellegrino con los
permanentes cambios de sistemas y de intérpretes. Darse cuenta sería un buen
punto de partida.
En versión libre, Joseph Rudyard Kipling lo aprobaría.
Fuente Diario Popular
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