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martes, 7 de agosto de 2012

Un relato de rrrojo 05 - Avenida Alvear, en Caseros


Ilustró rrrojo


Avenida Alvear, en Caseros.

Barrio duro que se disputan Estudiantes de Buenos Aires y Almagro.

Una tarde de Agosto como para tomar mate y darle a las tortas fritas.

O para cucharita, los ganadores.

Y mientras caminaba por la avenida los recuerdos se precipitaban.

Caseros siempre fue barrio con el cuál, desde pibe, uno no quería jugar a la pelota.

Porque si ganabas no sabias si salías.

Desde Santos Lugares caminábamos cruzando las vías del ferrocarril  San Martín y atravesando el barrio ferroviario, las escasas quince cuadras hasta la cancha de Almagro, para ver inolvidables partidos protagonizados muchas veces por amigos que se habían ido a probar a Almagro y quedaron.

Para hacer lo que hoy dicen el aguante y decíamos entonces cinchar.

Caseros era para nosotros hostil.

Para colmo los del Italiano Uniti nos tenían junados y para bailar con una piba de allí, tenías que presentar documentos, certificado de antivariólica y buco dental.

Nos vengábamos cuando venían a nuestro territorio.

Hoy el día gris no alcanzaba para disimular el recuerdo del arquero del barrrio que no fue, o del centroforward que no murió al amanecer pero quedó en el anonimato, con los que compartimos sueños, vermuts en Institución Sarmiento y muchas confidencias.

Y la película, en blanco y negro se repetía una y otra vez.

Hasta en algún momento parecía aspirar el aroma de glicinas, cosa imposible para esta época de invierno, o para esta actualidad nauseabunda en que transcurren nuestros días.


Cambió Caseros. Cambió Avenida Alvear.


Un auto nuevito frenó, dejándome la prioridad del peatón.

El de atrás, venia distraído y su auto tocó el paragolpes del que frenó para que Yo cruzara.

Miré al conductor para agradecerle, y ví a un muchachito con cara triste, que devolvió mi saludo formalmente, pero casi en el límite en el que una lágrima te botonéa.

Cambio el semáforo a celeste y el pibe arrancó, estacionando a la media cuadra, pasando Avenida Mitre.

Llegué para verlo, fuera del auto mirando el paragolpes deteriorado.


Del retrovisor colgaba un escudito del Rojo de Avellaneda.


Entré al negocio de Luisito y después de los abrazos me sirvió un café.

Mientras le contaba lo que me había ocurrido, sonó la campanita del local

Era el pibe, que entró a pedir presupuesto justo cuando Yo puteaba el café instantáneo con el que me invitó Luis.


El auto era del viejo y debía devolverlo entero. A la noche.


Luisito no me dio más bola y se puso a trabajar.


Le dijo a su hija Joana que me prepara otro café, invitación que decliné en defensa propía.


El pibe respiraba aliviado.


Mientras  Luisito dejaba todo como tiene que estar.


Un artista.


Un Amigo.



Volví a casa intentando recuperar la realidad.


Pero el recuerdo de Luisito trabajando esmeradamente y la cara del pibe agradecido me hacían temblar los postes y el travesaño.


Y otra vez el aroma de las glicinas.

Quería volver a la realidad. La que nos hace poner esa piel dura para resistir en el convivir actual.


La que trata de sacar provecho de cada circunstancia favorable por qué si no te acuestan.


Pero no pude.





Fuente Independiente de Paladar Negro blogspot.






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