Vistas de página en total

viernes, 21 de junio de 2013

Independiente, otro país





Por Sergio Sinay |  Para LA NACION
   

Mi padre era hincha de Independiente. Mi hermano Horacio y yo, de River.

En casa a todos, está dicho, nos gustó el buen fútbol.

Mi padre recitaba de memoria equipos del rojo que él había visto jugar. Canaveri, Lalín, Ravaschino, Seoane y Orsi, la delantera que dio origen al mote de Diablos Rojos. Micheli, Cecconato, Bonelli, Grillo y Cruz (para ese entonces sus hijos ya existíamos).

Yo, figuritas en mano, le respondía con Vernazza, Prado, Walter Gómez, Labruna y Loustau.

Él vio jugar a De la Mata y a Erico, y lo contaba.

El sábado 15 de junio mi padre no vio descender al Rojo. Se había despedido el 31 de mayo de 1999.

Hubiera sufrido. Pero estoy seguro de que también hubiera sentido orgullo por el modo en el que Independiente cayó. Habría usado, me animo a afirmarlo, la palabra caballeros. 

Descendieron como caballeros. Con dolor, sin avergonzarse del llanto, con entereza.

Nadie rompió nada, no ardió Avellaneda.

Ni la cobardía, ni la violencia patotera, ni la amenaza irracional, ni la vendetta estúpida ensuciaron la historia y la honra del club.

Independiente descendió como a mí me hubiera gustado que lo hiciera River cuando un coctel de corrupción, negligencia e ineficiencia mortal lo envió a la B.

Un país posible, en el que se admite perder, en el que no se cargan las culpas sobre otros, en el que el dolor puede transcurrir serenamente

Hace dos años, cuando eso ocurrió, escribí una columna que se tituló "River, un país". Comparé el proceso que había hundido a mi equipo con el que ya estaba devastando a la Argentina. Corrupción creciente, manejos espurios, mentira, ventajismo, autoritarismo, irresponsabilidad galopante (nadie se hizo cargo de nada, los que están siguen sin hacerse cargo de su parte). Y violencia. Verbal y física. La propia hinchada dividida en un cisma trágico, con muertes y negocios sucios de por medio. Imposibilidad de diálogo. Por ahora River volvió, pero sólo futbolísticamente. En lo demás, no.

Me hago cargo de la tristeza que mi viejo no está aquí para portar. Y me doy cuenta de que es sólo tristeza.

No vergüenza. No encontré vergüenza en los hinchas rojos. 

Mi padre no la hubiera sentido. Acaso menos numeroso que el de River, Independiente es también un país. Un país posible, en el que se admite perder, en el que no se cargan las culpas sobre otros, en el que el dolor puede transcurrir serenamente, en el que no se prometen rabiosas venganzas, en el que se aplaude a quienes se esforzaron y se admite que no solamente vale ganar, y mucho menos a cualquier precio. Y menos que menos con aprietes a la Justicia (nadie entró al vestuario del juez Silvio Trucco en el entretiempo, como unos patoteros allegados a la dirigencia riverplatense lo hicieron entonces en el de Sergio Pezzotta, y nadie habló siquiera del juez que, como debe ser, hizo su trabajo y quedó inadvertido).

No hubo histerias ni sobreactuaciones. No murió nadie y a nadie se prometió matar. Jugadores e hinchas se miraron a los ojos y en esa mirada, empañada de llanto, apareció la luz de un mañana.

Independiente no se propone volver por la prepotencia de la historia, invocando simplemente una bandera, sino como resultado de un trabajo que está dispuesto a realizar

Claro que hay reproches, por supuesto que un descenso es el resultado de una cadena de errores (y de alguna porción de mala suerte, así sea mínima).

Pero en Independiente se empezó a transitar el duelo sin olvidar que la vida sigue. Y su técnico (que no tuvo que desaparecer del mapa ni vio convertirse su apellido en mala palabra) y sus jugadores hablan, sin soberbia, de un mañana. Y depositan en los jóvenes (prometiéndose sostenerlos y ayudarlos a crecer) buena porción de la esperanza.

Por lo que llevo leído y escuchado, Independiente no se propone volver por la prepotencia de la historia, invocando simplemente una bandera, sino como resultado de un trabajo que está dispuesto a realizar.

Sí, Independiente es también un país. No es la mitad más uno ni menos dos, no es grande por hinchazón sino por otros motivos, más hondos.

Por la actitud, por ejemplo, que sacó a relucir en estos días. 

Cuando mi padre recitaba de memoria aquellos equipos y hablaba de la grandeza de Independiente, no se refería a brillos externos, a pretenciosos oropeles.

Ahora entiendo de qué hablaba. Que justo en estos tiempos haya descendido como lo hizo, alienta a la esperanza.

Para ser parte del país que su actitud propone y representa, no es necesario ser hincha del rojo.



Fuente La Nación

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.