Con varios cambios en la formación, el Rojo trató de
mantener el estilo que predica el técnico Gabriel Milito, pero para alcanzar el
1 a 1 ante Quilmes necesitó volver al esquema base 4-3-3
Por Rodolfo Chisleanschi
Tagliafico, que dio la asistencia para el gol de Rigoni,
controla la pelota ante Da Campo. Foto: Télam
¿Qué debe pasar para poder afirmar que una idea de equipo va
en camino de concretarse en realidad? ¿Cuáles son las claves por observar para
saber en qué punto se encuentra? ¿A qué se le tiene que hacer más caso, a los
resultados o a los rendimientos?
El Independiente de Milito ofreció en Quilmes varios
perfiles para investigar si sus pretensiones van calando en los jugadores, si
más allá de las victorias encadenadas o del insulso empate del sabado, hay en
gestación algo más que buenas intenciones.
Y seguro que el entrenador rojo se llevó un cuaderno lleno
de conclusiones. Que los suyos no ganaron un partido muy accesible, teniendo en
cuenta la escasa entidad mostrada por el rival, es la más evidente, pero no la
más importante.
La superposición de campeonato y Sudamericana empujó a
Milito a armar un equipo con ocho suplentes y la apuesta por el equipo
alternativo, pero también para poner en práctica un novedoso 3-1-4-2, le habrá
permitido apreciar que el primer paso está consolidado: en lo básico, el
Independiente B no hizo nada diferente a lo que venía intentando el equipo A.
Pelota contra el piso, salida limpita desde atrás, paciencia
para ir y volver cuantas veces sean necesarias para avanzar y retroceder en
bloque, presión y anticipo como elementos principales en defensa, fueron los
patrones de comportamiento, aun con apellidos distintos.
Con esas herramientas, Independiente completó un primer
tiempo interesante en el dominio y la ocupación sensata de los espacios. El
balón viajaba de un lado a otro, con Vitale como eje, y Benítez tirado atrás
para confundir a los centrales locales (sin duda, lo mejor del equipo de
Grelak), fiel a los conceptos que pregona su técnico.
Más aún, acumulaba gente por el medio Independiente, para
terminar creando superioridad por afuera, con Martínez por derecha y el más
incisivo Sánchez Miño por izquierda. Es decir, era el suyo un trabajo impecable
en la teoría, pero no tanto en la práctica. Y es ahí donde Milito no puede
haber quedado tan satisfecho como manifestó después del partido.
Porque el toque, la circulación y la movilidad deben tener
un último pase picante y un volumen de profundidad acorde para cerrar el
cuadro, y al Rojo le faltaron ambas cosas. Albertengo sintió la reaparición
después de un año ausente y no entró nunca en el circuito. Barco, Blanco y
Benítez fallaron más de la cuenta en la toma de decisiones, y el dominio se
hizo reiterativo, inocuo, casi tedioso.
El otro punto en contra a la hora de responder las preguntas
iniciales hay que buscarlo en lo sucedido tras el sorpresivo 1-0 de García.
Porque el gol desfiguró al Rojo.
Milito recurrió de inmediato a Vera y Rigoni; Benítez y
Martínez sumaron un par de ocasiones, pero Independiente perdió el control. Y
eso abre la ventana de las dudas en el momento de evaluar el espesor de las
convicciones. Por primera vez en el partido, este Quilmes sin vuelo logró no
ser dominado, más por deméritos del rival que por virtudes propias.
Entonces Milito demostró tener varias cartas en la mano. La
última que jugó fue probar qué ocurría si recuperaba el 4-3-3. Y le salió bien,
porque la vuelta de Tagliafico a su posición le permitió trepar y armar la
jugada del empate que sirvió para mantener el invicto en el torneo.
¿Y para responder las preguntas del comienzo? Para eso el técnico
necesitará ofrecer una cuantas lecciones más a sus alumnos. Su nuevo
Independiente ya lleva transitado unos cuantos kilómetros, pero todavía está a
medio camino.
Fuente Cancha Llena

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