Independiente se dejó llevar por los nervios y apenas empató
0-0 con Chapecoense; ahora, el equipo de Avellaneda tendrá que recuperar la brújula
en Brasil, el miércoles próximo
Independiente no pudo con Chapecoense en Avellaneda. Foto:
EFE
En mayo de 1973, mes de la fundación de Chapecoense,
Independiente ya era un gigante del fútbol internacional. Eso no significó que
anoche, 43 años después, en el duelo de ida de los octavos de final de la Copa
Sudamericana, haya habido en Avellaneda una diferencia sustancial. La hubo, sí,
durante algunos momentos puntales y en los estilos, pero no en el resultado
final, que terminó 0 a 0 y que deja al equipo de Gabriel Milito preocupado. El
miércoles de la semana que viene, en Chapecó, estado de Santa Catarina, se
definirá la serie.
Por primera vez desde la llegada de Milito, Independiente,
que se hace fuerte con las conexiones veloces y por abajo, se vio obligado a
estructurar su juego sobre la base de envíos largos. El mérito de que eso
ocurriera estuvo en el cerrojo que propuso su rival, tan prolijo como eficiente
para defender su territorio. Con poco espacio para romper por la zona interior,
con los conectores externos encerrados entre la banda y la feroz cercanía de
los brasileños, tuvo -en lo que fue una suerte de traición a sus principios-
que recurrir a pelotazos cruzados para tratar de perforar un sistema defensivo
que, con el transcurso de los minutos, parecía cada vez más sólido.
Independiente tuvo la pelota, es verdad, pero en una zona
poco fértil, donde hay espacio y tiempo pero lejos de donde se definen los partidos.
Con los receptores tapados, sin ideas, la tenencia se convirtió entonces en un
arma de doble filo. Con el tiempo en su contra y con Chapecoense que se
conformaba con el empate -y apostaba por algún contraataque-, el nerviosismo
hizo su trabajo y llevó a los Rojos a perder la brújula. Se olvidó por completo
del estilo que propone su entrenador y se tentó por los envíos largos,
perdidos, para encontrar un hueco que le permitiera oxigenarse. Lo que no
sabían los jugadores Independiente es que no habría aire fresco ni nada por el
estilo, apenas más adrenalina y la frustración por un empate vacío.
Chapecoense sembró desde el principio un bosque de piernas
que Independiente no pudo talar nunca. Recién el local pareció dar sus primeros
hachazos en serio en el segundo tiempo, cuando la desesperación por meter un
gol se había adueñado de los protagonistas. Se llevó por delante al equipo
brasileño, lo obligó a defender muy atrás, pero no le alcanzó para inclinar el
resultado.
A los 14 minutos del segundo tiempo, Milito recurrió a
Ezequiel Barco, en un cambio que pretendió ser la salvación. Ante la ausencia
del último pase que quebrara el engranaje de su rival, buscó en la gambeta de
la joven promesa la llave de un posible triunfo. Barco entró, desequilibró, generó
espacios, pero no pudo hacerlo solo. Cinco minutos más tarde tuvo su ingreso
Maxi Meza, en lo que fue su presentación, pero -incluso a pesar de tener tres
oportunidades- tampoco logró dar el golpe. El mano a mano que tuvo los 20
minutos fue toda una pesadilla para el ex volante de Gimnasia.
Independiente, sobre todo durante la primera parte, se vio
anestesiado por el juego de su rival y confundido por la propuesta tan
estructurada de Chapecoense, que casi no tuvo fallas. El equipo brasileño sí
liberó algunos zonas con el correr del partido, cuando el ácido láctico
envenenaba las piernas de los futbolistas brasileños, pero no mucho más. Eso
sucedió después del primer cuarto de hora del segundo tiempo.
Caio Júnior, a partir de ahí, comenzó a preocuparse de
verdad. Intuía que un gol de Independiente -que no jugaba bien pero que iba
para adelante- estaba cerca. Con las manos en los bolsillos, mientras veía que
el Rojo avanzaba, temió lo peor. Recién volvió a respirar con comodidad y
alivio media hora después, con el final del juego. Su equipo, con mucha
dignidad y esfuerzo, había resistido a los intentos estériles de un rival un
tanto opaco.
Fuente Cancha Llena

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