Por Eduardo Verona
El fútbol siempre necesitó jugadores con capacidades para
pensar los partidos. Correr, corren todos. Pensar, piensan pocos. Walter Erviti
no es un fenómeno. Pero hoy a sus 36 años se lo valora y reconoce. Lo que
distingue a Erviti es su mirada para interpretar los tiempos del pase que arma
y organiza. Los próceres del pasado. Las ausencias del presente.
La reivindicación de Erviti
Faltan jugadores que piensen. Quizás estas pocas palabras
sirvan para definir una de las deudas más evidentes que padece el fútbol
mundial. Y por supuesto el fútbol argentino. Apenas asumió el entrenador de Independiente,
Ariel Holan, le pidió a la dirigencia reforzar el plantel con el veterano
Walter Erviti.
¿Qué busca Holan? Lo que buscan todos: talento. Es cierto,
no es un gran talento Erviti, pero en el país de los ciegos el tuerto es rey.
Erviti no resiste comparaciones con Riquelme, con Bochini o Beto Alonso.
Román, el Bocha y el Beto están en la selecta galería de los
elegidos de todos los tiempos. Naturalmente, Maradona está fuera de concurso.
Erviti, por supuesto, no califica en esa selección de grandes celebridades.
Aunque no sea un enganche o un armador clásico (nunca lo
fue), sin embargo por estos días Erviti es una figura muy reivindicada. ¿Por
qué? Porque los jugadores que piensan la maniobra ofensiva y que se distinguen
como tiempistas del pase y la elaboración son contados con los dedos de una
mano.
Pensar el fútbol se fue convirtiendo casi en una
excentricidad propia de idealistas y románticos inútiles. Como si el fútbol no
precisara determinado tipo de construcciones. Y solo se nutriera de
intensidades (palabra bastardeada por el uso demasiado frecuente)
sobrevaloradas por el ambiente. Como si la intensidad aplicada al juego
resolviera todas las dificultades.
A esos talentos
silvestres que pueden armar una estupenda jugada de gol con un pase artesanal
al espacio se les exige que corran como lobos buscando una presa. Habría que
señalar que Riquelme nunca lo hizo. Beto Alonso tampoco. Bochini menos. El Pibe
Valderrama igual que el Bocha, aunque el Bocha con su magnífico cambio de ritmo
y su manejo y panorama en velocidad fue muy superior a Valderrama.
Erviti no integró ni integra la lista de los grandes
corredores, a pesar de que en Boca tuvo un rol más generoso en el despliegue y
subordinado a las inspiraciones y el fútbol de autor que siempre expresó
Riquelme.
Pero Erviti a sus 36 años sigue gozando de una ventaja
fundamental sobre la mayoría de sus colegas más o menos esforzados y
voluntariosos: ve la jugada. Anticipa la jugada. Antes de recibir la pelota ya
sabe que destino le va a dar. Y esto no se enseña en ningún laboratorio
futbolístico. Se tiene o no se tiene. Y sí se tiene puede enriquecerse.
Es muy probable que el último gran exponente del armador
clásico sea Andrés Iniesta. ¿Qué hace sobre todo Iniesta? Piensa. Y piensa muy
rápido. Más rápido que cualquiera. Toma permanentes decisiones. Arriesga la
pelota. Pero en las sumas y restas que se dan en todos los partidos,
termina ganando cualquier pulseada
táctica o estratégica a favor de su talento, siempre en función de los
intereses del equipo.
Los técnicos, en general, no se sienten muy cómodos con la
presencia de esta clase de jugadores con una extraordinaria autonomía de vuelo.
Julio Falcioni lo vivió con Riquelme en Boca. Riquelme jugaba como quería jugar
Riquelme. No le pedía letra a nadie. Los ritmos, las pausas y las aceleraciones
eran las que imponía Riquelme. No lo que planteaba Falcioni, más permeable a la
verticalidad. El desgaste ocasionado por esta puja inocultable entre el ídolo y
el entrenador fue enorme. Y tuvo costos.
Lo acosó Falcioni cada vez que pudo. Resistió siempre
Riquelme. Y lo rechazó sin groserías. Con su estilo. Con sus ironías. Con su
inteligencia. Quizás esa fractura expuesta a la vista de todos dejó al desnudo
las miradas distintas que habitan en el fútbol actual. Las de un fútbol
industrializado made in Falcioni y que a la vez trasciende a Falcioni. Y las de
un fútbol pensado por un pensador de la talla y la dimensión de Riquelme.
La pregunta es simple formularla pero la respuesta es
incierta: ¿tendrán herederos Riquelme e Iniesta? Más rebelde Riquelme. Más
sensible al sistema Iniesta. Difícil, muy difícil que aparezcan jugadores que
logren simplificar la altísima complejidad. Y las altísimas complejidades del
fútbol siempre se relacionan con el
tiempo y el espacio.
En ese misterio nunca develado no tienen cabida los técnicos
por más capaces que sean. Si se creen más importantes e influyentes que los
jugadores les van a poner obstáculos. Si en cambio interpretan que le dan al
equipo un salto de calidad inobjetable harán lo que hizo Pep Guardiola con
Iniesta en el Barcelona: lo respaldó como una pieza clave y confió en sus
aptitudes excepcionales.
El arte de pensar y
de encontrarle soluciones a los problemas merece recompensas. El buen fútbol
las agradece.
Fuente Diario Popular
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