Foto | Sebastián Domenech
Por Juan Pablo Varsky
Algo pasó la tarde del 15 de noviembre de 2011 en
Barranquilla. Nadie sabe qué exactamente. Se dio así. También en el fútbol, hay
cosas que suceden sin explicación racional. Nuestro error, el de los
periodistas, es pretender encontrar una razón para todo lo que ocurre en el
deporte de alto rendimiento. A veces quedamos en ridículo, intentando explicar
algo que no se puede. Porque pasa, y ya.
Tras el primer tiempo, Argentina perdía 1 a 0 ante
Colombia por la cuarta fecha de eliminatorias. Cuatro días antes, había
empatado 1 a 1 contra Bolivia en el Monumental, jugando feo con Messi rendido
durante el último cuarto de hora. El gol llegó por un desvío fatal de
Mascherano ante un remate de Pabón. El equipo parecía no tener respuestas para
el último partido del año y se encaminaba a otra derrota. Ya había caído ante
Venezuela por la segunda jornada. Los jugadores sentían las inminentes críticas
y agresiones. Alejandro Sabella se preparaba para otra conferencia de prensa
áspera, llena de cuestionamientos.
Pero algo pasó. Influido por el 0-1, el entrenador pasó
de la cautela a la ambición. Agüero por Guiñazú. Adiós al 4-4-2. Braña casi de
ocho, Mascherano de cinco, Sosa a la izquierda. Arriba, Messi, Higuaín y Kun,
tardío debutante en el camino a Brasil 2014 por culpa de una lesión. Los tres
siempre se entendieron bien, desde aquel estupendo cierre ante Corea del Sur
por el Mundial de Sudáfrica. Ese día, Agüero ingresó por Tevez e hicieron un
desastre para el 4-1 final. De golpe, todo cambió. Messi ejerció de pleno
líder, acaso por primera vez en el seleccionado. Anotó el gol del empate.
"Vamos que lo ganamos", le dijo su amigo Zabaleta durante el festejo.
Y faltando nada para el final, el Scottie Pippen de este equipo decretó la
victoria. Si Messi es Michael Jordan, que en el mundo lo es letra por letra
desde 2009, Agüero es Pippen. Se complementan, se potencian, se necesitan y,
sobre todo, se quieren. Generoso, inteligente y sin un gramo de vanidad,
Higuaín entiende y ejecuta perfectamente su rol. Cualquier goleador no necesita
jugar bien para meter goles. Higuaín es lo inverso. No necesita hacer goles
para jugar un buen partido. Tras esa victoria en Barranquilla, la selección
absoluta (no la local) jugó 7 partidos en este 2012: ganó seis y sólo empató
ante Perú. Marcó 21 goles, 3 por encuentro de promedio. Leo facturó once, el
52,3 %.
El viernes pasado, en Mendoza, tuve el privilegio de
verlo jugar en el mismo campo, detrás de un cartel de publicidad. Es un
joystick humano. El Messi de la cancha juega mucho mejor que el Messi de la
Play. Camina por la cancha, finge estar distraído. Logra que el rival deje de
pensar en él por lo menos un segundo. Y justo ahí decide que ha llegado su
momento de intervenir en el juego. Su pique para definir en el primer gol
debería ser objeto de estudio para medir su velocidad física. Y el tributo a
Ronaldinho-Pirlo de su segunda perla retrata su velocidad mental. Algún día nos
vamos a enterar quién fue el fenómeno, algún amigo suyo, seguro, que lo
chicaneó con que no hacía goles de tiro libre. Porque así funciona Leo, tan
competitivo como Jordan. "No lo hagan enojar", aconsejó alguna vez
Guardiola. El mejor del mundo (¿y de la historia?) dio vuelta todo. Sólo falta
que juegue mal un partido en Barcelona para que aparezca la frase "y? no
es el de Argentina". Pero más allá de sus golazos y sus jugadas, hubo un
gesto que, en la cancha, me emocionó. No se vio por la tele, creo. Cuando
invalidaron la estupenda definición de Barcos por offside, se tomó la cabeza.
Después de haberle puesto el pase, se puso en el lugar de su compañero. Lamentó
que el delantero de Palmeiras, que se hizo bien de abajo para llegar al predio
de Ezeiza, no pudiera cumplir su sueño de marcar un gol con la selección. Eso
es liderazgo.
Muy pocos saben que Messi cantó el Himno Nacional mucho
antes de jugar su primer partido con la albiceleste. La verdadera historia de
cómo llegó al seleccionado argentino es increíble. De esas tantas cosas que
pasan y que no tienen demasiada explicación. La anécdota completa está incluida
en un libro de inminente publicación, escrito por mis colegas y amigos Eduardo
Bolaños y Javier Tabares para Editorial Planeta. Durante el Mundial Sub 20 de
2003, se generó una charla entre el presidente de la delegación española y Hugo
Tocalli. Y de repente, surgió la consulta, con opinión, del dirigente
valenciano: "Hugo, ¿por qué no convocaste el jugador del Barcelona? Es
mucho más que todos los que tenés acá". No hubo respuesta concreta del
entrenador, pero la pregunta le quedó haciendo ruido en la cabeza. Cuando
terminó el torneo, Tocalli le pidió a uno de los empleados del Departamento de
Selecciones y, además, hombre de su confianza, que se encargara de averiguar
bien cómo era la situación. El responsable, cuya identidad no se revela
respetando su estricto pedido, llamó a Newell's, pero no encontró respuestas
que le sirvieran. Lo mismo le sucedió cuando intentó en River, donde se probó y
quedó, pero no le podían pagar el tratamiento hormonal. Entonces a este héroe
anónimo se le ocurrió salir del predio de la AFA para dirigirse a un locutorio
de Monte Grande, ciudad aledaña a Ezeiza. Una vez allí, buscó la guía
telefónica de Rosario y se detuvo en la hoja donde aparecían las personas con
el apellido "Messi". Disimuladamente, arrancó esa hoja y volvió a su
oficina. Allí comenzó a llamar a todos los números, preguntando a cada receptor
si tenía algún vínculo o parentesco con Lionel, "el chico que se había ido
a España". En uno de esos intentos logró dar con una tía del jugador que,
al enterarse del motivo de la comunicación, le pasó el número telefónico para
localizarlo en Barcelona. La siguiente voz que escuchó fue la de Jorge Messi
del otro lado de la línea. Cuando el crack burocrático le informó desde dónde
lo estaban llamando, la respuesta del padre de Leo fue: "¡Al fin me
llamaron! Mi hijo quiere jugar en la selección argentina". Olvídense de
Vicente López y Planes, de una buena vez. Pero para conocer el principio y el
final de este relato maravilloso, deberán comprar el libro.
Sólo queda la visita a Santiago para cerrar un año casi
perfecto y, de paso, aprobar una materia pendiente. El equipo baja
drásticamente su rendimiento cuando, tras ganar el primer partido de local,
completa la doble fecha de eliminatorias como visitante. El contraste es nítido.
Le pasó ante Venezuela post goleada ante Chile y, en menor proporción, contra
Perú luego de ganarle a Paraguay. Sólo mejoró su producción ante Colombia, pero
después de haber igualado con Bolivia. La deuda pasa por su floja respuesta de
viaje tras haber dominado en casa. ¿Y por qué pasa esto? No tengo la respuesta,
pero, seguro, trasciende lo estrictamente futbolístico porque los jugadores son
los mismos.
El seleccionador ha utilizado apenas 20 futbolistas
para los siete juegos del año. Eso se llama estabilidad. Romero, Federico
Fernández, Garay y Messi tuvieron asistencia plena. Gago, Mascherano, Di María
e Higuaín sólo se perdieron uno. Zabaleta jugó cinco de siete. Ahí ya hay nueve
titulares. Agüero resignó un par por lesión y fue la pieza sacrificada para el
4-4-2 inicial ante Alemania y Brasil. En juego y en números, al equipo siempre
le fue mejor con Kun en la cancha. En el lateral izquierdo, Rojo se destacó
ante Uruguay pero Clemente y Campagnaro, con Zabaleta invirtiendo su posición,
también pelean por la plaza. Todavía faltan trabajo y funcionamiento. Pero
Sabella encontró equipo y plantel. Los jugadores encontraron el grupo.
Argentina encontró resultados y confianza. Y todo pasó desde la tarde del 15 de
noviembre de 2011.
Fuente Cancha Llena
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