El fuego avanza implacable.
Me abrazo a tu arrugada piel.
Que para Mí es la suavidad de tantos años de caricias mientras te abrazaba.
Mientras subía trepándote.
Nunca me alzaste. Como indicándome lo duro de la vida, y que todo depende de uno mismo.
Me enseñaste a ver el camino posible para llegar arriba y lo que era imposible, además de riesgoso.
Aprendí de Ti que los raspones son necesarios, para conseguir determinados objetivos.
Y otros son evitables si usas tu inteligencia.
Me raspé contigo las rodillas y los codos.
Nada más.
Te hizo nacer un abuelo, no sé si el tano o el gallego.
En todos los asados familiares se discutía tu paternidad. Quién te había plantado.
Hoy te voy a dejar.
No por cobarde.
Sino porque no te puedo mover.
Ni evitar que el fuego te llegue.
Me llevo a tus hijos, a los que a punta de pala desenterré y obligaré a mudarse, junto a mis hijos.
Vos tenés raíces profundas que me impiden salvarte y el fuego viene.
Pero salvaré a tus hijos y los míos.
Del fuego que avanza inexorablemente.
Nunca dejaré de recordarte. Ni de que tus raíces profundas permitieron de tanto subir hasta esas dos ramas que me ponías como límite, mis piernas adquirieran la fortaleza que permitan que hoy se muevan para salvar a tus hijos y los míos y a tu simiente que esta fértil tierra engendrará.
Arbol querido, que sostuviste mi primera hamaca.
Ernesto Assale
Para Independiente de Paladar Negro blog
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