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sábado, 14 de noviembre de 2015

Javier Mascherano, el capitán que no se ríe





Por Andrés Eliceche 


Javier Mascherano, perseguido por las cámaras.




Se bambolea sin quitar sus manos de los bolsillos. A veces registra la cara del que le pregunta, en otras mira sin ver. Y en todas sus respuestas exhibe respeto aunque la hora, el cansancio y el fastidio por el empate le generen más ganas de subirse al ómnibus y ya, que esto se termine. Vaya a saber. Como sea, Javier Mascherano atraviesa el post partido del mismo modo que transitó el pre y el durante: imposible adivinarle una sonrisa, ni siquiera un gesto de relajación. El hombre, animal competitivo, no sabe vivir su profesión de otra manera. Entonces, si no se aflojó ni cuando ganó la Champions League con Barcelona porque se venía la Copa América, menos va a hacerlo ahora que la tabla de las eliminatorias muestra a la selección argentina en un lugar impropio.



"Tuvimos una laguna después del tiro en el palo de Éver (Banega) y lo pagamos con un gol en contra. Lo que a nosotros nos cuesta mucho, a nuestros rivales les sale fácil", rezonga en la puerta del vestuario local del Monumental, un lugar del que podría dar detalles con los ojos cerrados: allí mismo se cambió para debutar en Primera hace más de 12 años con la camiseta de River.



Ahora, a Mascherano lo atrapa el presente. Sabe que mencionar ausentes sonará a excusa, y la esquiva: "Somos los que estamos", dispara ante la pregunta-centro que escucha sobre si la falta de Messi, Agüero y blablablá. La película de la noche, más allá del final, lo entretuvo bastante, pero quiere ver si la remake vale la pena: "No fuimos brillantes pero sí superiores, hemos tenido claro a qué jugábamos. Hay que seguir creciendo, no podemos dar un paso adelante y dos atrás", razona.



Venía de tener una noche en subida. Porque la había arrancado con vuelo bajo, casi a la altura del dron de la televisión que se paseaba entre los jugadores durante la ejecución de los himnos; su primer tiempo lo había mostrado más hablador que jugador, como si necesitara hacer ajustes sobre lo planeado inicialmente. Una y otra vez. Ya en el segundo tiempo, una barrida marca Mascherano había impulsado al público a corear su apellido. Y casi en el final, cuando debieron calmarle un calambre después de que quedara tendido, ese repiqueteo creció hasta que todos entendieran en el estadio eso que se cantaba: "Mascheee, Mascheee.". Él, ni mú. Siguió a lo suyo, tratando de empujar al equipo a una victoria que sonaba urgente.



Pero no lo consiguieron ni su esfuerzo ni el cabezazo de Rojo ni el último centro que aterrizó en el área de Alisson. Entonces, el capitán se abrazó con ganas a Neymar, su rival-compañero, y cambiaron camisetas. Eso sí, como si tuviera bien aprendido el viejo mandato de Oscar Ruggeri ("la de Brasil no hay que ponérsela nunca"), tomó la 10 amarilla y se la llevó en la mano.



Javier Mascherano salió de la cancha serio, con la vista al frente y el pecho descubierto, señal de que se lo va a seguir poniendo a las balas, aunque a veces le parezca que ya no tiene lugar para que le sigan entrando.






Fuente Cancha Llena

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