Habla sobre los consejos de Gareca, los recuerdos de
Independiente, el arranque del avioncito y los famosos códigos del fútbol.
Nota publicada en la edición abril de 2008 de la revista El
Gráfico.
Confieso que he aprendido
El ayudante de campo de Ramón Díaz, 34 años, fue campeón con
Independiente y River. Jugó en Boca y pasó por Inter.
No pude aprovechar la experiencia de mi padre. Tuve la
desgracia de perderlo a los ocho años. Se llamaba Angel. El, que jugó once años
en Francia, podría haber sido un gran consejero para mí.
La imagen materna fue muy importante para mí. Le debo casi
la totalidad de mi carrera a mi madre, Norma. Ella ha sido el sostén desde lo
económico –porque lo necesitábamos– hasta el apoyo incondicional que me dio
para ser alguien dentro del fútbol. Viví rodeado de mujeres, porque tengo dos
hermanas mucho mayores que yo.
Soy más bien solitario y tranquilo. Tuve que vivir solo
cuando fui a jugar en Italia. Y ahí aprendí a tomar decisiones y a ser más
independiente.
No me imagino un mundo sin fútbol. Nunca se me pasó por la
cabeza. Hoy entiendo cuando te dicen que hay que estudiar. Cuando me tocó
trabajar en Arsenal, con la tercera, con Daniel Garnero, me di cuenta de que el
embudo es muy chico y son pocos los que llegan. Yo tuve la suerte y llegué,
pero la mayoría queda en el camino.
En el fútbol ha cambiado todo. A mí me llevaba mi vieja a
las inferiores. Ella opinaba un poco y nada más que eso. Hoy el pibe va con los
padres, el tío y el representante y todos van con la necesidad de que pueda
llegar a ser alguien...
Otros que me ayudaron fueron Ricardo Gareca, cuando llegó a
Independiente, Jorge Gordillo, Jorge Burruchaga, que me invitó a trabajar con
Garnero en Arsenal... Siempre me han dejado cosas, no sólo desde lo
futbolístico.
Cuando uno es joven el consejo dura poco. Es que el chico
presta poca atención y al final uno se da cuenta de que, durante el año,
termina recalcando lo mismo. A mí me pasaba igual, decía todo que sí y después
del domingo me olvidaba.
No son tantos los amigos
que tengo del fútbol. Pero los que tengo son gente de bien: Garnero, Diego
Cagna, Eduardo Berizzo... Uno se da cuenta de la verdadera amistad porque
quizás no te ves por un tiempo, pero los lazos siguen fuertes.
En el ambiente del fútbol aprendí que hay que tener códigos.
Nunca hay que hablar de más. Si no tenés la virtud de saber callar, terminás
siendo un bocón. No hay nada peor que tratar de demostrar que uno sabe mucho.
Hay cosas que quedan en el vestuario o en la intimidad. Y otras que ni a mis amigos
les cuento, soy muy reservado.
No me formo un prejuicio sobre la persona que estoy por
conocer. Casi siempre me seduce ver qué ofrece, porque casi siempre te muestran
lo mejor en los inicios. Yo también soy de dar poco también. Con el tiempo,
verás si realmente da para ser un amigo, el proceso se va a haciendo solo.
Mis mejores recuerdos son de Independiente, porque me formé
en el club del cual soy hincha. Pude jugar en Primera, salir campeón... Hoy me
doy cuenta de lo difícil que es obtener algo así, y yo lo logré muy joven. Lo
que más fuerte me quedó grabado fue la Supercopa 94, y eso que antes habíamos
ganado el Clausura de ese año. Todavía hoy mucha gente me lo hace recordar...
El jugador se forma por etapas. Todas requieren de un
esfuerzo, pero las iniciales son las más duras. Cuando un pibe empieza, tiene
esa inconciencia, esa chispa, que lo lleva a gambetar, a tirar un caño, a hacer
locuras... Después eso se pierde, tener una tranquilidad económica lo lleva a
ser un poquito más responsable y eso pasa a ser una presión.
Los cracks son los que juegan bien siempre, tienen una gran
regularidad, siempre se mantienen igual, desde que se levantan hasta que se
acuestan.
Pude entrenar con Ricardo Bochini. Lo disfruté mucho, lo
admiré siempre. Me llevó a una pretemporada y luego se fue. Mi gusto fue verlo como jugador. Un grande.
Un dia descubri dónde era la casa de Gordillo, porque iba en
bicicleta al Cinturón Ecológico donde entrenaba Independiente, y de casualidad
lo vi. El salía a las 8 y yo iba a las 8 menos 10 y me quedaba en la bici
esperando para verlo desde la esquina, con eso me conformaba...
Con Diego tengo
recuerdos muy lindos. Cuando llegué a Boca, al principio no se me daban las
cosas. Un día, Diego vino a entrenar con Bilardo y dijo si yo me podía quedar
pateando al arco con él. Me quedé toda la mañana y nunca me olvidé de ese día.
Maradona me dio una lección de grandeza. A mí me tocó,
jugando en Boca, ser el encargado de tirar los penales, porque él no jugaba
tanto. En un partido de local me toca un penal contra Universidad Católica. La
gente enseguida lo coreó a Diego para que lo pateara él. Diego me dijo que lo
hiciera yo y tuve la mala suerte de errar el penal. En la semana vino como a
pedirme perdón: “Yo voy a tirar los penales, no quiero que a nadie le vaya mal
por mi culpa, que me puteen a mí”, dijo. Es la primera vez que lo cuento
públicamente.
Cuando el Inter me compró, me fui lesionado. Pero más allá
de eso –porque al final dejé de jugar por esa rodilla–, el tema era que entonces
sólo podían jugar tres extranjeros. Era muy difícil entrar. Me acuerdo que
miraba en una pared la foto de Ramón Díaz, porque era el último argentino
campeón antes de que llegáramos con Javier Zanetti.
Es dificil, como jugador, entender que no te pongan. Eso
pasó conmigo en el Inter, por el tema de los tres extranjeros. Zanetti y yo
costamos 6,5 millones de dólares, pero Roberto Carlos valía 11 millones. Y
cuando uno está en actividad, no siempre entiende bien como son las cosas...
Lo del avioncito nació casi de casualidad. En esos tiempos
no se festejaban los goles de la misma forma. Una vez hice un gol y lo festejé
así porque lo había visto en la tele, de un jugador brasileño. Fue entre la
lluvia y el negro, ni me acuerdo el nombre, parecía un avión en serio. Yo lo
hice en la cancha de Lanús, que estaba más seca que el asfalto bajo el sol. Me
acuerdo que Cagna me miró y hacía señas de que estaba loco. Después seguí
haciéndolo y me dio una identidad.
Me encanta Grecia, pero si me hubieran dicho de volver a
jugar, habría dicho: ¡No, gracias! Son como nosotros, medio despelotados.
Encima, el idioma: estudié casi ocho meses, dos veces por semana. En eso uno me
gritaba una cosa y yo hacía otra. Salónica es como Mar del Plata. En verano es
lindo, pero en invierno vas a buscar el diario y lo traés congelado...
El fútbol es un buen gancho para el tema social. Estuve como
Subsecretario de Deportes y Juventud de Quilmes. Trabajamos en un proyecto de
una Liga Municipal de Fútbol. La idea era reunir a clubes humildes de la zona y
formar una liga. Así podíamos hacer controles médicos, ya que si no, los padres
no llevan a los pibes a revisaciones. Después, cuando me vine a San Lorenzo, no
pude seguir.
Con Ramón hay mucho para aprender. Tuve la posibilidad de
tenerlo en el dia a día como técnico. Me dijo que no a muchas cosas, pero
tuvimos una buena relación. Me convocó porque sintió que puedo ser un buen
ayudante. Ha sido una suerte para mí, porque tiene muchas vivencias, sabe
manejar grupos. Yo lo miro constantemente para aprender. Estar al lado suyo fue
inesperado, aunque él sabía que yo había trabajado en Arsenal. Hoy disfruto de
todo esto, porque siento que sigo preparándome para mi futuro...
Fuente revista El Gráfico – Republicado el 15/01/2009

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