Por Julio Marini
Está complicado, Independiente.
Muy complicado. Por
supuesto que por el promedio.
Porque, de acuerdo a la media de los últimos
torneos, debería sumar entre este Inicial y el Final no menos de 50 puntos para
desde allí discutir con los otros comprometidos (Unión, casi condenado;
Quilmes, que si mete una racha de triunfos saldrá disparado de ahí abajo; San
Martín de San Juan, una incógnita; y hasta San Lorenzo, que por ahora respira).
Independiente tiene por delante seis puntos en este
torneo (la última fecha y el partido pendiente con Tigre) y lo mejor que le
podría pasar es terminar con esas unidades y acumular 21 en el Inicial.
Todo es posible y nada está escrito de antemano.
Basta
el ejemplo último de Tigre, con su campaña impresionante del torneo pasado, y
en contraposición con la de Banfield, que lo terminó condenando al descenso.
Pero en estos casos hay explicaciones. Tigre peleó por
el título y por eso se salvó del descenso, pero además lo hizo jugando a jugar,
no apurado a correr, como parece que lo está haciendo Independiente.
Este proceso en el club de Avellaneda se parece más al
de River de hace dos años que a cualquier otro.
Primero, porque no está
acostumbrado a estas situaciones de riesgo de perder la categoría.
No lo está
su gente y no lo están los jugadores que integran su plantel.
Lo mismo que le
ocurría a River en su momento.
Pero hay algo que agrava la situación de
Independiente: cada fecha que pasa, se hunde más.
Basta recordar que el
Clausura que llevó a River a jugar la Promoción, lo tuvo como puntero del
torneo en la primera mitad.
Y hasta en la última fecha pudo salvarse de la
Promoción ni siquiera por un resultado propio sino por un eventual empate de
Quilmes ante Olimpo.
Con ese antecedente, lo de Independiente es más serio aún.
Lo que definitivamente hermana a los dos grandes del
fútbol argentino es todo lo relacionado a lo institucional, mucho más que a lo
futbolístico.
Dirigencias inesperadamente nuevas (Passarella, en River;
Cantero, en Independiente), herencias ilevantables para los nuevos dirigentes y
tremendo peso de la barra brava dentro de la vida del club, ya sea enfrentada a
la dirigencia como ocurre en Independiente o controlando al club más allá de
sus autoridades, como pasaba en River.
No es casual que cuando clubes, y más aún si son
grandes, viven situaciones de conflicto interno profundas como éstas, nada
pueda organizarse y el tobogán se convierta en algo casi irreversible.
Algo parecido le ocurría a San Lorenzo con la barra (
ya que no hay que olvidar los hechos de violencia en la Ciudad Deportiva) y con
el descalabro institucional. La llegada de las nuevas autoridades descomprimió
la cuestión. Y a mayor paz social, más posibilidades de enderezar el rumbo.
Hasta el futbolístico, que con poco lo está haciendo.
En el fútbol argentino no todo es fútbol.
La locura, la
presión, la intolerancia y el peso de los violentos producen un cóctel que
puede ser fatal.
Y en eso, precisamente, está envuelto Independiente.
Fuente Clarín
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