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miércoles, 27 de mayo de 2015

Antes y después de Almirón. - Por Eduardo Verona



Por Eduardo Verona.


Después de la gestión fallida y la salida de Jorge Almirón, la plana mayor de Independiente tiene por delante el desafío de elegir bien a su sucesor. En general, los dirigentes, rehenes de su propia soberbia, se creen autosuficientes y cometen errores irreversibles. La necesidad de cultivar el conocimiento.



Antes y después de Almirón

Nunca tuvo las cosas claras Jorge Almirón. La dirigencia de Independiente (en el plano del fútbol), tampoco. La suma de las partes derivó en un escenario futbolístico improvisado y decadente. Es cierto lo que viene repitiendo Pablo Moyano, cuando afirma que lo de "Almirón ya quedó atrás y ahora hay que mirar hacia adelante". Pero también es cierto que es necesario repasar y revisar la historia para tomar mejores decisiones, achicar los márgenes de error y equivocarse menos.

El arribo de Almirón al club de Avellaneda hace casi un año sorprendió a todos. Hasta al propio Almirón. La realidad es que el técnico no tenía chapa ni recorrido para imaginarlo en Independiente. Pero de la noche a la mañana lo acercaron (seguramente su representante Christian Bragarnik fue el operador) y llegó. Y junto con él también llegaron demasiados jugadores mediocres de la escudería de Bragarnik.

El equipo nunca arrancó. Ni en el promocionado campeonato de los 33 puntos ni en el actual. En general, Independiente jugaba mal. Tanto en el 2014 como en el 2015. El año pasado, la primera plana de la dirigencia y Almirón reiteraban hasta el aburrimiento esa marca de 33 puntos que el equipo había conquistado después del ascenso, como si todo se tratara de reivindicar las matemáticas en un análisis superficial.

No era una cuestión de números más o números menos.

La deuda era futbolística. No de resultados. Los aceptables resultados lo metieron a Independiente en los primeros puestos. Pero no había contenidos valiosos, más allá de algunos aportes individuales de Montenegro, Pisano y Penco. El más trascendente, sin dudas, fue el de Federico Mancuello (hoy catapultado por los medios y por el microclima Rojo a ser un líder que no es tal), redescubierto como un volante de gran recorrido y con capacidad para frecuentar el gol.

Esa versión estupenda y quizás irrepetible de Mancuello que Almirón asumió como un mérito propio, terminó alumbrando a un Independiente despojado de una estructura colectiva y por ende sin funcionamiento. El ambiente creyó ver a un buen equipo cuando no había equipo. La dirigencia y Almirón compraron esos espejitos de colores, siempre fatales en función del futuro inmediato.

Y se bañaron una y otra vez en esas aguas que no eran tan cristalinas y transparentes como creían.

La confusión se había apoderado de casi todos.

Sin embargo no eran pocos los hinchas que veían lo que expresaba el equipo y lo que transmitía Almirón, que no era otra cosa que un profundo desconcierto a la hora de bajar una línea futbolera que se plasmara en la cancha.

Porque es confuso para hablar Almirón, es confuso su mensaje y esa confusión se trasladó al plantel.

El arranque de 2015 con 9 incorporaciones y una erogación que orilló los 90 millones de pesos, no alteró el recorrido. 

Hugo y Pablo Moyano esperaron, en vano, el crecimiento del equipo para mostrar que no precisaban a nadie que los asesorara en materia de fútbol, porque ellos eran autosuficientes.

Pero el nivel de juego no es proporcional a los gastos. A máxima escala puede dar fe el Real Madrid. Gasta a mansalva en jugadores, pero su presidente Florentino Pérez no persigue una idea. Quiere ganar. Pero eso no es una idea. Es un objetivo. O una ambición.

En Independiente pasa más o menos lo mismo. Los Moyano quieren ganar. Pero no está la idea. Y tampoco el entrenador que haya sabido manifestarla con claridad, convicción y talento.

Almirón no es responsable de las fichas que la dirigencia apostó por él. No le daba el piné. Lo superó largamente la empresa que encaró, aunque se cuelgue la medalla de oro de los 33 puntos, que pudieron ser 36 o 39 y hubiera sido exactamente lo mismo.

No se adivinaba el concepto en Almirón.

Porque el concepto no es el voluntarismo de salir desde atrás con la pelota al pie para pasársela en una calesita intrascendente que después se agotaba con un pelotazo de Cuesta o de cualquiera de la línea de fondo.

Eso no es jugar bien. Es jugar mal. Es intentar hacer algo sin convicción. Sin lectura. Y sin el trabajo de campo indispensable para desarrollarlo.

Así en toda la cancha. Buscando definirse como un equipo ofensivo que no sabía atacar. Buscando elaborar lo que en el medio no elaboraba. Porque no sabía fabricarse los espacios. Y sin espacios no hay juego. Hay lucha. Y muchas veces ni lucha, como se evidenció, por ejemplo, en el segundo tiempo frente a Racing.

Almirón no tenía luces ni capacidades para dotar a Independiente de un perfil más estable, más armónico  y más atractivo. La mayor responsabilidad es de la dirigencia que lo contrató. Y que perseveró en el error de continuar lo que debió haberse discontinuado un par de meses atrás. Porque denunciaba Almirón su impotencia discursiva y estratégica para revertir lo que se venía en banda.

La dirigencia pareció empecinada en mirarse el ombligo. Hasta que no pudo más ocultar lo inocultable. Almirón se fue como un hombre providencial. La sucesión tendrá que resolverla la misma dirigencia que trajo a Almirón a mediados de julio de 2014. El desafío que tienen por delante no es fácil de encarar. Al contrario: es muy complejo.

Con Almirón se equivocaron. Saber elegir no es una virtud accesible a cualquiera. Es una rama del conocimiento que 9 de cada 10 dirigentes subestiman porque no cultivan esa sensibilidad.

Y después los platos rotos los pagan todos.         



Fuente Diario Popular

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