Vistas de página en total

martes, 3 de febrero de 2015

Técnicos, jugadores y el auténtico poder






Por Eduardo Verona





El fútbol de todos los tiempos siempre capturó confrontaciones entre técnicos y jugadores muy influyentes. Las batallas tuvieron como epicentro fundamental la puja por el poder. Los entrenadores, rehenes de la inseguridad, suelen interpretar que son más importantes que los futbolistas. Se equivocan. Y lo pagan.



No es la primera vez ni será la última que los entrenadores confronten con jugadores muy representativos e influyentes. Le pasó a Alfredo Di Stéfano con el Beto Alonso en River. A Maradona siendo técnico de la Selección con Riquelme. Al Indio Solari con Bochini en Independiente. A Falcioni con Riquelme en Boca. A Ruggeri con Pipo Gorosito en San Lorenzo. A Gorosito con Riquelme en Argentinos Juniors. A Ottavio Bianchi con Maradona en el Napoli. Al Lobo Zagallo con Romario en el scracht. A Carlos Bianchi con Totti en la Roma. A Almirón con el Rolfi Montenegro en Independiente. Y ahora a Luis Enrique con Messi en Barcelona.



La lista, naturalmente, podría ocupar varias páginas. Hasta la edición de un libro. Los casos mencionados son apenas algunos ejemplos. Hay muchísimos más en la aldea del fútbol mundial.  

¿Qué lleva a los técnicos a dirimir hasta cuestiones ajenas al fútbol con jugadores de peso, trayectoria y experiencia? Sin dudas, la disputa central es por el poder, aunque esto no se manifieste con palabras concretas. Suele ocurrir que los entrenadores interpretan que están por encima de los futbolistas. Que son más importantes que los futbolistas. Que tienen más autoridad y prestigio social que los futbolistas. Que definen más rumbos que los futbolistas. Y que gozan de más reconocimiento que los futbolistas.



Es necesario ser taxativo: se equivocan. Todos los entrenadores que piensan de esa forma, se equivocan. Ven una ficción que los precipita al error. Los futbolistas, en todos los casos, siempre son más importantes que los técnicos, por más determinados y valiosos que estos sean. El jugador está en primer plano. ¿Por qué? Porque hace lo que el entrenador no puede hacer: juega, decide, consagra la virtud o la debilidad y captura la instantaneidad irrepetible del fútbol, mal que les pese a los técnicos. Son, en definitiva, los verdaderos protagonistas. Los grandes protagonistas. Los que convocan al público en la cancha y en las pantallas sofisticadas o convencionales.



Sin embargo, los episodios más o menos graves que involucran a técnicos y jugadores de élite, parecen formar parte del folklore del fútbol de todos los tiempos. Y es así. La puja por el poder simbólico y real dentro y afuera del vestuario confunde a los técnicos. Y los termina atrapando en un laberinto sin salida. Por eso los finales son siempre anunciados y traumáticos: alguien se va, alguien tiene que irse. Porque no hay lugar para los dos contendientes.



Los entrenadores, en general, están sometidos o subordinados a las grandes inseguridades. A mayor inseguridad, mayor será el nivel de sospecha para adivinar fantasmas por todos los rincones. Temen ser asaltados por el poder de un jugador que los arroje a un costado del camino. Y el miedo a la sombra ajena desata delirios de persecución. Ocurre en el fútbol y por supuesto más allá de las fronteras del fútbol, como un espejo que devuelve imágenes y conductas de la sociedad de consumo.



Luis Enrique encarna hoy la tesis del entrenador perseguido. Del que se siente perseguido. Y quizás hasta sin proponérselo, desconfía de Messi. Y se aleja. Se cierra. Se altera. Se perturba. Y pide una sanción para el astro del Barcelona que no prospera por aquel entrenamiento de hace unos días  al que Messi no asistió, aduciendo un problema gastrointestinal. Está confundido Luis Enrique aunque pretenda demostrar lo contrario. Por eso se pelea a la distancia con el astro argentino. Porque él promovió el conflicto. Sobreactuó de hombre que maneja lo que no maneja. Que decide lo que no decide. Que arma lo que no arma. Porque los jugadores son los que manejan, deciden y arman, más allá del rol que puedan asumir los buenos técnicos, que por otra parte son minoría.



Depende Luis Enrique de Messi, como todos los técnicos dependen de los jugadores que dirigen. No hay excepciones. Nunca las hubo. Y esto es lo que se resisten a entender los entrenadores. Hasta que chocan. Hasta que se estrellan. Y hasta que pierden ese espacio de poder que ostentan. Siempre efímero. Siempre frágil. Siempre vulnerable como una hoja en la tormenta.



No aprenden los técnicos. Los ilumina cierto aire de autonomía y suficiencia de la que, en realidad, no gozan. Mal o bien los jugadores tienen siempre la sartén por el mango. Aunque pierdan alguna pulseada. Aunque en algunas oportunidades sean ellos los que deban partir. Pero en las sumas y restas de la vida y del fútbol, ganan hasta en la derrota. Y esto muchas veces no se explica con palabras. Se ve. Y nadie puede ocultarlo.





Fuente Diario Popular

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.