Por Eduardo Verona
Independiente cerró el campeonato con 33 puntos, lo que
motivó un análisis resultadista del entrenador y la dirigencia. Los números
fueron aceptables, el juego no.
El equipo lejos estuvo de tener un funcionamiento y un
estilo.
Fue errático, frágil y desconcertante, más allá de su
ubicación final en la tabla.
El resultadismo sigue quemando la piel urgente del fútbol
argentino.
En nombre de los números que van y vienen, se tejen
sentencias y juicio de valor que pecan de una debilidad estructural: no
reflejan nada sustancial.
Solo aportan simplificaciones que adoptan los grandes
simplificadores que abundan en todas las áreas, en todas las profesiones y en
todos los escenarios.
El fútbol, naturalmente, no está al margen de este fenómeno
que denuncia un nivel de mediocridad absoluta para pensar e interpretar las
realidades de todos los días.
Por ejemplo, en
Independiente, el entrenador Jorge Almirón se colgó una medalla por los puntos
que cosechó el equipo en el campeonato.
Antes de la derrota por 4-0 ante Belgrano, Almirón instaló
su propia agenda y planteó en repetidas oportunidades que si sumaban 36 puntos,
como producto de una victoria en Córdoba, iba a lograr lo que no había logrado
ningún técnico de Independiente desde el campeonato Apertura conquistado en el
2002, cuando lo conducía el Tolo Gallego.
La defensa y a la vez el ataque que pretendía coordinar
Almirón se focalizaba en la cantidad de puntos que obtuvo el equipo. De hecho,
después de la paliza y la goleada padecida frente a Belgrano, volvió a repetir en rueda de prensa esa consigna:
"Sacamos 33 puntos y hay que valorar que el club viene de un
descenso".
La pobreza argumental que expresa Almirón, sin embargo,
tiene alguna penetración e influencia en el frívolo ambiente del fútbol
argentino. E incluso en la dirigencia de Independiente, muy permeable a las
definiciones y a las reiteradas cuentas de sumar que hace el técnico. Porque
parece existir una auténtica empatía entre lo que decide Almirón a la hora de
armar el equipo, sacando y poniendo jugadores y lo que desea la dirigencia en
el presente y en el mediano plazo, desaconsejando la continuidad de varios
hombres experimentados, como los casos del Pocho Insúa, Tula, Penco, Montenegro
y en otra función y espacio de poder, Gabriel Milito, ya fuera del club.
Como si esa caza de brujas con los jugadores más veteranos
le permitiera a Independiente dormir más tranquilo con los pibes de las
inferiores (todavía muy verdes, incluso el Ruso Rodríguez), por ahora incapaces
de mostrar perfiles y rendimientos destacados como para construir un equipo
solvente y mínimamente confiable.
En otro orden, es muy probable que Almirón y su prédica de
mostrar la tabla de posiciones para hablar de fútbol, represente apenas la
punta de un iceberg de enormes dimensiones que, por supuesto, lo trasciende.
Almirón se empeña en mostrar los 33 puntos que sacó el
equipo que dirige porque no desconoce que los números son una estupenda carta
de presentación para desestimar o diluir cuestionamientos y criticas.
Aunque esos 33 puntos (con esas mismas unidades San Lorenzo
salió campeón en la segunda mitad de 2013) no le abran en Independiente las
puertas del cielo. Pero, en general, lo protegen. O parecen avalarlo.
La realidad es que al microclima instalado en Independiente
se lo comieron esos números. O esa falsa opción. Y lo confundieron.
Miró más los números que el juego. Miró más la ubicación en
la tabla que el juego. Miró más los 10 goles que anotó Mancuello que el juego.
Miró, en definitiva, más las formas que el contenido. Y el contenido que exhumó
el equipo en las 19 fechas del torneo, fue discreto. O decididamente mediocre.
Esa barrera la pudo cruzar solo en muy pocos partidos.
¿Por qué nunca paró de chapear Almirón? Porque se sintió muy
bancado por los dirigentes. No está mal que los dirigentes sostengan a un
entrenador si confían en él. Lo que está mal es que solo observen como producto
de su labor, la suma de puntos conquistados, que tampoco son tan envidiables.
Porque esa mirada tan reducida y estrecha no incluye aspectos insoslayables del
fútbol bien pensado y ejecutado, como el funcionamiento y el estilo.
No mostró funcionamiento ni estilo Independiente durante el
campeonato. Siempre fue errático. Siempre fue desconcertante. Siempre caminó al
borde del precipicio y varias veces se cayó. Decir como dice Almirón y la
dirigencia que "hay que valorar lo que se hizo porque se viene del
ascenso", parece un análisis propio de un club acostumbrado a militar en
la B Nacional. Y no un club que como un hecho excepcional estuvo en esa
categoría.
El resultadismo al que se aferra Almirón en sintonía con
otros protagonistas del fútbol argentino, debilita y condiciona su mensaje como
entrenador. Hoy quizás en alguna medida pueda fortalecerlo de cara al
conformismo matemático que campea en Independiente; pero mañana, con otros
resultados, puede arrojarlo a las brasas.
La historia del fútbol mundial indica que esta arma de doble
filo termina cortando a cualquiera. A Almirón como al más pintado. Aunque el
más pintado sea una celebridad. O una cara sin ningún relieve.
Fuente Diario Popular
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