Por Matías Méndez - Especial para Infobae
Luciano Olivera sintió la necesidad de compartir con su
padre ausente la tristeza que estaba atravesando como "hincha
apasionado" y "tipo sensible". Así nació "Aspirinas y
caramelos. Postales de una infancia"
El 15 de junio de 2013 ocurrió algo inédito e inesperado:
Independiente descendió a la Primera B. Aquel viejo Rey de Copas que en los
setenta y ochenta ganaba todo se iba a jugar a la segunda categoría. Los
hinchas rojos estaban destrozados ante lo inevitable. En medio de esa tristeza,
hubo uno que utilizó las redes sociales para dar a conocer una catarsis pública
que se llamó Aspirinas y caramelos. Se trató de una carta a su padre muerto en
la que le explicaba lo que estaba viviendo. De pronto, ese texto se unió a los
de Eduardo Sacheri y ambos se convirtieron en los salvavidas de diablos caídos
en desgracia. Esas líneas saltaron a los diarios, las revistas y los
noticieros. Hasta los medios extranjeros las reprodujeron.
El autor se llama Luciano Olivera y esa súbita popularidad
lo incentivó a escribir más. Y a recordar y repasar sus años de infancia, en
una casa de clase media, con un padre periodista, antiperonista y fanático de
Independiente, una madre ama de casa y dos hermanas. Por esa mirada de niño atento
pasó la muerte de Juan Domingo Perón, la guerra de Malvinas, el regreso a la
democracia o las interminables crisis económicas argentinas. Aquel niño es hoy
un periodista que supo dirigir Canal 7 y UBA TV, el canal de la Universidad de
Buenos Aires, y que está al frente de su propia empresa, que produce ciclos de
televisión. Aquel texto forma parte del primer libro de Olivera que Aurelia
Rivera distribuye en esos días, Aspirinas y caramelos. Postales de una
infancia.
Luciano Olivera estuvo en la redacción de Infobae para
conversar sobre estos textos breves que, lejos de la melancolía, llevan al
lector a recorrer su propia infancia.
"El disparador fue la pérdida de categoría de
Independiente -explica el autor sobre el origen del libro- pero lo que yo sentí
ahí fue la falta que tenía de un bastón para atravesar ese momento, que algunos
vivimos con más pasión que otros, hay que reconocerlo. Soy un hincha muy
apasionado y también soy un tipo sensible en definitiva, por eso a veces esas
cosas golpean más. Fue la primera vez en muchísimos años que me pasaba que
había algo que era únicamente de mi viejo y mío, en donde él no estaba. Es
probable que eso haya sido el disparador de la necesidad de contar qué me
pasaba con haberlo perdido. Habíamos perdido algo como la categoría y se me
venía a la cabeza la pérdida enorme y muy temprano (porque fue a los 12 años)
que había significado la de mi viejo".
—¿Cómo se trabaja cuando la materia prima es la memoria
propia y los recuerdos familiares?
—Por un lado, evocar es un ejercicio que muchas veces
intentamos no hacer, porque nos lleva a un pasado que con frecuencia no
queremos recordar. Me propuse un ejercicio de memoria que fue empezar a anotar
las cosas de las que me iba acordando y luego las comencé a desarrollar,
temiendo que se me fuesen olvidando, porque la carta Aspirinas y caramelos
provocó una rotura de dique. Aparecieron un montón de recuerdos que tenía muy
tapados y que evidentemente estaban vinculados con la falta de duelo por la
muerte de mi viejo. Como me fueron apareciendo, los fui anotando y luego los
fui desarrollando y es verdad que hubo muchos en los que tuve que, como dicen
los psicólogos, atravesar el fantasma, porque se me aparecían todo el tiempo
cosas que quizás no quería recordar, pero ya estaba entregado al texto y quería
ser auténtico. No me parecía sano censurarme demasiado, de todos modos es un
desnudo cuidado y no está todo. Es el viaje de un nene hincha de Independiente
fanático y enfermo con su papá, que es lo mismo, y de repente lo pierde. Y ese
viaje de la niñez feliz a la niñez un tanto trágica y el inicio de una
adolescencia en un punto sin referencias traté de hacerlo atravesando esos
dolores.
"Uno pone en
palabras, como otros en imágenes y sonidos, algo que nos pasa a todos"
—Hace unos días, hablando con Martín Kohan, que es también
un hincha apasionado, me decía que él vive el fútbol y la literatura con
distintas intensidades. El fútbol como lugar en donde se siente parte de un
colectivo, por más que vaya solo a la cancha, y la escritura como el lugar del
ensimismamiento.
—No sé si tanto, para escribir sin duda hace falta soledad y
concentración. Es muy difícil hacerlo en un ambiente público y con otras cosas
en la cabeza. Lo que yo hice en el libro fue colectar momentos que más bien son
de rasgos populares, entre la barriada, el fútbol y la historia familiar. Si
tiene algo de interesante, es que son cosas que nos pasan a todos. La
literatura y el género humano van completamente de la mano y después cada uno
lo procesa como puede. Uno pone en palabras, como otros en imágenes y sonidos,
algo que nos pasa a todos.
—A lo largo de las páginas se va construyendo o quizás
buscando edificar una identidad. ¿Está de acuerdo?
—Sí, totalmente porque estoy seguro de que lo que sentimos
como hombres cotidianos es que las cosas que nos van pasando son únicas.
Siempre uno siente "me pasó a mí" y después cuando uno charla e
interactúa, te das cuenta que lo que te pasó es algo que te pasó a vos, que le
pasó a él y que son cosas bastante comunes. En un punto lo que sucede con estas
historias es que son mías, y a veces hago el chiste de decir: "No se crean
que escribí mis memorias, porque sería un poco presuntuoso, pero lo que sí hice
fue ir ideando postales que podrían ser de cualquiera". Me ha pasado mucho
con alguna gente que la leyó y me dice: "Yo también perdí el Prode
faltando un minuto". O "A mí también me llevaron a la Chacarita a ver
los tíos que estaban muertos". Hay como una construcción de una identidad
personal, pero que en gran parte es bastante común a cosas que nos pasan a
todos. La construcción de lo que escribo está muy vinculada con fenómenos de la
cotidianidad de cualquiera, lo podría escribir cualquiera.
—Si uno pudiese resumir las historias, podría decir que es
como se vivían en una casa de clase media las cosas que le pasaban al país...
—Soy un hijo de una clase media, un viejo periodista, una
madre ama de casa que dejó de trabajar para casarse y ocuparse de la casa.
Fuimos formados en la educación pública mis dos hermanas y yo. Vivimos siempre
en departamentos del conurbano o barrios como San Telmo o Barracas como
inquilinos. Son esos impactos que en ciertos sectores, o muy bajos o muy altos,
quizás se perciban de otro modo. En la clase media más típica, todos vivimos
esa ruptura de, por ejemplo, una gran devaluación. Mi viejo hacía el chiste,
cuando cobraba, de darnos la plata y nosotros se la llevábamos a mi mamá y un
día en lugar de un sobre trajo un paquete de plástico muy grande y nosotros nos
pasamos no sé cuánto tiempo llevándole plata a mi mamá, porque nos daba fajos.
Pero después, cuando tuve que ir a comprar fiambre a la noche, tuve que llevar
un fajo así de grande, porque se había devaluado todo. Así, muchos chicos nos
íbamos enterando de lo que significaba una devaluación, la guerra de Malvinas o
cosas que nos pegaban de una manera particular.
—En un fragmento dice: "Conocí la muerte con la cara de
Perón".
—Sí. Mi viejo era un antiperonista furioso, guardaba el
Libro negro de la dictadura de Perón, guardaba los manuales escolares donde
decía "Eva me ama" para defenderse en peleas que tenía con sus amigos
peronistas. Cuando muere Perón, se pone contento y yo era muy chico, pero lo
recuerdo bien poniéndose contento. Él no era un tipo de clase alta, pero había
sido muy perseguido por el peronismo, la había pasado mal. Había nacido en el
27, con lo cual vivió su juventud en pleno peronismo y como un tipo militante
en contra, la había pasado mal. La chica que trabajaba en casa se puso a llorar
cuando Isabelita comunica la muerte y para mí ese momento fue muy fuerte. Viví
esas rupturas sociales y culturales; efectivamente el primer cadáver que yo vi
fue Perón en el cajón. Fue un debut extraño con la muerte.
"Andar por la
vida con la necesidad de la moral es una obligación extra"
—Leyendo cómo narra qué le dejó su padre, recordé algo que
escribe Pablo Ramos en el comienzo de una novela. Cita a su abuelo que decía:
"La patria del hombre es su moral".
—Mi viejo era un tipo que le adjudicaba a la moral un valor
enorme y, a veces hasta escuché decir, exagerado, "Pero, no sé, no soy
quién para juzgar". Vi a un tipo muy preocupado por la moral y no sé si es
lo que me legó, porque tampoco puedo juzgar mi moral. Pero sí sé que me dejó la
preocupación por el tema. La moral en mi formación no fue un tema menor, fue un
tema importante, con toda la carga que eso implica, porque andar por la vida
con la necesidad de la moral es una obligación extra. Me legó esa preocupación
por el tema y no mucho más, pasiones en todo caso, el Rojo y la música. La
moral fue un hilo conductor en nuestra relación. Por ejemplo, como hincha de
Independiente y si bien no era de paladar negro, no soportaba una trastada, no
le hubiese gustado ganar un partido con trampa.
—Me gustaría que terminemos la charla con la historia de
aquel que murió dos veces.
—Yo vivía en la calle Hipólito Yrigoyen, en Lomas de Zamora.
Es una avenida ancha que atraviesa el sur, justo enfrente del diario La Unión,
en donde mi viejo estaba trabajando medio en una especie de exilio interno en
los años de los inicios de la dictadura. Como había venido de la capital y
había tenido un paso exitoso por algunos medios, era como la estrella de ese
diario zonal. Esa avenida se cruzaba con otra, también muy transitada, que se
llamaba Boedo y cada dos por tres había un choque. Hubo un día que yo estaba en
el balcón mirando para abajo y veo una furgoneta que viene por Yrigoyen y un
colectivo por Boedo, chocan y se van para los costados. Dos personas salen
expedidas de la camioneta: una para adelante y otra para atrás y quedan los
cuerpo tirados en la calle. Llega una ambulancia muy rápido y empiezan los
ejercicios de reanimación, hasta que ven que no reaccionan y lo tapan con un
plástico. En un momento llega mi viejo, que baja del colectivo y se mete en la
escena y se va al diario. Desde la ventana de mi casa, lo veo sentarse en la
máquina de escribir la noticia y me voy a dormir un poco traumado, porque había
visto un muerto. Al día siguiente, cuando leo el diario que mi viejo traía a
casa a la mañana, veo la nota y no veo ninguna referencia al muerto hasta que llego
a un sueltito que se llamaba Murió dos veces. Resulta que la furgoneta era una
camioneta que llevaba un cadáver de un hospital a la sala mortuoria y cuando el
cuerpo cae, los médicos no se dan cuenta de que estaba muerto y empiezan a
reanimarlo. Mi viejo escribe el suelto ese del muerto que murió dos veces y yo
lo rescaté, porque fue un golpe muy fuerte ver ese muerto y después entender
que el tipo ya había estado muerto todo ese tiempo.
Fuente Play Fútbol
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