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lunes, 20 de febrero de 2012

Lanús se encontró con el gol sobre el final


Lanús se encontró con el gol sobre el final y dejó a Independiente al rojo vivo

Una gran definición de Pavone le dio la victoria al Granate a cinco minutos del final; dos jugados, dos perdidos para el equipo de Ramón

Por Ariel Ruya 


Así definió Pavone, ante la salida de Hilario


Hay un detalle. Una jugada. Una mirada, tal vez maliciosa, pero que descubre una certeza. Eduardo Tuzzio, de espaldas, en ataque, cubre una pelota a centímetros de la línea final. Una acción que repite hace algunos años: pisa la pelota, la defiende con el cuerpo, mira de reojo el córner, en una acción de ataque aislada. Su voluntad tiene premio: tiro de esquina para Independiente, durante el segundo tiempo, cuando se juega algo mejor. De inmediato, lo sorprende una ovación, un aplauso estelar, de los tres o cuatro que despierta un equipo que navega en la hibridez. Es una muestra: Independiente no tiene qué aplaudir. Tuzzio, en realidad, no es el responsable: es un buen defensor que suele proyectarse. Lo que expone su individualidad, ese instante, ese aplauso, es el mareo en el que suele caminar Independiente, sediento y hambriento, perdido en el desierto desde hace un buen tiempo.

No sólo es un equipo tibio, no sólo no suele jugar bien. No sólo no marca goles y se mueve entre las sombras de un clima enrarecido de adentro y de afuera. Lo llamativo, lo doloroso, en realidad, es que no juega como un equipo grande. No trata de arrollar al adversario, ni siquiera en su casa. No sólo no puede: parece que no quiere. Independiente no juega con su camiseta.

Porque jugar mal (o regular, en realidad) juegan casi todos. Sólo Vélez, un club ejemplar, puede escapar de esa teoría. También, entre ráfagas, otro ejemplo más humilde en épocas pasadas y poderoso en el presente: este Lanús, que le gana a Independiente, en Avellaneda, por 1 a 0, con otra gran definición de Pavone, cerca del epílogo, como en otras ocasiones. 


Independiente, en realidad, juega tan mal como casi todos en el confuso, errático y parejo fútbol doméstico. Sin embargo, Independiente no es un equipo más. Su historia es de novela. Sus hazañas, de colección. Ídolos, vueltas olímpicas, grandeza sin igual. Este Independiente no tiene muchas figuras, es verdad. Sólo un puñado de habilidosos, unos cuantos combativos y un entrenador que hace algunos años que tiene escondida la brújula. No se trata de jugar algo mejor, sino algo mucho más profundo: mostrarles a los rivales su camiseta. Recordarles su historia. Jugar con la bandera de Independiente, esa que alguna vez fue motivo de orgullo y que hoy, en la mediocridad general, pesa en gramos. Esa misma que supo cargar toneladas.

Ese primer capítulo es la mejor muestra. Lanús, con la movilidad de Pereyra y las ganas de Romero, le marcó el sendero. Pequeñas luces en la tarde gris, aunque iluminadas por el equipo granate. Independiente era un espectador en su casa. Con un esquema renovado con tres defensores, con pibes y experimentados y con la desesperación de Farías por fabricarse sus propios espacios.

Un disparo de Díaz, el defensor granate, desde lejos, que chocó en el travesaño y viajó al cielo, no disfraza la realidad de la segunda mitad: Independiente mejoró. Tanto, que hasta pudo haber marcado un gol. Siguió jugando tan mal como casi siempre, pero al menos Pato Rodríguez recordó que es el enganche; Julián Velázquez confirmó la teoría de que tiene futuro europeo y hasta hubo algunos avances por las bandas con cierto peligro. 






Sin embargo, no alcanza. No basta, porque Independiente debe transformar su filosofía. Su cabeza no piensa como un equipo poderoso. No se trata de atacar más o menos: es una cuestión de principios. En eso andaba Independiente, atacando con cierta ambición en la parte final, cuando Lanús (un equipo confiable, seguro, sorprendente y pícaro), descubrió un contraataque veloz que finalizó con un gran remate de Pavone.

No hacía falta perder: no lo merecía, sinceramente. Con el 0 a 0, en realidad, el contexto hubiese sido parecido: los silbidos, hirientes si entienden el mensaje, viajan hacia un grupo de jugadores que deben mostrar rebeldía en la adversidad. Coraje en la desventura. Grandeza en la caída. De eso se trató, aunque hoy parezca lejana, la gran historia de Independiente.

Insultos, apenas marcó Lanús

El clima del Ro jo sigue enrarecido. Hubo apoyo hasta el gol de Pavone, cuando la hinchada cambió: "Jugadores, la c..."

Dos cambios de Ramón, en el centro de las polémicas

El cambio de Iván Pérez por Godoy fue indiferente; luego, Benítez entró demasiado tarde por un inexpresivo Parra; Núñez (cuestionado) por Rodríguez fue sugestivo, porque Patito había mejorado su tarea.

Tiene un mal fundamental: no puede marcar goles

En el verano, anotó un gol: Schiavi, en contra, ante Boca. En el torneo ya van dos partidos sin conquistas. Farías tuvo opciones (aquí, contra Goltz), pero no celebra desde el 11 de noviembre último, para Cruzeiro.

En el final, silbidos para todos; antes, para Maxi

Maximiliano Velázquez tuvo un paso errático por Independiente; ayer, volvió a Lanús y fue reprobado por casi todo el estadio. Al final, con la derrota, los silbidos cambiaron de dirección: fueron para el equipo.



Fuente Cancha Llena

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