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lunes, 10 de abril de 2017

La primera victoria del ciclo Holan llegó donde Independiente se siente más cómodo: lejos de casa


Por Jonathan Wiktor


Meza celebra con Rigoni, autor de dos goles en Entre Ríos; los Rojos se despertaron tras tres empates seguidos. Foto: Fotobaires


PARANÁ.- Fue increíble, casi de guión. Luego de tres empates consecutivos, el primer triunfo de Holan en Independiente sucedió a 462 kilómetros de Avellaneda, en un estadio que solía volverse rocoso para los equipos que buscan asumir la iniciativa, pero que ayer por la tarde fue apenas una fortaleza en ruinas tomada por asalto. Esta ciudad se nubló durante todo el día, la lluvia fue constante y sobre un campo de juego que soportó el traqueteo sin grandes inconvenientes, los Rojos desataron la tormenta más hostil de los últimos años. Patronato, que hacía siete partidos que no caía en su casa, quedó a merced de su rival, que no le tuvo piedad y le metió cinco goles ante la mirada de su gente, que luego del duelo quedó confundida por semejante diferencia. Independiente, que fue un equipo primaveral, lleno de vigor, dejó atrás la imagen tibia y anodina para hacer saltar la banca en poco más de 90 minutos.

Hubo un tiempo para el análisis. Independiente se alineó detrás de sus conectores externos -Rigoni por la derecha y Barco por la izquierda- para empezar a construir la victoria. Toda la estructura que dispuso Holan -con cuatro defensores, dos mediocampistas centrales, tres conectores y un punta- funcionó en armonía y con fluidez. Fue, sin embargo, recién en los pies del cordobés y del joven santafecino donde estuvo la proliferación del juego. Fueron las puntas de lanza de un equipo que distrajo por el medio pero que lastimó por las bandas. Rigoni, autor de dos goles, y Barco, responsable de uno, fueron los que tiraron del carro. El equipo ya se intuía en los partidos anteriores, cuando merecía pero no podía convertir, pero esta vez evolucionó. Independiente se descargó con una goleada bestial. Hacía 11 años, desde el 1º de febrero de 2006 cuando goleó a Instituto, que no marcaba cinco tantos en condición de visitante. En aquel equipo jugaba Agüero. Un recuerdo lejano.

Mientras Patronato se empecinaba en ser una cáscara vacía, un conjunto desalmado desde el cuarto minuto -cuando quedó abajo en el marcador-, Independiente, astuto y vertiginoso, vio sangre y fue por todo. El compromiso siempre estuvo de su lado. Gobernó el partido con tal seguridad que no hubo ni siquiera un arresto que lo pusiera en serios aprietos. El local, que no fue ni una sombra, se abrió para ensanchar el ataque, pero despobló el medio campo y se quedó sin zona de transición. Sin herramientas ni intensidad que pudieran equilibrar las diferencias de talento entre ambas plantillas, los once titulares de Forestello quedaron obligados a buscar en largo a Quiroga o a reducir sus intentos a pelotas quietas. El fútbol tiene sorpresas, pero ayer, cuando la visita marcó el primero, no quedó espacio para ninguna. Fue como si el desarrollo hubiera durado hasta ese momento.

Tampoco había mucho lugar para esperar una goleada de tal magnitud con los antecedentes cercanos de Independiente. Antes del duelo con Patronato, registraba una estadística antipática: en 16 partidos en el torneo local, apenas tenía 12 goles a favor. Si se sumaban la Copa Sudamericana y la Copa Argentina, la cifra era de 15 en 21 juegos. Un promedio de 0,71. Ayer, en una sola tarde, convirtió el 33,3 por ciento de los que acumulaba en la temporada.

Sí pudo haber habido una suerte de anticipo de que ganar era posible: de los 27 puntos que tiene Independiente en el campeonato, 17 fueron conquistados afuera de su casa. Sólo diez los consiguió en el Libertadores de América. Los Rojos, si sólo se tuvieran en cuenta los partidos como local, ocuparían el 27º lugar de la tabla de posiciones, apenas por sobre Arsenal, San Martín (San Juan) y Belgrano. En cambio, si sólo se contaran los encuentros de visitante, estarían en el segundo puesto, detrás de Boca, que tiene dos partidos más.

La goleada fue tan liberadora que desató la euforia del plantel entero. El vestuario, ubicado debajo de la prolija platea oficial, fue el escenario donde los jugadores y el cuerpo técnico festejaron a los gritos el primer triunfo del año. Hubo dos casos que tuvieron luz propia. El primero fue el de Rodríguez Berrini -que busca recuperar su mejor versión-, quien entró en la segunda parte, cumplió su función y anotó un gol de antología, al ángulo y de media distancia, imposible para el experimentado Bértoli. Pocas veces un remate tan violento tuvo tal suavidad. El segundo fue el de Albertengo, que se rompió los ligamentos en 2015 y se desgarró en 2016, quien ayer volvió a convertir un gol. No lo hacía desde el 16 de septiembre de 2015. Esta semana el delantero se enteró de que será padre. En la conferencia de prensa se lo vio emocionado.

Tal vez el único capítulo que no se cerró fue el de Gigliotti. El ex delantero de Boca, tras el penal desperdiciado ante Alianza Lima, luce un tanto frustrado, falto de confianza. Tuvo oportunidades para marcar y sacarse la bronca, pero no hubo manera. Contó con una posibilidad muy clara, a los 26 del segundo tiempo, pero definió con dudas, a las manos de Bértoli. No tiene goles en Independiente. Lo positivo fue que le cedió el tercero a Rigoni, el que desató la goleada posterior. En otro momento, con más hambre, Gigliotti no hubiera dado la asistencia.

Tal vez a partir de ahora Independiente se moverá con otra soltura. Holan precisaba un triunfo así. Los jugadores, también. La gente ni que decir. Será cuestión de ver cómo se desenvuelve en Avellaneda, donde más le cuesta.



Fuente Cancha Llena

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