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jueves, 19 de octubre de 2017

Opinión - Lo que tiene que descubrir Barco - Por Eduardo Verona

- Por Eduardo Verona


José Brusco / Diario Popular

Cuando irrumpió en Primera hace poco más de un año e Independiente era dirigido por Gabriel Milito, el pibe Ezequiel Barco casi ya era considerado un crack. Tanto apuro para calificar sus condiciones se estrellaron contra rendimientos discretos. La verdadera medida de su fútbol todavía está por descubrirse. Los tiempos exactos de la entrega. La gambeta indicada que debe contemplar cuándo y dónde.

El Independiente de Holan, con una duda
¿Es un crack Ezequiel Barco? No. ¿Es un mediocre? Tampoco. A sus 18 años, Barco, naturalmente, todavía está en proceso de plena construcción futbolística, más allá de otro tipo de construcciones más privadas y más complejas.


Su aparición en la Primera de Independiente en el segundo semestre de 2016 bajo la conducción de Gabriel Milito, despertó en el ambiente elogios desmedidos. Poco menos que se decía que era un auténtico fenómeno por su atrevimiento para encarar apenas recibía la pelota y para ganar a favor de su habilidad en el mano a mano.

Los partidos, las circunstancias, las decisiones que fue tomando en los desarrollos y los aciertos y los errores de manera progresiva fueron ubicando a Barco en un lugar alejado de las estridencias (tan habituales en la aldea del fútbol argentino) y de los rendimientos próximos a las grandes decepciones.

La realidad es que no la rompió Barco en Independiente como parecía anunciarse desde ese escenario capturado por los apuros y las urgencias. No la rompió en la medida en que lo anticipaban los medios apenas surgió su figura menuda y frágil. Y como no la rompió en la dimensión en que se esperaba, ahí nomás se asomó lo que suele asomarse en estos capítulos: cierta frustración, cierto desencanto, cierta sensación de que las amenazas futbolísticas del pibe Barco no iban a poder concretarse.

Del encantamiento inicial se pasó entonces, sin instancias intermedias, a la desilusión. El encantamiento y la desilusión son caminos extremos y lineales que nunca recorren otros paisajes, otras interpretaciones, otras miradas.

Haberlo consagrado a Barco de la noche a la mañana como una joya efectiva de Independiente fue subirle su precio virtual y real conociéndolo muy poco. Viéndolo muy poco. Jugando muy poco, en definitiva. Y jugando bien, regular y mal.

Lo bueno es que nunca demostró que le tiene miedo a la pelota. No le tiene miedo al compromiso de tenerla. De ir a buscar al rival para gambetearlo. De encarar hasta en inferioridad numérica. Del contacto físico en condiciones siempre desventajosas, considerando su peso y su altura. De pedirla hasta cuando no hay que pedirla.

En esos planos vinculados a su conexión directa con el juego, su saldo es favorable. Pero es negativo cuando traslada más de lo que tiene que trasladar. A mayor traslado es mayor la incompetencia para ver la jugada, para adivinar el pase, para clarificar. El Pibe Valderrama no trasladaba. Pasaba muchísimo la pelota por él. Y tocaba de primera o de segunda descubriendo los espacios. No precisaba trasladar para ser un crack. Hacía viajar a la pelota. Siempre segura. Siempre filosa. Siempre con criterio para facilitarle la progresión ofensiva a un compañero.


No pretendemos que Barco juegue como ese talentosísimo jugador que fue Valderrama, además porque Valderrama era un diez clásico y Barco no lo es. Pero sirve de ejemplo para encontrar la inteligencia aplicada al juego. Por supuesto que tiene que seguir creciendo Barco para largar la pelota cuando los tiempos de la maniobra lo indican. Porque esos tiempos son esenciales para que una jugada se desvanezca y quede en la nada o para que una entrega perfecta perfore a cualquier defensa por más bien plantada que se encuentre.

Dicen los libros no editados del fútbol que esa medida inteligente para leer el irrepetible aquí y ahora se lo van a dar los partidos disputados o la experiencia acumulada. Puede ser. Pero no es científico. Porque no hay nada científico en el fútbol. Del juego estamos hablando.

La evolución o la incapacidad para acceder a ese conocimiento estratégico va a depender de Barco. Los técnicos pueden aconsejar, pedir, sugerir, ordenar. Pero adentro de la cancha decide siempre el protagonista. Y esas decisiones, como diría ese gran periodista que fue Dante Panzeri, hasta el propio jugador las desconoce hasta que las realiza.

Es la improvisación permanente el fundamento invencible del fútbol de ayer y de hoy. Improvisa Barco en la gambeta que busca el desequilibrio. Descubrir cuándo y dónde es el asunto central. Es el secreto de cada uno. El misterio de cada uno. Aquel que mejor lo interpreta hace la diferencia. Y crece con naturalidad.

Si Barco será en los próximos años un crack o un mediocre lo revelará él. Aunque a su alrededor lo frecuenten voces y opiniones de todos los calibres y todas las texturas. Pero de él será la última palabra. Como corresponde.



Fuente Diario Popular 

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