- Por Eduardo Verona
José Brusco / Diario Popular
Cuando irrumpió en Primera hace poco más de un año e
Independiente era dirigido por Gabriel Milito, el pibe Ezequiel Barco casi ya era
considerado un crack. Tanto apuro para calificar sus condiciones se estrellaron
contra rendimientos discretos. La verdadera medida de su fútbol todavía está
por descubrirse. Los tiempos exactos de la entrega. La gambeta indicada que
debe contemplar cuándo y dónde.
El Independiente de Holan, con una duda
¿Es un crack Ezequiel Barco? No. ¿Es un mediocre? Tampoco. A
sus 18 años, Barco, naturalmente, todavía está en proceso de plena construcción
futbolística, más allá de otro tipo de construcciones más privadas y más
complejas.
Su aparición en la Primera de Independiente en el segundo
semestre de 2016 bajo la conducción de Gabriel Milito, despertó en el ambiente
elogios desmedidos. Poco menos que se decía que era un auténtico fenómeno por
su atrevimiento para encarar apenas recibía la pelota y para ganar a favor de
su habilidad en el mano a mano.
Los partidos, las circunstancias, las decisiones que fue
tomando en los desarrollos y los aciertos y los errores de manera progresiva
fueron ubicando a Barco en un lugar alejado de las estridencias (tan habituales
en la aldea del fútbol argentino) y de los rendimientos próximos a las grandes
decepciones.
La realidad es que no la rompió Barco en Independiente como
parecía anunciarse desde ese escenario capturado por los apuros y las
urgencias. No la rompió en la medida en que lo anticipaban los medios apenas
surgió su figura menuda y frágil. Y como no la rompió en la dimensión en que se
esperaba, ahí nomás se asomó lo que suele asomarse en estos capítulos: cierta frustración,
cierto desencanto, cierta sensación de que las amenazas futbolísticas del pibe
Barco no iban a poder concretarse.
Del encantamiento inicial se pasó entonces, sin instancias
intermedias, a la desilusión. El encantamiento y la desilusión son caminos
extremos y lineales que nunca recorren otros paisajes, otras interpretaciones,
otras miradas.
Haberlo consagrado a Barco de la noche a la mañana como una
joya efectiva de Independiente fue subirle su precio virtual y real
conociéndolo muy poco. Viéndolo muy poco. Jugando muy poco, en definitiva. Y
jugando bien, regular y mal.
Lo bueno es que nunca demostró que le tiene miedo a la
pelota. No le tiene miedo al compromiso de tenerla. De ir a buscar al rival
para gambetearlo. De encarar hasta en inferioridad numérica. Del contacto
físico en condiciones siempre desventajosas, considerando su peso y su altura.
De pedirla hasta cuando no hay que pedirla.
En esos planos vinculados a su conexión directa con el
juego, su saldo es favorable. Pero es negativo cuando traslada más de lo que
tiene que trasladar. A mayor traslado es mayor la incompetencia para ver la
jugada, para adivinar el pase, para clarificar. El Pibe Valderrama no
trasladaba. Pasaba muchísimo la pelota por él. Y tocaba de primera o de segunda
descubriendo los espacios. No precisaba trasladar para ser un crack. Hacía
viajar a la pelota. Siempre segura. Siempre filosa. Siempre con criterio para
facilitarle la progresión ofensiva a un compañero.
No pretendemos que Barco juegue como ese talentosísimo
jugador que fue Valderrama, además porque Valderrama era un diez clásico y
Barco no lo es. Pero sirve de ejemplo para encontrar la inteligencia aplicada
al juego. Por supuesto que tiene que seguir creciendo Barco para largar la
pelota cuando los tiempos de la maniobra lo indican. Porque esos tiempos son
esenciales para que una jugada se desvanezca y quede en la nada o para que una
entrega perfecta perfore a cualquier defensa por más bien plantada que se
encuentre.
Dicen los libros no editados del fútbol que esa medida
inteligente para leer el irrepetible aquí y ahora se lo van a dar los partidos
disputados o la experiencia acumulada. Puede ser. Pero no es científico. Porque
no hay nada científico en el fútbol. Del juego estamos hablando.
La evolución o la incapacidad para acceder a ese
conocimiento estratégico va a depender de Barco. Los técnicos pueden aconsejar,
pedir, sugerir, ordenar. Pero adentro de la cancha decide siempre el
protagonista. Y esas decisiones, como diría ese gran periodista que fue Dante
Panzeri, hasta el propio jugador las desconoce hasta que las realiza.
Es la improvisación permanente el fundamento invencible del
fútbol de ayer y de hoy. Improvisa Barco en la gambeta que busca el desequilibrio.
Descubrir cuándo y dónde es el asunto central. Es el secreto de cada uno. El
misterio de cada uno. Aquel que mejor lo interpreta hace la diferencia. Y crece
con naturalidad.
Si Barco será en los próximos años un crack o un mediocre lo
revelará él. Aunque a su alrededor lo frecuenten voces y opiniones de todos los
calibres y todas las texturas. Pero de él será la última palabra. Como
corresponde.
Fuente Diario Popular
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