Carlos Sergio Cabanillas atajó hasta los 37 años en la liga
de Río Tercero e integró planteles de Independiente y Vélez, pero estuvo
alejado del fútbol por 10 años tras un accidente; ahora se animó a volver en un
rol muy particular
Cabanillas trabaja con seis arqueros. Foto: La voz del
Interior
Por Carlos Delfino
La calma a orillas del lago de Villa del Dique sólo es
interrumpida con algunas risas y diálogos entre amigos que disfrutan de una
tarde cordobesa de pesca. Algunos pejerreyes acompañarán el viaje de regreso al
pueblo, y significará la cena para compartir en familia. A uno de ellos, Carlos
Sergio Cabanillas, le resta una tarea: ir a entrenar arqueros al club Náutico
de Villa Rumipal. No importa que lleve diez años de sus 47 en una silla de
ruedas ni que sea una actividad no rentada ni que haya que levantarse temprano
al otro día para trabajar de albañil en alguna obra: "Es lo que me permite
subsistir haciendo lo que sea mientras me dé la altura o trepando a un
andamio", como asegura El Loco.
Así lo llaman, pero está bien cuerdo. Es un héroe invisible
en la Argentina pero muy vigente en sus pagos. Es una gloria por sus 23 años
como arquero, la mayoría en la liga de Río Tercero, donde debutó en primera
división a los 14 años. Y se ganó más admiración cuando, después de una década
"sin querer ver ni una pelota", aceptó volver a una cancha de fútbol
en esta nueva función. "No tengo problemas en tirarme al suelo con los
chicos para marcarles algo. Ellos me escuchan, me respetan. Siento que les soy
útil. Nos conocemos hace tres meses y hasta se turnan para empujar mi silla por
el campo", comenta Cabanillas. Todo un desafío. En lo personal, para la
dirigencia del fútbol y para el Estado. "En los túneles y en los vestuarios
no hay rampas. No estamos preparados aún. Me pasa algo parecido en las carreras
de caballos y en las de autos, que también me apasionan. Cuando voy termino
viendo el culo de los demás o la ligustrina, que es más alta que la silla. La
gente mezcla capacidad con discapacidad. El tema es que uno se integre pero
además que te dejen integrar. Esto que me pasa y lo cuento puede servir por si
llega a haber otros locos como yo", subraya.
Foto: La voz del Interior
Su vida ha dado un giro. Uno más. Y ahora lo reencuentra con
su deporte favorito. Entonces, se suceden los recuerdos.
Son esos que lo llevan
a 1985, el primero de los dos años y medio que estuvo en Buenos Aires. Al
principio, reclutado por Independiente en una prueba de juveniles, el chico de
un pueblo de unos 5000 habitantes se animó a vivir en la gran ciudad, en la
pensión, becado.
"Entrenaba con Goyén, Bochini, Marangoni, Trossero,
Percudani. Íbamos al Cinturón Ecológico en ese tiempo. Ellos venían de ser
campeones del mundo. Eran unos fenómenos", sostiene. Por su puesto en la
cancha, tal vez, instintivamente nombra primero al arquero, pero parece que
fuera hoy que está "detrás de un vidrio mirando al Bocha, que nos trataba
a los pibes de diez, nos integraba y nos hacía un lugar en la mesa cuando
llegaba el fin de semana y nosotros debíamos arreglarnos para comer fuera de la
pensión sábado y domingo". Carlos extrañaba, pero resistía lejos de la
mateada con su madre, Mercedes. Hasta que se lesionó antes de un partido de la
reserva frente a Huracán y se volvió a Córdoba. Poco después surgió la
oportunidad en Vélez y duró menos de un año. "Estaba [José] Yudica con
[Hugo] Tocalli de ayudante. En ese equipo, Navarro Montoya era suplente. Un
colaborador de ese cuerpo técnico nos reclutó junto a otros dos jugadores, pero
cuando estábamos cerca de pasar a primera, los echaron y al mes también nos
fuimos nosotros". Para nunca más volver.
"El Messi de nuestra liga puede llegar a cobrar 2500
pesos por partido"
Juan Manuel López (entrenador)
Además de atajar en Naútico al comienzo y al final de su
carrera, lo hizo al regreso en Atlético de Río Tercero, en 9 de Julio de la
misma ciudad, en Juniors y en Racing de Nueva Italia. Varios aseguran que fue
el primer futbolista por el que se pagó un pase en la liga del pueblo. "A
mí me gustaba ir al medio, pero un día me mandaron al arco y no lo largué
más", sorprende. Igual, casi siempre hubo que trabajar para poder darse el
gusto de jugar. Y muchas veces no lo separaban ese puñado de kilómetros entre Villa
del Dique y Villa Rumipal o los 115 km hasta la capital cordobesa.
En 2007, por ejemplo, estaba a cargo de un campo en Pampa de
los Guanacos, en Santiago del Estero. "Salía los sábados a la mañana y
tomaba tres micros hasta Resistencia. De ahí, otro más hasta Córdoba. Y mi
señora me esperaba en la terminal en la mañana del domingo con el auto que
teníamos para ir hasta la cancha, a unas dos horas más de viaje. Y luego del
partido, el camino inverso para estar en el trabajo al otro día", relata.
El apoyo de Norma, su mujer, ha sido incondicional, está claro. Antes y después
del accidente que, no obstante, llegó fuera de las rutas en la que pasaba gran
parte de sus fines de semana.
"Fue algo muy tonto. No debió ocurrir. Las calles de
tierra del campo eran parejas, pero yo iba fuerte y en una curva la camioneta
no dobló. Cuando desperté no me podía mover. Intuía que sucedía algo grave.
Pasé por cinco hospitales de distintos pueblos, con ciertas precariedades,
hasta que recién en Resistencia supieron qué tenía. Lloré ocho días
seguidos", revela Carlos. Tuvieron que operarlo de la médula por un
pinzamiento, ponerle unas prótesis de titanio y reubicarle la columna. Ya no
sentía las piernas.
"De pronto me encontré con pañales, necesitando volver
a conocer mi cuerpo. Me sentía mal. Hasta que haciendo la rehabilitación me di
cuenta que había gente que estaba peor que yo. Ahí hice un click",
confiesa. Eligió reinventarse, más contra los miedos de los demás que contra
los propios. Evaluó que debía ser valiente y aprender a vivir otra vida.
"Los que te rodean llevan el dolor por dentro. Uno se da cuenta. Y
aprendés a tener el triple de paciencia. Los amigos y la familia te acompañan,
pero no es nada fácil tampoco para ellos. Igual, en ese momento me aislé del
fútbol. No quería ver una pelota ni por televisión". Pero había que salir
adelante. En ese momento, sus hijas Johana y Melanie tenían 14 y 9 años,
respectivamente. Hoy, diez años después, la mayor es preceptora pero trabaja en
un restaurante, y la menor está estudiando en la Facultad de Río Cuarto.
"Sólo cuando se reciba de contadora me voy a relajar. Mientras tanto, con
mi mujer luchamos contra un león para que mi hija pueda cursar. Tenemos muchos
gastos, sobre todo en medicamentos. Acá mi pensión de discapacidad es de 4500
pesos y sólo de luz pagamos 2000... ¡mensuales!", acentúa, desde su silla,
la misma del primer día, que ya lleva mil y un emparches. Cambiarla cuesta
50.000 pesos.
Cabanillas, en plena práctica de Náutico, el club del pueblo
Cabanillas, en plena práctica de Náutico, el club del
pueblo. Foto: La voz del Interior
Los amigos ayudan a la par de la familia, que incluye a su
hermano Néstor, pero Cabanillas tiene una voluntad infinita. Como cuando volaba
en el arco, sacaba la pelota del ángulo y agigantaba su leyenda. "Apenas
pude me compré una camioneta y la adapté con unas palancas para acelerar y
frenar, y armé un trailer doble. Eso me creó una independencia total. Hasta
hace dos meses, que vendí el remolque, me dediqué también al transporte de caballos
por nueve años", sigue descubriendo.
Casi coincide con su vuelta al club el cambio. Aquello le
llenaba la heladera y su rol de preparador de arqueros le llena el alma. Tiene
-dice- dos brazos que son como piernas. Juan Manuel López, el entrenador del
primer equipo de Naútico, pagaba la entrada para ir a verlo y le marcó su
primer gol en primera cuando fue jugador. El último verano, tiempo después de
conocer la situación de Cabanillas, lo fue a buscar para ofrecerle el lugar en
el cuerpo técnico. Se encontró con alguien que no quería saber nada del fútbol
pero lo ablandó. En enero recibió la respuesta afirmativa que deseaba y hoy se
emociona por verlo revolcarse para enseñar. Ahora, El Loco no sólo vive de los
recuerdos de las pilas de recortes de diarios de los '80 y los '90 que guardaba
en carpetas para cuando tuviera un hijo varón. "Al final vinieron nenas.
Igual se los mostré pero no es lo mismo", sostiene, sonriendo. Como cuando
llega la noche cuatro días a la semana y tiene que ir a entrenar. Nada de tomar
una sopa e irse a dormir a las 9 de la noche. Ya no.
"Es de lo más difícil transmitir los conocimientos del
oficio. Se tenían que dar las condiciones. No quería ser un obstáculo. Además,
me fui reencontrando con muchos amigos del pasado, gente con la que ni siquiera
compartí un equipo. Yo terminaba de jugar y lo más común era que me fuera a
comer un choripán con hinchas rivales. Creo que de golpe estoy cosechando todo
eso", analiza. Hay algo más: cuando el periodista Hernán Laurino lo entrevistó
en el diario La Voz de Córdoba le llovieron los llamados y mensajes a
Cabanillas. "¿Se acuerda de Pedro Catalano, un arquero de Deportivo
Español? Se preocupó por mí. No nos conocemos. Fue una sorpresa. Viví muchas
situaciones de ese estilo. Vuelvo a sentirme respetado y querido. Cuando veo
gente joven que no tiene ganas de vivir, espero llegar a ellos con mi
mensaje", afirma, con genuina humildad. Y finaliza: "A mí no me
interesa ser visto como un héroe, sino como alguien que se animó a luchar y
puede contagiar a quienes conozcan mi historia".
Fuente Cancha Llena
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