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Un café en Santos Lugares. Pagos de Don Ernesto Sábato,
con mesa en la calle donde se puede fumar.
Un Amigo y un recuerdo que viene nostálgico a la
memoria.
¿Te acordás de…?
Y detrás las imágenes de un tiempo no sé si mejor.
Pero
al menos más sano y menos contaminante, con “contactos” que no sabés si son o
no son.
¿Hombres o Mujeres? Escondidos detrás de un apodo y tal
vez publicando fotos ajenas.
Nos abrazabamos. Nos puteabamos.
Pero cara a cara. Cada
cual sabía quién era.
O eras.
Los recuerdos nos ganaron.
Y Volvimos a pasar la película.
Y Volvimos a pasar la película.
Atrás al arco el infaltable gordo dueño de la pelota.
Nunca dijo de que equipo era. Pero festejaba todo.
Un dia se mudó.
Y nos quedamos sin pelota. Y sin arquero.
Eramos seis la base del equipo. Todos hinchas del
Diablo de Avellaneda.
Juanca que tenía un lomo que asustaba a los rivales.
Yo que terminaba la línea de backs por izquierda y metía.
Yo que terminaba la línea de backs por izquierda y metía.
Alfredo el loco
de la gambeta. Osvaldo, que de solo saber que venía atrás de ellos, la soltaban
y el Vasco que la paraba y distribuía con criterio, eran la línea media.
Adelante eran cuatro hinchas de otros equipos, menos el
flaco al que llamábamos “Ayudame a vivir” que con sus flacas gambas dibujaba
sobre la raya como wing y soñaba en Rojo emulando a Cruz.
Dos bosteros, una gallina (Que todavía no gozaba de ese
apodo)
Y el nene Trappani, que jugó en Almagro, pero de
corazón Verde Ferrocarrilero.
El problema era el arco.
Y así comenzó mi romance con los tres palos, espacio inmenso que solo tapás porque el contrario viene desesperado.
Pero si viene cómodo, y se la sacas al corner, sos Gardel.
Además era más lindo tener panorama de toda la cancha.
Lo que no tuve en cuenta era que los pifios de Juanca y del Potro, que me reemplazó marcando punta, me los comía Yo revolcándome ante los delanteros rivales, que no reconocian la pelota de mi cabeza.
Y fueron tardes de héroe y de villano, cuando se me escapaba una.
Y todos me miraban sin decir nada.
Pero Yo escuchaba todo.
Y nunca les recordé al gordo. Teníamos códigos.
El problema era el arco.
Y así comenzó mi romance con los tres palos, espacio inmenso que solo tapás porque el contrario viene desesperado.
Pero si viene cómodo, y se la sacas al corner, sos Gardel.
Además era más lindo tener panorama de toda la cancha.
Lo que no tuve en cuenta era que los pifios de Juanca y del Potro, que me reemplazó marcando punta, me los comía Yo revolcándome ante los delanteros rivales, que no reconocian la pelota de mi cabeza.
Y fueron tardes de héroe y de villano, cuando se me escapaba una.
Y todos me miraban sin decir nada.
Pero Yo escuchaba todo.
Y nunca les recordé al gordo. Teníamos códigos.
Eran “desafíos”
entre barrios. Donde se jugaba el Honor.
Cruzando una tarde el golf próximo a la cancha de Almagro y como en un sueño, voló una pelota seguramente revoleada por algún exquisito, y la corrimos y atrapamos.
Ni te cuento como rajamos.
Era nuevita, con solo un rayón negro de la patada
criminal que la puso en órbita.
Una Sportlandia al cuadrado. Redondita como bolita
rezaba su publicidad en la querida “Goles”.
Volvimos con Ella como un tesoro.
Y allí surgió la discusión.
¿De Quién es? Nos preguntamos.
¡De todos! Respondimos.
¿Pero quién la guarda?
Amigos pero recelosos por la experiencia del gordo que
nos dejó sin fobal, elegimos al Padre Carmelo, que nos había hecho tomar la
comunión a todos como depositarios del balón.
Allí surgieron los problemas de conciencia.
¿Y si nos pregunta de donde la sacamos? ¿Qué le decimos?
Y fieles a nuestra promesa de no mentir, pero un
poquito no hace mal, total después te confesás, dijimos:
¡ Que la ganamos en una rifa !
Y allí fuimos, a entregarla al sagrado depositario de
nuestro balón.
Te la hago corta, porque tal vez te aburre mi relato.
Al otro día, Juanca y Alfredo me dijeron ¡Están
jugando los Boy Scouts con nuestra talope!
Salimos corriendo y vimos como detrás de la Iglesia de
Lourdes en una cancha pelada llena de piedritas, nuestra pelota sufría lo que
Jesucristo después del Sanedrin y durante el Gólgota.
Juanca la agarró cuando se fue afuera y antes de que intentaran
el saque de banda ya estábamos a cuadra y media.
La agarramos, la abrazamos. Vimos sus peladuras y nos
desconsolamos.
Hasta que el loco de la gambeta Alfredo, cuyo padre era
carnicero dijo:
¡Un poco de grasa que me dé el viejo y como nueva!
Un día a los Scout del Padre Carmelo les metimos ocho.
Como venganza, y con pelota de Ellos.
El cura Carmelo se fue a los meses
Volvimos a tomar agua bendita entre tiempo y tiempo...
Gracias por "escucharme"
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Por rrrojo para Independiente de Paladar Negro.
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