Por Diego Latorre
Foto: LA NACION / Fabián Marelli
Quiero abstraerme de todo lo que pasó hasta acá, quiero
dejar de lado todo lo que tuvimos que sufrir y padecer, todo lo que debimos
atravesar. Quiero enfocarme solo en el magistral, en el emocionante partido de
Lionel Messi , y no puedo creer que hayamos tenido que esperar hasta el último
partido para decidir nuestra suerte.
A un jugador como él es cuestión de darle apenas unas
facilidades mínimas, de que Enzo Pérez le pase la pelota en los momentos
oportunos, de que Benedetto pivotee como mandan los cánones y que Di María
entienda la necesidad de asociarse para ser profundo. Después, el 10 encontrará
siempre las soluciones para todo lo demás.
En las peores condiciones posibles, luego de recibir un gol
a los 40 segundos que nos dejaba afuera del Mundial, con el añadido de la
altura y el peso de la racha adversa sin marcar en los partidos anteriores,
Messi sacó a relucir toda su rebeldía y su jerarquía para contagiar al resto de
sus compañeros. En un partido extremo expuso todo su deslumbrante repertorio para
desequilibrar y definir, ese que hemos visto mil veces en el Barcelona, cuando
toca en velocidad desde afuera del área y llega al remate desde atrás, porque
todos sabemos que es mejor llegar que estar, aparecer que anclarse.
Tuvo esta vez Leo los mínimos auxilios que tanto hemos
anhelado. Es curioso, porque encuentros como el de anoche da la impresión que
es autosuficiente, que puede ganar solo los partidos. Pero no es así. Enzo
Pérez y Di María supieron detectarlo en los momentos justos y le ahorraron la
tarea de ser quien tenga que generar, asistir y definir al mismo tiempo. Con
eso le dieron dinámica, asociación en velocidad y profundidad a los ataques
argentinos.
Por supuesto que también hubo lagunas y que falta mucho para
tener un equipo, un funcionamiento con el cual sobrevivir si el 10 se apaga o
es controlado por el rival de turno. Encontrarlo será el siguiente reto para
Jorge Sampaoli , un técnico de largo plazo y no de emergencias, que ha sabido
construir cada vez que ha tenido tiempo, que en Universidad de Chile y Sevilla
ha demostrado que se lleva bien con la continuidad y los procesos, que instala
su idea de juego y que sus equipos son el reflejo de lo que quiere. Ahora
tendrá ese tiempo que necesita.
Pero esa será otra página. Hoy toca disfrutar de la alegría
y el alivio. De volver a emocionarse una y otra vez con el partido de Messi. Y
también de preguntarse cómo pudimos llegar hasta acá teniendo un futbolista tan
implacable, el más desequilibrante de todos, el mejor del mundo.
Fuente Cancha Llena La Nación
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