El público estuvo ansioso pero más bien pasivo, y pareció
contagiar al juego, lento en los últimos minutos; el Centenario, repleto,
terminó con alivio
Por Nelson Fernández
Un hincha argentino con su hijo, pura ansiedad. Foto:
Reuters
MONTEVIDEO.- El hincha uruguayo fue una especie de
"Doctor Merengue", un personaje antiguo de historietas del porteño
Divito, que mostraba a un caballero prudente, con emociones contenidas en su
imagen exterior, pero con un "Otro yo", descamisado y eufórico, que
expresaba el interior oculto del profesional. Así vivió la hinchada local el
partido de anoche, disimulando nervios, expectante de una genialidad de sus
goleadores, pero temiendo que ante el mínimo descuido, el mejor futbolista del
mundo le arruinara la noche.
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Cuando un hincha va a vivir un clásico, siempre va a ganar,
pero en este caso la barra celeste llenó el Centenario con menor ambición,
consciente de que el rival era un lujo de equipo, peligroso por sus habilidades
y preocupante también por la necesidad de sumar puntos para asegurar su
presencia en Rusia 2018.
Nunca como ayer, los uruguayos llegaron tan temprano al
Estadio. Este chico país de cercanías permite llegar en poco tiempo a cualquier
lado, por lo que la costumbre es que la presencia en un partido, una fiesta o
cualquier reunión, se haga sobre la hora. Pero esta vez fue diferente, como si
la ansiedad por el resultado y la preocupación por el riesgo del combinado
albiceleste, determinara que al llegar antes a la tribuna eso forzaría a
adelantar el partido.
La orquesta y coro juvenil oficial apenas amenizaron la
previa, entonando el himno de todos los tangos, la centenaria Cumparsita, algo
de candombe y poco más. Un espectáculo que no encajó dentro de la tarde y noche
futbolera pero que se dio con respeto del público.
Así fue todo, una selección charrúa que respetaba a la
Argentina y un elenco visitante que también respetaba a un equipo aguerrido,
con Suárez y Cavani, nada menos. Uno es compañero de Messi, el otro, de Neymar.
Respeto hasta en exceso, como para determinar un aburrido
final.
Las preocupaciones previas eran sobre el estado físico de
Luis Suárez, que se había lesionado. Pero en los comentarios de boliche, de
redes o de medios, la preocupación real era el zapato de Messi, que tiene el
cordón atado a la pelota.
Por eso, un Centenario que estuvo sin cantos en gran parte
del partido, quedaba más silencioso cuando el balón lo llevaba Messi.
La barra argentina se hizo sentir con su clásico
"vamos, vamos .", y entonces ahí sí la reacción oriental fue con
silbidos como para marcar la cancha: no habría cantos locales pero tampoco
tolerancia a que el visitante se adueñara del histórico Centenario.
La tensión se mantuvo hasta el final y la hinchada celeste
fue tibia para silbar los toques al costado de una Argentina que parecía
conformarse con un empate. Eso, por creer que hasta el último segundo había
chance de una genialidad.
Los otros resultados de la eliminatoria dieron alivio. Y las
60.000 almas que llenaron el Centenario se fueron con la misma expresión que
tuvieron durante el partido, sin gritos ni cantos. El "otro yo" no
pudo hacer visible un grito de gol, ni la bronca por algo adverso, quedó
encerrado en un "Dr. Merengue" que al final del espectáculo, aplaudió
suave como si en lugar de estar en una cancha de fútbol, hubiera estado en un
teatro de ópera.
Fuente Cancha Llena
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