Por Alexis Potel
Sobre la derrota de ayer, ante Atlético Tucumán por 2-1, y
por supuesto la pronta elimimacion de la Copa Argentina no está todo dicho.
Ariel Holan mencionó una parte en su conferencia de prensa: “no jugamos nada
bien en ningún momento del partido. Cometimos errores y lo dieron vuelta”.
Es visible el bajo rendimiento del equipo y más aún, si se
contempla que de los últimos tres juegos sólo se ganó uno -también ante el Decano
por Copa Conmebol Sudamericana- y se perdieron los otros dos. Lo fácil de esta
merma deportiva sería, por ejemplo, caerle al pobre nivel de Walter Erviti,
que desde que llegó jamás estuvo cerca de destacarse y merece un descanso en el
banco de suplentes, o al derrumbe momentaño de Ezequiel Barco, quien claramente
perdió explosión y sorpresa en este pasaje temporal. No, vamos un poco más allá
en el análisis.
Los dirigentes tuvieron en sus manos la posibilidad de ganar
por goleada en las contrataciones en el libro de pases anterior. Nada de eso
ocurrió. La desilucion al cierre del mismo fue tanto o peor que la remontada
en contra que propinó ayer el conjunto tucumano. El entrenador, -a quien a mi
entender están desaprovechando a diestra y siniestra por no complacerlo-, tuvo
que enfrentar tres competencias (la Copa Argentina ya es historia) con un plantel
que queda expuesto al momento del recambio ¿Por qué? Justamente porque no
tiene. Es un plantel corto. El mismo inconveniente que tenía el semestre
pasado, Holan lo vuelve a padecer nuevamente.
La salida de Emiliano Rigoni dejó un vacío profundo en el
esquema táctico del entrenador. Como si el mismísimo Bochini se hubiese
marchado de cualquiera de las cuatro copas Libertadores que obtuvo - Permítanme
la desafortunada comparación pero quiero ser gráfico en el relato - Ni
siquiera ese puesto supieron compensar con jerarquía los dirigentes para, por
lo menos, solucionarle una baja sensible a Holan.
No cabe duda que el hincha agradece la transformación en la
gobernabilidad de la institución. Independiente está de pie, con un estadio
casi completo (resta el techado) y con números que generan superávit, impensado
hace algunos años, pero la realidad es que eso no abastece en la satisfacción
propiamente dicha del socio y/o simpatizante. La gente tiene sed de conquistas.
El grito de campeón se mantiene atragantado desde hace 15
años en el ámbito doméstico y 7 años internacionalmente. ¿Para cuando una
alegría deportiva para solventar el apoyo incondicional de todos estos años?,
¿Para cuando se ejecutarán contrataciones que valgan, al menos, una ilusión?.
La derrota de ayer no fue sólo un baldazo de agua fría para el plantel - que
claro está no ganó nada con esta camiseta - sino para que la dirigencia, de una
vez por todas, se ponga el traje que se tiene que poner para que Independiente
empiece a festejar. Ya no sirven las famosas frases “Con un club ordenado, los
logros ya van a venir”, porque los años pasan y la sequía sigue jugando su
partido.
Es hora de poner a Independiente donde se merece, pero ya.
Basta de demagogia, de palabras que se las lleva el viento y de jugar con la
ilusión de la gente. Todavía existe una posibilidad de ingresar a la
competencia que no se juega desde el 2011 y de la cual habría que empezar a
buscar seriamente una octava corona.
Hay un entrenador entendido en la materia, que rememoró nuestras
raíces con el saludo histórico, que sacó del placard lleno de polvillo la
identidad de la institución, que hacia tiempo no se veía, y nos regaló un
cálido semestre hace poco tiempo con el mismo problema de la falta de recambio.
Háganse cargo dirigentes. Esto es Independiente y hay que
salir campeón, nuestra historia lo demanda.
Fuente Orgullo Rojo
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