Por Eduardo Verona
Superada con holgura la primera ronda de la Copa América, la
Selección igual no mostró un buen funcionamiento. La posibilidad de que Biglia
le de otro volumen de juego al equipo y que la presencia de Messi desde el
arranque termine de acomodar lo que todavía no está acomodado. Venezuela no
debería complicar a Argentina.
Hay una pregunta que no puede ocultarse aunque los números
(3 partidos, 3 triunfos, 10 goles a favor, solo 1 en contra) que vienen acompañando
a la Selección en la Copa América Centenario sean óptimos: ¿Por qué el equipo
que conduce Gerardo Martino no termina de jugar bien?
Porque la realidad es que salvo algunos pasajes muy breves,
la Selección continúa sin levantar vuelo. Es cierto, le ganó a Chile 2-1 en el
debut, a Panamá 5-0 en un rapto sensacional de Messi, autor de 3 goles en media
hora y derrotó 3-0 a Bolivia. Pero no nos enfocamos únicamente en los
resultados. Miramos el juego. Y en el plano siempre experimental del juego aún
no se expresaron señales muy positivas.
¿Qué le falta, en definitiva, a la Selección? Juego
colectivo. Más juego colectivo. Y mejor funcionamiento. Según el Tata Martino
existe una evolución respecto al nivel que mostró Argentina en la anterior
edición de la Copa América disputada el año pasado en Chile, cuando cayó en la
final en la instancia de los penales.
Esa evolución que reivindica el entrenador no apareció tan
clara y certera en el horizonte, aún frente a adversarios muy inferiores y
básicos como Panamá y Bolivia, subordinados desde el mismo arranque de los
partidos a ejecutar el papel de simples
partenaires.
Plantear que ante rivales que solo intentan defenderse es
muy difícil construir un fútbol ofensivo con variantes y capacidad de
desequilibrio, no deja de ser una justificación despojada de autocrítica. O una
excusa sin proyección.
Se descontaban las victorias rotundas y holgadas contra
Panamá y Bolivia. El único encuentro que sirvió como medida fue ante Chile, sin
la presencia de Messi. Lo resolvió la Selección con un par de pelotas que robó
en la mitad de la cancha y salió rápido y preciso para matar en el último
toque, primero con un zurdazo de Di María al primer palo y después con otro
zurdazo mordido de Banega también al primer palo del arquero Bravo. Pero no
tuvo Argentina respuestas para entusiasmarse. Salvo que los entusiasmos se
concentren en la buena labor defensiva que viene manifestando el equipo con su
línea de fondo titular integrada por Mercado, Otamendi, Funes Mori y Rojo.
En la zona de volantes la reaparición de Biglia en el
segundo tiempo frente a Bolivia, adquiere más importancia de la que se adivina
a simple vista. Biglia no solo encarna el rol de socio eventual o permanente de
Mascherano, sino que se distingue por ser un volante que suele hacer todo bien.
Que recupera, que sale a cortar y corta, que achica los espacios para adelante
y que tiene pase con lectura y perfume ofensivo.
El aporte de Biglia es más influyente de lo que podría
presumir cualquier análisis ligero. Descansa Mascherano en el fútbol de
circulación que promueve Biglia. Especialmente por un ítem esencial: sabe jugar
en todos los sectores con un nivel de eficiencia que no baja de los 7 puntos.
Pero Biglia no es Riquelme. Y Pastore, ausente por lesión,
tampoco se aproxima aún en su plenitud al nivel que podía ofrecer Riquelme. La
Selección padece la ausencia de un jugador que arme, maneje los tiempos de la
entrega y distribuya con inteligencia. Aunque Banega por instantes intente
hacerlo. Pero Banega tampoco es un organizador o un armador clásico. No cambia
la velocidad de la pelota. No cambia el ritmo. Y no sorprende en la medida en
que hay que sorprender en tres cuartos de cancha.
Quizás por todo eso, arriba se apunta demasiado a las
resoluciones individuales. A las búsquedas individuales. A ganar en el mano a
mano cuando no están las condiciones dadas para ir al todo o nada. Porque falta
elaboración de la maniobra ofensiva para encontrar el espacio en condición
ventajosa.
Messi lo comprobó con Bolivia. Quiso asociarse con alguien
que le devolviera una pelota profunda y no pudo. Quiso descargar por el lateral
derecho y se quedó corto o largo. Quiso encontrar el oportunismo que lo iluminó
ante Panamá y no tuvo chances, más allá de un tiro libre extraordinario que
casi lo clava en el ángulo superior derecho.
"Venezuela nos va a complicar la vida", afirmó
como al pasar el Kun Agüero minutos después del anecdótico y olvidable 3-0 a
Bolivia. No debería ocurrir ese anticipo de Agüero en la medida en que la
Selección confirme la autoridad futbolística que se le reconoce y se le
demanda.
En estos compromisos decisivos esa autoridad tiene que
plasmarse en la cancha desde el mismo momento en que comienza el partido. No
esperar. No dejar hacer. No ver qué pasa o que puede pasar.
Las diferencias futbolísticas con Venezuela a pesar del
crecimiento que evidencia, siguen siendo notables, aún con algunos perfiles
inciertos que conviven en Argentina. Pero estos partidos también se ganan en la
víspera. Aunque los jugadores y el Tata Martino, por prudencia, hagan silenzio
stampa. O silencio de prensa.
Fuente Diario Popular
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