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sábado, 3 de enero de 2015

La novela del regreso





Por Eduardo Verona


Los jugadores argentinos que actúan en Europa parecen ser, en muchos casos, rehenes de decisiones ajenas. Suelen naturalizar el pensamiento de sponsors, representantes y actores del circuito financiero. Eligen menos de lo que deberían elegir. Y persiguen más los billetes que la gloria, aunque siempre, con más demagogia que realismo, amenazan con volver.
La novela del regreso

  "Por ahora mi intención no es regresar a la Argentina a jugar en Boca o Independiente", aseguró el delantero Germán Denis, de visita en el país y disfrutando de unos días de vacaciones. Denis, de 33 años, juega en el Atalanta desde hace tres temporadas y media.

   "Mi intención es volver, pero por ahora no quiero ilusionar a la gente de Boca", afirmó Carlos Tevez hace pocos días. Tevez, quien el 5 de febrero cumple 31 años, aún tiene un contrato vigente con la Juventus hasta junio de 2016.

   "No descarto nada, pero no es el momento justo para volver. Seguiré mi carrera en Europa", comentó Gonzalo Bergessio ante el interés manifestado por San Lorenzo y Boca. Bergessio, de 30 años, juega en la Sampdoria.

   Los casos de Denis, Tevez y Bergessio son representativos de tantos otros casos similares o iguales. Si los jugadores argentinos en Europa, juegan y rinden, en general, no vuelven, hasta que deciden dejar la actividad. Y si vuelven lo hacen tocando bocina para retirarse. Gabriel Milito expresó esa dinámica. Regresó de Europa para sumarse a Independiente en agosto de 2011 y en junio de 2012 abandonó el fútbol por padecer problemas físicos insuperables. Su hermano, Diego (35 años), hoy campeón con Racing, configura un hecho muy particular: volvió a la Argentina hace apenas 6 meses cargando sobre sus espaldas una década de fútbol europeo y cuando eran muy pocos o casi nadie los que interpretaban que tenía algo para dar, logró distinguirse como un delantero imprescindible para su equipo.

   Con 31 años, Juan Sebastian Verón regresó a Estudiantes a mediados de 2006 y su aporte, más allá de los títulos domésticos y de la Copa Libertadores conquistada en 2009, fue determinante. El condujo a Estudiantes a revivir lo que el club platense ya tenía archivado en la memoria de sus hinchas.

   ¿Por qué sin embargo 9 de cada 10 jugadores argentinos prefieren continuar en Europa hasta una edad absolutamente límite, cuando a nivel económico ya acumulan varios millones de dólares como para repetir que quieren "asegurarse el futuro"? ¿Qué es lo que les impide, por ejemplo a Denis, Tevez, Bergessio, Messi, Agüero, Higuaín, Mascherano y tantos otros, cerrar su tránsito por el Viejo Continente y reencontrarse con el fútbol argentino?

   En apariencia, no hay grandes obstáculos. Si quieren, una vez terminados sus contratos, lo hacen. Pero la realidad que nadie desconoce es que, en general, no lo hacen. Finalizado el contrato por tres, cuatro o cinco temporadas, firman otro contrato por tres, cuatro o cinco temporadas. Por supuesto, las circunstancias, trascienden a los futbolistas citados. Ellos, no todos, son el escalón más alto de la pirámide.

   Y se convierten sin procesarlo ni interpretarlo, en auténticos rehenes del sistema. Obedientes. Asintomáticos. Por eso no eligen. No deciden. Y no les interesa elegir ni decidir. Naturalizan el pensamiento de los sponsors, de los representantes, de los propietarios o presidentes de los clubes donde actúan y del círculo financiero que los aconseja y los guía en el amplio e inabarcable universo de las inversiones más  transparentes o más sospechadas.

   Aunque repitan para la tribuna que quieren volver, no lo desean. Quieren permanecer donde están, salvo excepciones. Despojados del sentido de pertenencia que Alejandro Sabella como entrenador de la Selección pretendió reivindicar antes y durante el Mundial de Brasil, no entran en contradicción. O no los gana la contradicción. Son pasajeros en tránsito. Están pero no están.

   Ese ritual existencial también puede ser considerado como la instancia superadora   del superprofesionalismo. Del hombre inconmovible. Del jugador que se debe por completo a sus contratantes. Se debe tanto a ellos que no se siente dueño de establecer un límite. Más precario o más frágil, pero un límite que les permita tener un registro visible de autonomía e independencia.

   Bajo este escenario que parece una ficción, pero no lo es, volver es resignar demasiadas cosas valiosas. Es regresar al llano. Es perder en parte lo que ganaron. Es desvalorizarse. Y lo postergan indefinidamente. Hasta que vuelven, algunos para quemar los últimos cartuchos y otros para vivir abrazando la nostalgia por lo que fueron y ya no son.

   Los que se rebelan a la pulsión de ese orden que los usa y los tira con una obscenidad indignante, son contados con los dedos de una mano. Pero esas experiencias, como todas las experiencias, son intransferibles. Por eso los jugadores que en el ámbito doméstico son protagonistas de algunas buenas producciones, se imaginan defendiendo camisetas que ni conocen.

   Bastaría con refrescar aquella imagen insólita de Pablo Mouche besándose el escudo del Kayserispor de Turquía, después de dejar Boca en julio de 2012. Mouche vendió humo. Pero es el mismo humo que también venden otros cuando arriban a la Argentina por unos días y dicen que sueñan con el regreso. Ni ellos se lo creen. El problema es que juegan con la fe y la inocencia de los hinchas. Y esa fe y esa inocencia siempre se renueva.  


Fuente Diario Popular

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