Por Eduardo Verona
Los jugadores argentinos que actúan en Europa parecen ser,
en muchos casos, rehenes de decisiones ajenas. Suelen naturalizar el
pensamiento de sponsors, representantes y actores del circuito financiero.
Eligen menos de lo que deberían elegir. Y persiguen más los billetes que la
gloria, aunque siempre, con más demagogia que realismo, amenazan con volver.
La novela del regreso
"Por ahora mi
intención no es regresar a la Argentina a jugar en Boca o Independiente",
aseguró el delantero Germán Denis, de visita en el país y disfrutando de unos
días de vacaciones. Denis, de 33 años, juega en el Atalanta desde hace tres
temporadas y media.
"Mi intención
es volver, pero por ahora no quiero ilusionar a la gente de Boca", afirmó
Carlos Tevez hace pocos días. Tevez, quien el 5 de febrero cumple 31 años, aún
tiene un contrato vigente con la Juventus hasta junio de 2016.
"No descarto
nada, pero no es el momento justo para volver. Seguiré mi carrera en
Europa", comentó Gonzalo Bergessio ante el interés manifestado por San
Lorenzo y Boca. Bergessio, de 30 años, juega en la Sampdoria.
Los casos de Denis,
Tevez y Bergessio son representativos de tantos otros casos similares o
iguales. Si los jugadores argentinos en Europa, juegan y rinden, en general, no
vuelven, hasta que deciden dejar la actividad. Y si vuelven lo hacen tocando
bocina para retirarse. Gabriel Milito expresó esa dinámica. Regresó de Europa
para sumarse a Independiente en agosto de 2011 y en junio de 2012 abandonó el
fútbol por padecer problemas físicos insuperables. Su hermano, Diego (35 años),
hoy campeón con Racing, configura un hecho muy particular: volvió a la
Argentina hace apenas 6 meses cargando sobre sus espaldas una década de fútbol
europeo y cuando eran muy pocos o casi nadie los que interpretaban que tenía
algo para dar, logró distinguirse como un delantero imprescindible para su
equipo.
Con 31 años, Juan
Sebastian Verón regresó a Estudiantes a mediados de 2006 y su aporte, más allá
de los títulos domésticos y de la Copa Libertadores conquistada en 2009, fue
determinante. El condujo a Estudiantes a revivir lo que el club platense ya
tenía archivado en la memoria de sus hinchas.
¿Por qué sin
embargo 9 de cada 10 jugadores argentinos prefieren continuar en Europa hasta
una edad absolutamente límite, cuando a nivel económico ya acumulan varios
millones de dólares como para repetir que quieren "asegurarse el
futuro"? ¿Qué es lo que les impide, por ejemplo a Denis, Tevez, Bergessio,
Messi, Agüero, Higuaín, Mascherano y tantos otros, cerrar su tránsito por el
Viejo Continente y reencontrarse con el fútbol argentino?
En apariencia, no
hay grandes obstáculos. Si quieren, una vez terminados sus contratos, lo hacen.
Pero la realidad que nadie desconoce es que, en general, no lo hacen.
Finalizado el contrato por tres, cuatro o cinco temporadas, firman otro
contrato por tres, cuatro o cinco temporadas. Por supuesto, las circunstancias,
trascienden a los futbolistas citados. Ellos, no todos, son el escalón más alto
de la pirámide.
Y se convierten sin
procesarlo ni interpretarlo, en auténticos rehenes del sistema. Obedientes.
Asintomáticos. Por eso no eligen. No deciden. Y no les interesa elegir ni
decidir. Naturalizan el pensamiento de los sponsors, de los representantes, de
los propietarios o presidentes de los clubes donde actúan y del círculo
financiero que los aconseja y los guía en el amplio e inabarcable universo de
las inversiones más transparentes o más
sospechadas.
Aunque repitan para
la tribuna que quieren volver, no lo desean. Quieren permanecer donde están,
salvo excepciones. Despojados del sentido de pertenencia que Alejandro Sabella
como entrenador de la Selección pretendió reivindicar antes y durante el
Mundial de Brasil, no entran en contradicción. O no los gana la contradicción.
Son pasajeros en tránsito. Están pero no están.
Ese ritual
existencial también puede ser considerado como la instancia superadora del superprofesionalismo. Del hombre
inconmovible. Del jugador que se debe por completo a sus contratantes. Se debe
tanto a ellos que no se siente dueño de establecer un límite. Más precario o
más frágil, pero un límite que les permita tener un registro visible de
autonomía e independencia.
Bajo este escenario
que parece una ficción, pero no lo es, volver es resignar demasiadas cosas
valiosas. Es regresar al llano. Es perder en parte lo que ganaron. Es
desvalorizarse. Y lo postergan indefinidamente. Hasta que vuelven, algunos para
quemar los últimos cartuchos y otros para vivir abrazando la nostalgia por lo
que fueron y ya no son.
Los que se rebelan
a la pulsión de ese orden que los usa y los tira con una obscenidad indignante,
son contados con los dedos de una mano. Pero esas experiencias, como todas las
experiencias, son intransferibles. Por eso los jugadores que en el ámbito
doméstico son protagonistas de algunas buenas producciones, se imaginan
defendiendo camisetas que ni conocen.
Bastaría con
refrescar aquella imagen insólita de Pablo Mouche besándose el escudo del
Kayserispor de Turquía, después de dejar Boca en julio de 2012. Mouche vendió
humo. Pero es el mismo humo que también venden otros cuando arriban a la
Argentina por unos días y dicen que sueñan con el regreso. Ni ellos se lo
creen. El problema es que juegan con la fe y la inocencia de los hinchas. Y esa
fe y esa inocencia siempre se renueva.
Fuente Diario Popular
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