Por Ramiro Santinelli
Son las 12 del mediodía del jueves 22 de febrero de este
copero 2018.
Hace poco menos de 11 horas mi querido Independiente, mi Rojo
guerrero y valiente, se quedó con las manos vacías en la Recopa Sudamericana.
Es un día rarísimo. Yo, particularmente, me levanté de la cama con la misma
sensación con la que me acosté. Un sentimiento extraño, que no recuerdo haber
conocido ya en mis cortos 22 años.
Es una mezcla de tristeza y orgullo, de
angustia y esperanza. Es la bronca de no verte campeón, Rojo; sumada a la
felicidad de verte en estas instancias, de sentirme bien representado, de que
te plantes en cualquier cancha, contra cualquier adversario y que dejes la piel
para superar cada obstáculo que se presente.
Es lo gracioso de ver festejar a
los mediocres, a los que ni figuran, a los que nos envidian y no lo quieren
admitir. Es lo lindo de sentirme hincha del club más lindo de mundo y de querer
gritarlo a los cuatro vientos, de querer llevar tus colores a todas partes.
Es
la fe que te tengo para lo que se viene, para cumplir nuestros sueños (los
tuyos y los míos).
Es sentirme el Orgullo Nacional, cosa que no cualquiera
entiende. Es amar al equipo que mejor representa a uno de los países más
futboleros del mundo fuera de sus fronteras.
Es ser lo que todos quieren ser.
Lo que siento es enojo, porque estuviste demasiado cerca,
Rey; porque quizás mereciste más, porque fueron errores propios los que te
complicaron tanto en la ida como en la vuelta ante un actual campeón de América
que no te pudo superar.
Pero es enojo mezclado con satisfacción, porque sé,
porque vi, que no necesitas 11 jugadores en cancha para quedar bien parado,
para morderle los talones al rival, para callar y hacer temblar a 50.000
brasileros en su casa.
Es la admiración por este grupo hermoso que siente a
flor de piel lo que exigen los valores de esta gloriosa institución. Jugar en
Independiente es ser de pierna fuerte y templada, es ser digno de un team muy
valiente, es luchar siempre unidos y sí, también se trata de saludar al
contrario siendo vencedores o vencidos.
Y me quedo con esto último, con ese
gesto no menor que -para mí- fue una caricia al alma. Me llenó de placer y los
aplaudí de pie cuando los vi quedarse en el campo de juego para ver la
premiación de Gremio, del campeón. Me encantó, porque sé que se murieron de
bronca, que lo vivieron con dientes apretados y lágrimas en los ojos, que
sufrieron el no poder estar ahí, pero sé también que aún así sobrepusieron al
respeto y eso es valiosísimo. El respeto es tan digno de Independiente como las
hazañas. Pero lo disfruté aún más porque sé que eso potencia las ganas de los
Campañas, de los Domingos, de los Francos y Benítez, de los Mezas, Amorebietas,
Gaibores, Fernández y Gigliottis, de los Holans, las ganas de ser nosotros
quienes levantemos esa copa en 2019. Sé que los motiva.
Mi sensación de hoy no deja de ser peculiar. Estaba en mi
cabeza la idea de ir el próximo domingo al Libertadores de América y gritar
“¡Dale campeón!” mientras que mis jugadores me enseñaran una nueva copa, la
número 18, que ya descansaría en las vitrinas de Mitre 470. Ahora entiendo que
no va a poder ser y eso me llena de tristeza. Me quedaré con las ganas por esta
vez. Pero no te asustes, Rojo. El domingo nos vemos pase lo que pase y prometo
arrancarme las manos aplaudiéndote, desgarrarme la garganta alentándote. Para
agradecerte, a priori, por los bellísimos momentos que me estás haciendo vivir,
pero fundamentalmente para que le ganemos a Banfield, para escalar en la tabla,
para que ya nos pongamos a pensar en el debut, en el retorno a la competencia
más importante, para ir todos juntos por la octava Copa Libertadores.
Porque
esto sigue, amigos, y somos muy grandes para quedarnos estancados. Por esto te
digo, querido Rey de Copas: A inflar el pecho, a levantar la frente e ir por
todo lo que queda. Y no nos olvidemos de
lo más importante:
Siempre, pero siempre, ¡Aguante Independiente!
Fuente De la Cuna al Infierno
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