Houseman hablaba poco, rendía homenaje a la amistad. Era
amigo del balón, no creía en los estatus. Murió el último amante de la raya
No corría. Estaba suspendido en el aire y avanzaba a enorme
velocidad. Siempre cerca de la raya derecha, tenía una visión que le permitía
con el ojo izquierdo saber a quién habría de dirigirle el centro pero… si había
escalonado dos o tres defensores del equipo contrario, cinco metros uno
respecto del otro, habría de ensayar la gambeta para afuera, para adentro,
esperar, hacer espacio, tal vez llegar a Avallay, tal vez a Brindisi o acaso
viera por la izquierda arribar a Babington en aquel Huracán de 1973.
Le pregunté una vez a Babington, que fue jugador, técnico y
hasta presidente de Huracán, en esas charlas de café: "¿Quién es el
mejor?", el mejor de todos. Y Babington me respondió: "No tengas
dudas, el mejor jugador de la historia del fútbol argentino es René
Houseman", a lo que Coco Basile, sentado a su lado, le dijo: "Inglés,
medí la trayectoria, no lo podés comparar con Diego, ni mucho menos con Messi,
porque la luz que iluminó a este fenomenal jugador que sorprendió en el Mundial
de 1974, René Orlando Houseman (1953-2018), nacido en La Banda, Santiago del
Estero, fue como la luz de un fósforo. Duró poco y se fue".
Jugó en las
selecciones argentinas de 1974; sorprendió en aquel Mundial de Alemania y
obviamente el Flaco Menotti no iba a dejarlo afuera para el 78. Tenía que
competir con Bertoni, que fue llamado después, pero era número puesto.
Vivía en el Bajo Belgrano y en un abrazo unió lo que parecía
irreconciliable: Defensores de Belgrano, donde arrancó, y Excursionistas, desde
donde se retiró.
Era rubio, flaquito, huesudo. Tenía un rictus fino, le
gustaba ver el fútbol desde el alambrado. No lo analizaba con frecuencia ni con
profundidad. El fútbol lo distraía y se había convertido en el único juguete
posible de su niñez y de su adolescencia, con carencias.
René Orlando Houseman (1953-2018) fue un wing
extraordinario. Podríamos decir: el último gran wing. Porque wing no es jugar
de puntero, de extremo, avanzar sobre la banda y echar un centro preciso, o
meter una diagonal hacia adentro. Wing es el que vive con la banda pegada al
pie. El que lleva el balón sabiendo que no habrá de salir y juega en esa
frontera sumando rivales que se acercan y compañeros que van llegando. Era wing
porque además era Loco. Porque además era hueso. Porque además era capaz de
producir anécdotas como esta:
–¿Dónde está Houseman?, preguntó Menotti en una
concentración de la Selección Argentina de cara al Mundial 1978.
– Profe, ¿usted lo vio a Houseman?
– No, no lo vi
– Sapo, ¿vos lo viste a Houseman?
– No, no lo vi
– ¿Nadie vio a Houseman?
– No, nadie lo vio…
Hasta que apareció un infidente de los que nunca faltan en
los grupos y le dijo: "Flaco, si lo quiere encontrar al Loco, vaya al Bajo
Belgrano. Al lado de la villa hay una cancha, en la cancha se juegan partidos,
en esos partidos de villeros juega Houseman".
– "¡¿Pero cómo va a jugar?!", replicó Menotti.
"¡Si es el titular de la Selección Argentina! ¡Tenemos un partido amistoso
la semana que viene!"
– "Flaco, no diga que yo le dije. Vaya a la villa del
Bajo Belgrano y fíjese si no está Houseman jugando".
Pizzarotti (preparador físico de la Selección en Argentina
1978) y el Flaco salieron desde la concentración, preguntaron por la cancha,
llegaron a la villa, vieron aquel irregular campo de juego, sin césped y sin
redes. Había un partido y mucha gente a los costados. Miraron, se fueron
aproximando, trataron de no ser reconocidos, pero Houseman no estaba… No estaba
en el campo de juego. Pero se acercaron al banco y lo vieron sentado. Sentado
en el banco de uno de los equipos de la villa. Entonces el profe lo llamó, se
levantó Houseman sin sorprenderse y el profe le preguntó: "René, ¿qué hace
usted acá?". Y Houseman respondió: "El que juega de titular es mejor
que yo".
Houseman no fue feliz. Tuvo una vida carenciada. No
aprovechó su apogeo ni trató de expandirse fuera del fútbol. Se lo podía ver en
invierno con un pantaloncito de la Selección que habría quedado de remanente,
entrar los primeros días de cada mes al edificio de la AFA para cobrar un canon
que les cabía a todos los jugadores que integraron las selecciones campeonas
del mundo. Houseman hablaba poco, rendía homenaje a la amistad. Era amigo del
balón, no creía en los estatus. Trataba respetuosamente a sus compañeros y a
algunos no llegó a tutearlos. Y cuando comenzó a padecer este mal terrible, trágico,
incurable, imposible, como es el cáncer, la AFA le tendió una mano, pero era
una mano de herramienta, una mano que ya no podía resolver el tema que
abordaba.
Formó familia, la deshizo, el Flaco lo nombró Secretario de
Cultura y bibliotecario de la Selección del '78 para introducirlo en un mundo
diferente pero Houseman siempre fue fiel al Bajo, a la villa, al potrero, al
campo sin pasto, al arco sin red, a los amigos con saludo afectuoso, al fútbol
mirado desde afuera, al cigarrillo incansable pegado a los labios, al vino
barato de cada tarde y cada noche. Y a la mano extendida para que aquel que lo
reconociera no lo dejara menesteroso porque no había que comer… ese día.
Murió René Orlando Houseman. El último wing, el último Loco,
el último romántico, el último amante de la raya.
Fuente Infobae
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