Por Román
Failache
La turbina comienza a sonar y es ahí cuando abro la
computadora. Ayer no quise saber nada. Desde que el peruano Haro miró su reloj
y levantó la mano, solo me dediqué a esperar que la bronca amaine, que el
veneno desaparezca. Tomé una birra y comí un sanguche en uno de esos lugares
modernosos, pero no hubo caso. Conté hasta mil con la almohada y tampoco.
Ahora, el avión que me lleva a Jujuy por trabajo emprende su vuelo y parece ser
el momento de la catarsis.
Dos horas para meditar. Me pregunto si habrá sido tan
terrible como lo imagino, o si exagero porque todavía me dura parte de esa
angustia que me destroza la comisura de los labios de tanto morderla. Me pregunto
si este fue un punto de inflexión, o simplemente una noche negra en la
competición más dura del continente. Me pregunto, también, si me puedo plantear
estas cuestiones en forma de palabras; si es demasiado prematuro para hacerlo,
y si “está mal” o no.
Por la dinámica del tecleo, me doy cuenta que la sangre
todavía hierve. Es más lo que borro que lo que escribo. Me cuido, trato de
aplacarme. Lo primero que pienso es que lo de ayer fue el segundo papelón del
equipo de Holan –el anterior había sido en La Bombonera el año pasado-.
Hace rato no pasábamos uno así. Independiente nos supo
acostumbrar, durante este ciclo, a que los resultados fueran producto del buen
juego y a estar comprometidos con la idea aún en la derrota, dejando alma y
vida en la cancha. Y ayer, ni una ni otra. Fue un espanto de equipo, no zafó
uno. Bah, sí, uno solo: el arquero. Después, nadie. Un ratito de Benítez en el
primer tiempo, que con mostrar un atisbo de rebeldía sobresalió, y otro poquito
de Franco, el más parejo quizá.
Inmediatamente, pienso en el segundo problema que se me
viene a la cabeza, aunque me retracto enseguida. Esto sí debe ser un brote de
la calentura misma. Es la llamativa falta de juego. Razono y digo que en lo que
va del año no se jugó nunca bien, pero después me acuerdo de los primeros 30
minutos con Gremio hasta la expulsión del Puma, del partido con Banfield donde
mereció ganar por más y del avasallante despliegue contra Rosario Central.
Fútbol hay y las bases están. Pero hay que retocar mucho: la defensa está
demasiado frágil; el mediocampo puede contener pero no sabe cómo generar; de
tres cuartos para arriba falta explosión y dinamismo en los metros decisivos,
algo que este Independiente supo exprimir. Hay varios temas en la agenda, y en
esta Copa tenemos al campeón de Brasil y al de Colombia. El tiempo apremia.
Sí cabe destacar, mientras sobrevuelo lo que parece ser
Rosario, que las buenas actuaciones individuales fueron mermando. Sumada a la
salida del capitán y de Barco, están Meza que nos abandonó en lo que va de este
2018; Bustos, quien nunca volvió al nivel mostrado previo a la lesión;
Menéndez, que demostró que todavía le falta acoplarse al equipo; Gaibor, que
tiene clase pero que en este tipo de partidos debe poner un poquito más,
acostumbrarse a cómo se juega en el fútbol argentino; y Leandro Fernández, a
quien la falta de compromiso lo puede traicionar. Ojalá nunca más entre a jugar
un partido como lo hizo ayer y entienda que, le toque desde donde le toque,
tiene que sumar.
Me traen un café y parece estar menos caliente que yo con el
nueve. Ni nombrarlo quiero. Si vino del América, lo pagaron cinco palos y lo
presentaron como el futuro goleador del equipo, al menos que tenga la nobleza
de quedarse entrenando después de hora para estar en forma. Y con “estar en
forma” no me refiero a ser Cristiano Ronaldo. Hablo, mínimamente, de hallarse
en condiciones de cuidar una pelota. De tener la repentización necesaria para
poder girar y patear al arco. De aguantar a un tipo de espaldas y pivotear
correctamente. Cosas básicas que figuran en el manual del delantero y que estoy
seguro que las tiene incorporadas, pero que su estado físico no se lo permite.
Independiente no es un club al que se viene a estar cómodo y probar, ver qué
onda. Es el Rey de Copas y se está jugando la Libertadores, con todo lo que eso
implica.
Después, están las formas. El rival, visiblemente inferior,
dejó la vida y lo felicitamos, pero en ningún contexto pudo haber sido más que
Independiente en cuanto a lo actitudinal. Les costaba levantar las piernas a
los nuestros. Hasta en la transmisión se animaron a preguntar si había altura.
Este equipo viene de ser campeón sudamericano gracias a su compromiso, y ayer
penó en la cancha –o en algo similar a eso con pasto y delimitado por cuatro
rayas-.
El vuelo de la catarsis se acerca más al destino. Hay
quienes roncan, nunca voy a saber cómo hacen para dormir en los aviones. Nos
avisan que llegaremos en 20 minutos. Hablo con compañeros del trabajo, hinchas
de San Lorenzo y de Boca, y le tiran flores a nuestro equipo. “Ustedes son los
que mejor juegan”, me dicen. Trato de descifrar algún intento de mufada, pero
parece ser real. “Hasta ayer, Boca no daba dos pases seguidos”, enarbola
uno. “Lo tienen a Meza y nosotros, a
Gudiño”, vocifera el otro. Tratan de consolarme. Pero a esta altura, no la
literal sino la metafórica, no sirve. Solo queda esperar. Que la bronca amaine,
que el veneno desaparezca. Poner cabeza y aguantar el tirón, que con la vida es
así. El lunes habrá que mostrar otra cara y mejorar. Sobre todo, mejorar.
Demostrar que lo de ayer no fue más que una mala noche.
Fuente Orgullo Rojo
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.