Por Eduardo Verona
Tres finales, tres caídas, ningún gol a favor. La Selección
es responsable de esa impotencia ofensiva. Messi, por supuesto, también. Brasil
salió campeón del mundo en el 94 y 2002 por contar con Romario y Ronaldo. Ambos
fueron decisivos. Argentina, en el partido clave dónde se define todo, no
resuelve. Ni Higuaín ni Agüero denunciaron ser goleadores letales.
¿Hay imponderables en el fútbol? Muchos. Y en casi todos los
partidos. ¿A la Selección nacional la persiguen los imponderables que le
complican su existencia? No necesariamente. En todo caso, falla cuando no
tendría que fallar. Por ejemplo, en los partidos decisivos que fueron las 3
últimas finales que disputó: ante Alemania en Brasil 2014 y frente a Chile en
la Copa América de 2015 y 2016. En los 3 partidos de 120 minutos no logró
conquistar ningún gol. En definitiva, en 6 horas de juego su aporte ofensivo
fue claramente deficitario. Por no decir pobrísimo.
Vamos a citar dos casos bien concretos: Brasil campeón del
mundo en 1994 en Estados Unidos y Brasil campeón del mundo en 2002 en Japón y
Corea. ¿Qué distinguió a esas dos selecciones para que pudieran consagrarse?
Contar con delanteros de área muy eficaces para resolver las posibilidades de
gol que generó Brasil en ambas competencias. Porque no le sobró nada a Brasil.
Ni juego ni funcionamiento. Pero tuvo oportunismo y contundencia. Por eso ganó
los dos mundiales.
Romario en 1994 fue su estrella. Anotó 5 goles de los 11 que
conquistó Brasil: 3 en la ronda inicial, 1 a Holanda en cuartos y 1 a Suecia en
semifinales. Ronaldo, por su parte, marcó en 2002, 8 goles de los 18 que hizo
Brasil: 4 en la ronda inicial, 1 a Bélgica en cuartos, 1 a Turquía en
semifinales y 2 a Alemania en la final.
¿Por qué recordamos
esas dos conquistas de Brasil? Porque hizo la diferencia a partir de la
gran jerarquía de sus delanteros. Ya no tenía a Pelé, Garrincha, Didí,
Amarildo, Rivelino ni Jairzinho. Pero tenían a Romario y Ronaldo. Dos puntas
excepcionales que además sabían autoabastecerse, generarse su propio espacio y
algo fundamental: definir como lo demandan las circunstancias. No se comían
goles imposibles de comer. Los hacían.
Brasil se defendió bien en el 94 y 2002. Como se defendió
bien la Selección en Brasil 2014 y en la Copa América de 2015 y 2016. En las 3
competencias en las que jugó 19 partidos, a Argentina le convirtieron apenas 9
goles. ¿Qué le faltó entonces a la Selección (más allá de su falta de
elaboración) para concluir la obra? Lo que tuvo Brasil: capacidad ejecutiva en
el área rival.
Esa deuda innegable de Argentina en la zona de fuego
adversaria fue mortal para sus posibilidades. En el Mundial de Brasil, Higuaín solo
le convirtió 1 gol a Bélgica en cuartos. Agüero ninguno. Di María 1 en octavos
a Suiza. Messi 4, todos en la ronda iniciai.
En Chile 2015, Messi anotó 1 gol de penal. Agüero 3. Higuaín
2. Di María 2. En Estados Unidos 2016, Messi hizo 5. Higuaín 4. Agüero 1. Di
María 1. En las tres finales, como se sabe, la cuenta se cerró en 0. Y no
porque el arquero que estaba enfrente la haya descosido o porque en los palos
rebotaron 10 bombazos infernales.
¿Qué le faltó a la Selección para levantar una Copa? Un
animal del área. Que si además sabe moverse fuera del área, mejor. Higuaín
demostró a lo largo de su carrera que es un animal del área y en la última
temporada lo reconfirmó en el Napoli, pero no así en la Selección.
El Kun Agüero sabe jugar dentro y fuera del área. Sabe
entrar y salir de la jugada para después volver a entrar. Pero con la camiseta
de la Selección en tramos decisivos sus respuestas fueron demasiado discretas.
Tan discretas que generan grandes rechazos, al igual que Higuaín.
Lo de Di María es distinto. No es puntero, no es volante, no
es media punta, no es punta, no es enganche. Es veloz, tiene manejo, tiene más
lesiones musculares de las que debería tener y tiene muy poco gol.
Con este panorama muy lejano a cualquier ideal, está claro
que Argentina está condenada a pagar en la ventanilla donde pagan los equipos
que se ahogan en la orilla. Esos equipos que perdonan. Que no concretan. Que
deshojan margaritas en las jugadas clave. Como lo viene haciendo Higuaín, por
citar un ejemplo clamoroso. Higuaín de tronco no tiene nada, pero en la
Selección ya en un par de oportunidades muy recordadas resolvió como resuelven los
que son asaltados por las inseguridades, las torpezas y las dudas. No supo qué
hacer. Se nubló. Se le cayó el arco encima. Y regaló lo que no se puede regalar
en instancias que determinan rumbos.
Y algo que no puede pasarse por alto: que Messi, considerado
con razón el mejor jugador del mundo, no haya provocado ninguna atajada del
arquero Claudio Bravo en las 2 finales ante Chile (en Santiago y en New
Jersey), es un dato duro que no puede desestimarse. Revela la falta de potencia
ofensiva de la Selección.
Aquel Brasil campeón del mundo de 1994 y 2002, no tenía más
equipo que esta Selección Argentina que antes con Alejandro Sabella y ahora con
Gerardo Martino viene persiguiendo un título y desvaneciéndose en las finales.
Pero eso sí: Brasil tenía a Romario en el 94 y a Ronaldo en
el 2002. Goleadores que, en la gran dificultad, dijeron presente. Goleadores
que con la camiseta de la Selección nacional no aparecieron.
Fuente Diario Popular
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