Martino pensativo, maduro.
Por Walter Vargas
La Selección ha sabido forjar tres finales en dos años, he
ahí todo un logro, pero como en las dos anteriores se quedó con la ñata contra
el vidrio, debería haber llegado la hora de cantar victoria.
Debería: por más de una razón, las circunstancias sugieren
el prudente empleo del condicional, pero eso sí, un condicional que alumbró un
rozagante sinceramiento de Martino: “Estaría dispuesto a cambiar el cómo”. A
confesión de partes, relevo de pruebas: lo ha dicho el mismísimo Tata. No lo
han dicho ni el Doctor que ya sabemos, ni el Príncipe Maquiavelo ni el villano
más villano de Games of Thrones.
Esto no supone, que conste ya, no sea cosa que se active la
indignación de los dueños del buen gusto, que se aliente a buscar el triunfo al
son del corazón y pases largos, pero sí, en todo caso, contemplar que una de
las cartas que constará en el mazo será la de afrontar el compromiso con un
plus de bravura. Entendida como la facultad de hurgar a fondo en esas reservas
de combustible que no se deducen de la técnica depurada, que exceden al deporte
de la pelota número 5 y no se compran en las farmacias.
Dicho esto, abstenerse de excusas, de paraguas, de
lloriquear de antemano. El cansancio de los viajes, la desorganización, la
racha de lesionados...
La base está intacta. Intacta la defensa, intacto el medio
campo, el Pipita redescubrió la red, Banega la descose, el Pibe se la pasa
dando clínicas de fútbol, hay juego, hay gol, hay envión, hay sed. ¿Qué más?
Ha llegado la hora de que esta generación de cracks coseche
lo sembrado. Sea a la luz del sol más diáfano. Sea bajo la tormenta, con los
pies en el barro.
De ellos depende.
Fuente Olé
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