El peligro sería que no lo fuera tanto y que creyera que
tiene que cumplir con su palabra.
Por Martin Caparros
Lo publiqué aquí mismo, en Olé, en mayo de 2014, y ahora
anda circulando por la red. Lo presentan como una “profecía”: era sólo una
mirada más sobre cosas que ya se veían. Mi nota empezaba diciendo que el clima
que se había armado en esos días me recordaba un chiste que contaba mi padre:
“El chiste era malo pero por suerte viejo: empezaba con la multitud que se
reunía, esperanzada, escéptica, en el Luna Park para ver si García cumplía con
su bravata de acostarse con 100 mujeres una detrás de otra. En la cama
instalada en el ring del Luna, García superaba un obstáculo tras otro. A las
30, el público enfervorizado ya coreaba su nombre. A las 45, miles empezaban a
dedicarle el clásico todos con el culo en la pared/ llegó García. A las 60
tiraban papelitos cada vez que. A las 75 habían improvisado banderas: Sabella,
García es argentino, García para todos. El aliento era ininterrupto y muchachos
de pelo en pecho gritaban García haceme un hijo. Cuando llegó a la 91 los
gritos de García presidente asomaron, tímidos, en las plateas más bajas. Cuando
terminó con su 98 todo el estadio era un clamor y la suerte del país parecía
decidida.
“García, a todo esto, estaba al borde del desmayo –y su
virilidad cada vez más ahíta, tumefacta, quebradiza. Ante la 99 dejó de
responderle; García hizo un gesto que todos entendieron: no iba más. Hubo un
momento de silencio y, de golpe, el Luna se unió en un grito despiadado:
¡García maricón! ¡García maricón!
“El resultado, en un mes y medio: si Messi no gana el
Mundial será García. Habrá ganado casi todo y será un perdedor. La piedad juega
muy mal al fútbol”.
Messi no sólo no ganó el Mundial: tampoco ganó, sabemos, dos
Américas. Los argentinos le gritaron de todo, García García. Y lo más curioso
es que ahora parece como si él mismo hubiera comprado el cuento: como no
consiguió ganar esas finales se considera un fracasado –tanto, que ya ni quiere
seguir intentándolo.
Entonces, de pronto, el todopoderoso dice yo no puedo y se
viene el temporal: tempestades de personas, desde el presidente de la Nación
hasta el penúltimo hincha –pasando por los grandes bufones oficiales–,
pidiéndole que vuelva, que no nos dejes solos Leo, que te necesitamos te queremos
perdonanos. Nadie cree que esté del todo convencido. Todos suponemos que es una
calentura, que se le va a pasar, que quería que se lo pidiéramos: lo pensamos
como un argentino.
Lo raro es que Messi parece un poco raro: será porque vivió
tan poco en la patria de la que se reclama. Con casi cualquier otro, uno
estaría seguro de que va a volver; con Messi es más difícil. El peligro sería
que no fuera suficientemente argentino: que creyera que tiene que cumplir su
palabra.
Si –como tantos creemos– no lo hace, su relación con la
patria habrá cambiado: hasta ahora, siempre tuve la sensación de que teníamos
la sensación de que nos lo habíamos sacado en una rifa: oia, hay un pibe que la
mueve como nadie y además resulta que va a jugar para nosotros. Ahora, si vuelve,
va a ser eso que nos ganamos a fuerza de pedírselo. Y él, por su lado, sabrá
que lo queremos.
(Como queremos los argentinos: a lo que ya no está, la mina
que se fue, el héroe que murió. Así queremos: bien tangueros, bien luctuosos.)
Y, por fin, habrá que ver qué peso tiene en todo este
melodrama tan sentido la cruda realidad. Los pedidos no vendrán solamente de
los millones que se lo reclamamos de todas las maneras; vendrán, también, de
los millones que se lo reclaman de la mejor manera: hablando en plata. ¿O
alguien piensa que los patrones del fútbol mundial, los FIFA, Adidas, Pepsi,
Huawei y demás ñatos se van a quedar tranquis mirando como la gallina de los
huevos de oro decide romper de una vez todos los ídem?
Fuente Olé
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