Por Waldemar
Iglesias.
El autor del gol que le dio el último título mundial de la
Argentina le cuenta a Clarín sus sensaciones de aquella experiencia.
Jorge Burruchaga, a 30 años del título en México, a solas
con Clarín. (Gustavo Garello)
Jorge Burruchaga corre como si tuviera superpoderes. Justo
antes, vio que Diego Maradona podía ofrecerle ese pase. Y se anima. Y va. Los
alemanes lo corren creyendo que lo alcanzarán, como casi siempre lo hacen. Pero
no. El pibe de Gualeguay es más veloz. Ya no lo para nadie, ni ese tren
supersónico llamado Hans Peter Briegel. Queda el último escollo entre él y el
gol. Entre la Argentina y el título mundial. Y no falla el mediocampista criado
en Sarandí y lanzado al planeta por Independiente. La toca con la potencia
justa ante un Harald Schumacher que se estira sin éxito. Ese instante que
parece un suspiro dura para siempre. Hoy, 30 años después, es motivo de
añoranza. También de una emoción que nace en la cara del protagonista de aquel
grito glorioso, ante la consulta de Clarín, en pleno desayuno porteño, en
Núñez:
-Yo empecé a picar porque vi que el que la agarraba era
Diego. Y él era capaz de hacer ese pase que hizo. Después vino la carrera, el
deseo de llegar rápido al gol... Fueron casi cuarenta metros. Fue la corrida
más feliz de mi vida... Y del después me acuerdo todo como si fuera hoy: cuando
voy al costado, me arrodillo, le agradezco a Dios... Y cuando se me acerca
Checho (Batista) y se arrodilla, de tanto cansancio y de tanta emoción, pensé
que me abrazaba Jesús con esa barba. Estábamos tocando el cielo con las manos.
-¿En quién pensaste en ese cielo?
-Primero de mi vieja, que siempre sacaba una moneda de
cualquier lado para que yo pudiera jugar al fútbol. O alguno de mis hermanos,
que también eran futboleros. Y de mi viejo, que no quería que jugara, porque
había que trabajar. Era otro fútbol, también...
-¿Dónde tenés la foto de aquel festejo inolvidable?
-No la tengo en ningún cuadro ni en ningún lugar especial.
La tengo entre muchas otras. Quizá porque antes no se acostumbraba hacer esas
cosas. Igual, de vez en cuando las miro. A veces es lindo ver ese momento
glorioso, recordarlo...
-¿ Te lo volviste a cruzar a Schumacher en estas tres
décadas?
-Me lo crucé al año siguiente en Mar del Plata. En una nota
que organizó El Gráfico. Fue un encuentro agradable. Los dos recordamos el
gol... Pero nada más. Y nunca más...
-¿Cuál es la sensación ahora respecto de aquel momento?
-La sensación es una felicidad que todavía dura...
-¿Qué tenía aquel grupo para lograr lo que logró?
-Sobre todo una fortaleza anímica enorme. Desde el principio
del ciclo de Carlos (Bilardo) fuimos muy criticados. Y en ese momento fue
difícil. Por ejemplo a los que veníamos de Independiente a la Selección nos
cambiaba todo: era como un servicio militar. Y Carlos lo pensó así. Quería
hacernos fuertes. Que supiéramos atravesar situaciones difíciles. También nos
hicimos más fuertes ante las críticas. Nos mataban y seguíamos. Teníamos unas
ganas bárbaras de lograr lo imposible. Y sabíamos que podíamos...
-Y a Diego, claro...
-Por supuesto. Era el mejor en su mejor momento, un
monstruo... Sin dudas. Pero también estaba el equipo.
-La impresión antes del Mundial era que no llegaban bien.
Algunos temían que se volvieran pronto...
-Pensábamos en hacer un buen papel, pero sabíamos que no
llegábamos de la mejor manera. No veníamos jugando bien, tuvimos una
Eliminatoria complicada. Pero por todo a lo que nos sobrepusimos el título
terminó siendo como una justicia divina.
-¿Y qué pasó en México?
-Hicimos un Mundial perfecto. Explotamos allá. Terminamos
invictos, no fuimos a ningún alargue. Jugamos muy bien. Lo terminaron
reconociendo todos. Y no era fácil: jugábamos también contra el calor y contra
la altura...
-Fuiste un símbolo desde el principio del ciclo: ¿cómo era
tu vínculo con Bilardo?
-En algún momento costó: me gritaban “bilardista” cuando
jugaba para Independiente. A la gente le molestaba que en ese momento no
estuviera el Bocha (Bochini). A Carlos le gustaba que yo jugara en varios
puestos. Y por eso a mí y al Gringo (Giusti) nos tenía una confianza bárbara. Y
eso a nosotros nos hacía bien, nos agrandaba en el buen sentido.
Fuente Clarín
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