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lunes, 27 de junio de 2016

Ma sí - Por Martín Caparrós




Y aparecerán los que hagan de estas derrotas un destino. Y los que lo mezclen, por ejemplo, con el destino del país: la Argentina es un país que pierde. Que parece que va a ganar, pero al final pierde. Son tonterías.



            Messi, desconsolado tras pifiar el penal.



Por Martin Caparros




Iban ocho, quien sabe diez del segundo suplementario cuando dije ma sí. Ma sí, me dije, y a mí qué me importa lo que les pase a estos millonarios. Me sucede a veces: me pongo muy nervioso, me saco y entonces trato de ponerme, y me pregunto de pronto para qué seguir con tanto sufrimiento inútil.

Alguna vez habrá que entender por qué uno se engancha en estas situaciones. Supongamos que es la búsqueda de la intensidad, que tanto falta en las viditas. Supongamos que por eso apostamos. No tiene mucho sentido, no sirve para nada, al fin y al cabo para tu vida da lo mismo que los millos ganen o pierdan y, sin embargo, lo seguimos haciendo.



El partido no había dado para mucha emoción. La Argentina atacaba de a uno –aunque uno era Messi–; Chile, en equipo. Argentina no pateaba al arco; Chile tampoco. Messi quería ganarlo y para eso gambeteaba todo lo que se le cruzaba. Chile quería ganarlo y para eso le pegaba a Messi cada vez que cruzaba el medio campo. El árbitro se hacía el tonto, pero después se sacrificó por el espectáculo: decidió que con tal nivel de presiones y aprietes el partido nunca iba a despegar, y quiso abrirlo echando a dos muchachos. Diez contra  diez podría haber sido más gracioso, pero su esfuerzo no tuvo mucho éxito. El partido siguió trabado, sin que se armara juego, casi sin situaciones de peligro. Pero el partido no es lo importante: lo importante –lo raro, lo intrigante– es que seamos tantos millones de tarados sufriendo con algo que les pasa a otros, suponiendo que nos pasa a nosotros lo que les pasa a otros. Es una magia extraña y lo más extraño es que funciona. A mí, me funciona. O quizá lo más extraño, en este caso, fue ver al grande tan chiquito. Lloraba, de chiquito, después de revolearla sobre el travesaño. Fue magia, pero bastante negra: por una vez perdió el que siempre gana, el que se ganó todo, el que no dejó nada por ganar. Y yo intentaba imaginarme cómo es, para alguien que no sabe lo que es ser malo, haber hecho una burrada semejante. Qué se preguntará, qué se contestará, cómo se explicará haber hecho lo que nadie hubiera imaginado. Si pensará en magias, en destinos, en debilidades que nunca se supuso.



Mientras, las voces seguirán croando, y aparecerán los que expliquen una vez más lo inexplicable: que si Higuaín en el primero, que si Agüero después, que si el penal a Messi, que si Bravo, que si el juez, que si el pecho, si el frío, si la falta de suerte, si el exceso de dólares, la patria. Hablarán de la patria.



Y aparecerán los que hagan de estas derrotas un destino. Y los que lo mezclen, por ejemplo, con el destino del país: la Argentina es un país que pierde. Que parece que va a ganar, pero al final pierde. Son tonterías. O quizá, quién sabe, no lo sean. Son, en todo caso, formas extrañas, un poco retorcidas, de gritar ma sí. Cada cual se la banca como puede.



Fuente Olé

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