Y aparecerán los que hagan de estas derrotas un destino. Y
los que lo mezclen, por ejemplo, con el destino del país: la Argentina es un
país que pierde. Que parece que va a ganar, pero al final pierde. Son
tonterías.
Por Martin Caparros
Iban ocho, quien sabe diez del segundo suplementario cuando
dije ma sí. Ma sí, me dije, y a mí qué me importa lo que les pase a estos
millonarios. Me sucede a veces: me pongo muy nervioso, me saco y entonces trato
de ponerme, y me pregunto de pronto para qué seguir con tanto sufrimiento
inútil.
Alguna vez habrá que entender por qué uno se engancha en
estas situaciones. Supongamos que es la búsqueda de la intensidad, que tanto
falta en las viditas. Supongamos que por eso apostamos. No tiene mucho sentido,
no sirve para nada, al fin y al cabo para tu vida da lo mismo que los millos
ganen o pierdan y, sin embargo, lo seguimos haciendo.
El partido no había dado para mucha emoción. La Argentina
atacaba de a uno –aunque uno era Messi–; Chile, en equipo. Argentina no pateaba
al arco; Chile tampoco. Messi quería ganarlo y para eso gambeteaba todo lo que
se le cruzaba. Chile quería ganarlo y para eso le pegaba a Messi cada vez que
cruzaba el medio campo. El árbitro se hacía el tonto, pero después se sacrificó
por el espectáculo: decidió que con tal nivel de presiones y aprietes el
partido nunca iba a despegar, y quiso abrirlo echando a dos muchachos. Diez
contra diez podría haber sido más
gracioso, pero su esfuerzo no tuvo mucho éxito. El partido siguió trabado, sin
que se armara juego, casi sin situaciones de peligro. Pero el partido no es lo
importante: lo importante –lo raro, lo intrigante– es que seamos tantos
millones de tarados sufriendo con algo que les pasa a otros, suponiendo que nos
pasa a nosotros lo que les pasa a otros. Es una magia extraña y lo más extraño
es que funciona. A mí, me funciona. O quizá lo más extraño, en este caso, fue
ver al grande tan chiquito. Lloraba, de chiquito, después de revolearla sobre
el travesaño. Fue magia, pero bastante negra: por una vez perdió el que siempre
gana, el que se ganó todo, el que no dejó nada por ganar. Y yo intentaba
imaginarme cómo es, para alguien que no sabe lo que es ser malo, haber hecho
una burrada semejante. Qué se preguntará, qué se contestará, cómo se explicará
haber hecho lo que nadie hubiera imaginado. Si pensará en magias, en destinos,
en debilidades que nunca se supuso.
Mientras, las voces seguirán croando, y aparecerán los que
expliquen una vez más lo inexplicable: que si Higuaín en el primero, que si
Agüero después, que si el penal a Messi, que si Bravo, que si el juez, que si
el pecho, si el frío, si la falta de suerte, si el exceso de dólares, la
patria. Hablarán de la patria.
Y aparecerán los que hagan de estas derrotas un destino. Y
los que lo mezclen, por ejemplo, con el destino del país: la Argentina es un
país que pierde. Que parece que va a ganar, pero al final pierde. Son
tonterías. O quizá, quién sabe, no lo sean. Son, en todo caso, formas extrañas,
un poco retorcidas, de gritar ma sí. Cada cual se la banca como puede.
Fuente Olé
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