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sábado, 16 de diciembre de 2017

Un alarido de campeón que arrancó en el Maracaná y terminó en Avellaneda



El Maracanazo, el segundo de Independiente en ese escenario mítico, desató una enorme celebración en el campo de juego y en el vestuario. Siguió en el viaje de regreso de la delegación y se extendió en la fiesta del Libertadores de América.

El Maracaná desnudo de brasileños y colmado por unos cuatro mil hinchas que gritan enardecidos allá arriba, en una tribuna, y unos treinta jugadores que gritan enloquecidos en el césped, ya forma parte del tesoro rojo, el 1-1 ya está grabado en la mejor historia copera de Independiente y un tal Ariel Holan ingresa a la sala de conferencias de prensa con la camiseta puesta.

No sería raro, si no fuera el técnico del campeón. Pero resulta que además es hincha y ya no le importan ni el procolo y ni el que dirán. Se abraza con todos, conocidos y por conocer. Y hay más: a los pocos minutos se escucha un aullido que parece venir de un grupo de hinchas y algunos hay, pero los que dominan la invasión son jugadores. El primero, Leandro Fernández, con la flamante Copa en sus manos. Arremeten sobre la charla con los periodistas y la desmantelan. A nadie le importa. Se tiran arriba del entrenador, lo mojan y Emmanuel Gigliotti le vacía en la cabeza una botella de agua como si fueran compañeros y no un futbolista y su entrenador. A nadie le importan las formas.

Vienen del vestuario. Alli se desahogaron cantando contra Flamengo y su drone espía de entrenamientos, contra Flamengo y sus bufandas que adelantaban un titulo que no era de ellos, contra Flamengo y sus fuegos artificiales que no los dejaron dormir como correspondía la noche anterior. Cantaron contra Racing, también. Pidieron el ya clásico minuto de silencio que los hinchas le mostraron a cada rincón de Río de Janeiro en los últimos dos días.

Hubo lágrimas, puteadas, abrazos. Pasaron los históricos, que parecen más emocionados que los propios campeones. Eso es Independiente, un orgullo nacional que necesitaba
volver. A Pepé Santoro, con cuatro Libertadores y una Intercontinental en el lomo, le brillaban los ojos.
Al Chivo Pavoni, con la misma foja de servicios, una Libertadores más y 74 años, le queda perfecta la camiseta roja que dice campeón de la Copa Sudamericana que lucen todos los jugadores, incluidos los que no participaron directamente como Jonás Gutiérrez (por no estar en la lista) y Nicolás Figal (por estar suspendido).

El tercer histórico presente es Daniel Bertoni. Está desbordante también: "Independiente es un grande que estaba dormido y se está despertando. Con este equipo volvió la mística ganadora y el buen fútbol", dice. No vino su socio de paredes inolvidables, pero él tuvo la responsabilidad de cuidar al hijo. Simón Bochini, de 19 años, asiente: "Jugamos como hay que jugar las finales".

Y le manda un mensaje al Bocha, su padre: "Fue un boludo por no venir..."

Ya de regreso en el Hilton de Barra de Tijuca, cerca de las dos de la mañana, el plantel se cruzó con los muchos hinchas que allí pararon y Ezequiel Barco se llevó los mayores aplausos cuando bajó las escaleras del primer piso para ir a cenar. El pibe de 18 años es un gran tema de sobremesa para los dirigentes. Se cree que la final fue su último partido, su emoción tras meter el penal demuestra que él piensa que es así, porque el pase al Atlanta norteamericano que dirige el Tata Martino está hecho.

Pero ahora los 12 millones de dólares que le quedan al club parecen escasos. Lo dijo Holan: "Si Vinicius (el pibe de Flamengo que entró en el segundo tiempo y ya fue vendido al Real Madrid) vale 45 millones, Barco no puede valer 12...". Suena lógico. Y puede haber novedades al respecto.

El futuro de Holan fue el otro tema que sobrevoló la noche. Los dirigentes le van a ofrecer un nuevo contrato de tres años. Parecía un trámite, pero no lo es. El técnico dejó en la noche del Maracaná una frase que preocupó a muchos: "Lo tengo que hablar en familia. Fue un año muy difícil, sufrimos mucho. Es una situación incómoda".

Apenas durmieron. Antes de las nueve de la mañana partieron hacia el aeropuerto donde los esperaba el chárter con 162 lugares, para los 28 jugadores, el cuerpo técnico y médico, muchos dirigentes y también muchos hinchas.


Y siguió la fiesta en la altura, cerca del cielo que habían tocado unas horas antes en el Maracaná. Leandro Fernández, con la corona en la cabeza, volvió a tomar el mando. Cualquiera pensaría que venía de meter dos goles en la final, pero no jugó ni un minuto.

Eso es este Independiente también. Y la locura, que arrancó horas atrás en Río, siguió en la llegada a Aeroparque y se abrió por una ciudad convulsionada, tenía como destino el Libertadores de América, un estadio que comparte nombre con la gloria y el sueño de todo un club. Ese pasaje también se sacó en la gran noche del Maracaná.

Por eso la fiesta no tiene fin.


Fuente Clarín

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