El técnico evaluó dar un paso al costado tras la derrota
ante Racing; recibió cierto apoyo dirigencial; será clave o que ocurra frente a
River
Por Jonathan Wiktor
Gabriel Milito evaluó renunciar; ahora, será clave el
partido contra River. Foto: LA NACION
Gabriel Milito no daba más de la frustración cuando
emprendió el regreso hacia el vestuario visitante del estadio Presidente Perón,
pocos minutos después de la derrota por goleada ante Racing. Sería el comienzo
de la incertidumbre que se mantendrá hasta el próximo partido. El entrenador de
Independiente, después de casi dos horas de un padecimiento evidente por el 0-3
en el clásico, pensó en caliente su futuro y se imaginó afuera. Ya en el túnel
aceleró el paso, trató de evitar cualquier tipo de contacto y se metió en el
vestuario, desde donde todavía se escuchaba el festejo que hervía en las
tribunas. Milito, desenfocado por el resultado, pero sobre todo por las formas,
intuyó que tal vez era tiempo de renunciar.
Se encerró en un cuarto privado junto con su cuerpo técnico
y algunos directivos. Cuando salió estaba apenas más calmo, lo suficiente como
para pensar en frío su continuidad y no comunicar ninguna decisión en la cancha
del máximo rival, algo que hubiera sido recordado a lo largo de la historia. Se
abría, entonces, un compás de espera: el tiempo quedaría congelado hasta el
lunes por la noche.
Independiente, tras la goleada, tardó más de una hora en
dejar el Cilindro. Mientras afuera decenas de periodistas esperaban por la
palabra del entrenador, puertas adentro Milito, que en ningún momento del post
partido le habló en términos generales a sus jugadores -sí lo hizo con unos
pocos-, analizaba su futuro. Cuando salió evitó el contacto con la prensa y,
por primera vez como entrenador del Rojo, suspendió la conferencia. Sabía
cuáles iban a ser las preguntas y no tenía definiciones como para responder:
todavía, de hecho, lo estaba pensando. Contestar con una duda hubiera sido
demasiado fuego para las horas siguientes, sobre todo si no estaba seguro de lo
que hacía.
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Por eso ayer fue un día determinante. Milito dejó pasar el
golpe del domingo por la noche y pensó -no con menos dolor, pero sí con más
serenidad- qué tenía que hacer. La impaciencia entre los hinchas -a favor y en
contra- se notaba, pero mucho más en los directivos, que no tenían certezas y
necesitaban resolver el escenario de una eventual renuncia, algo que finalmente
no se concretó.
Pablo Moyano, a todo esto, hizo declaraciones públicas y
trató de esconder las dudas que en verdad existían. "Anoche hablamos con
él y hoy también. Nos dolió la derrota porque es un clásico, pero el proyecto
es a largo plazo. Milito tiene nuestro apoyo y no hay duda de su
continuidad", reconocía el hijo de Hugo pasado el mediodía, al tiempo que
daba a entender -como para tirarle el peso de la responsabilidad a los
futbolistas- que a fin de año habrá una limpieza dentro del grupo. Milito, sin
embargo, les confirmó a los directivos que se quedaba recién en horas de la
noche.
Pero detrás de la continuidad de Milito aparecen opiniones
cruzadas. No todos creen en él. En una comisión directiva fragmentada como
tiene Independiente, los análisis suelen ser contradictorios, sobre todo por
los malos resultados. Después de seis meses en el cargo, al ex Barcelona no lo
acompañan ni los números ni el juego: dirigió 16 partidos (seis triunfos, seis
empates y cuatro derrotas), en el torneo local está a diez puntos del líder
Estudiantes, fue eliminado de la Copa Argentina por Defensa y Justicia, quedó
afuera en octavos de la Sudamericana a manos de Chapecoense y fue goleado por
Racing, como hacía tiempo no pasaba. El año que viene el Rojo tampoco irá a la
Libertadores. Poco para las expectativas que había generado en su arribo.
Milito, después del tembladeral que se generó tras la caída
en el clásico, finalmente sigue. Lo que no se sabe es hasta cuándo, ni de qué
manera. Ya sin el plus que le daba su apellido, el entrenador quedará juzgado
por los próximos partidos. Los directivos dicen que lo bancan, pero el tema es
cuánto puede soportar el DT si no encuentra el camino. El domingo, en el
Libertadores de América, Independiente recibirá a River. Puede ser una buena
prueba.
Una crisis en tres pasos
1) Debut y eliminación. El ciclo de Gabriel Milito en
partidos oficiales comenzó el 8 de agosto, por los 16os de final de la Copa
Argentina. Defensa y Justicia le ganó 1 a 0 en la cancha de Lanús. Esa noche se
vieron las primeras señales de lo que se transformó en algo habitual: un equipo
ambicioso, con un alto porcentaje de posesión de la pelota, pero con escasa
profundidad y sin firmeza defensiva.
2) Flojos refuerzos. Las contrataciones, avaladas por
Milito, no elevaron el nivel del equipo. Llegaron el lateral Damián Martínez
(ya no es tenido en cuenta), Sánchez Miño (resistido por los hinchas desde que
falló el penal ante Chapecoense) y por la lesión de Leandro Fernández fue
contratado Maximiliano Meza, que se lesionó a principios de este mes. Figal
regresó de Olimpo.
3) Dos golpes muy duros. Tras dos empates sin goles,
Chapecoense eliminó por penales a Independiente en los 8os de final de la Copa
Sudamericana. Sólo le queda el torneo local, en el que una campaña por debajo
de las expectativas le sumó el mazazo de la derrota por 3-0 en el clásico con
Racing. Una semana antes, los hinchas habían demostrado su impaciencia en la
caída en otro clásico, contra San Lorenzo.
Fuente Cancha Llena
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