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martes, 29 de noviembre de 2016

Con Milito se esperaba demasiado de un DT que hace los palotes



Gabriel Milito. Foto: LA NACION

Por Francisco Schiavo


La llegada de Gabriel Milito a Independiente fue tan esperada que se generó una expectativa demasiado ambiciosa, tal vez mucho más grande de lo que el entrenador estaba preparado para dar. Hay un factor emocional que nadie -hinchas, dirigentes, cuerpo técnico y jugadores- podrá mensurar jamás y que juega en contra para todos.

Milito no es Guardiola y bastante lejos está de serlo. Pero Independiente es apenas un equipo en vías de reestructuración, pese a las urgencias que soplan en su espalda. Hubiera sido iluso pensar que su sola llegada cambiaría la situación como en un pase mágico. Cuesta entender al club con forma de gigante en cuclillas. La historia no juega. Tampoco los dirigentes con prepotencia sindical. Mucho menos los ídolos de otros tiempos que, con los colmillos afilados, critican y critican sin importarle a quien. Los jugadores van y vienen sin saber del todo por qué. Ni siquiera parecen darse cuenta dónde están.

A Milito se le pide demasiado. Apenas dirige en primera desde 2015 y la experiencia en Estudiantes tuvo más grises que otra cosa. Haber sido un buen jugador no garantiza visión de DT ni claridad conceptual. Todo hay que demostrarlo de nuevo, sin credenciales ni pergaminos. Y en eso anda el Mariscal, en los primeros exámenes. Da la impresión de que en la impaciencia de los hinchas aparecerán primero los jugadores y, más tarde, los dirigentes. La eliminación en las copas Argentina y Sudamericana, más la irregular campaña con derrota en el clásico, son un yunque. Y, por ahora, Milito no puede hacerse cargo de todo.


Fuente Cancha Llena

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