Foto @Independiente
Por Eduardo Verona
A seis años de haber asumido la conducción del club después
del desastre total protagonizado por Javier Cantero, Hugo Moyano, luego de un
buen comienzo, encuentra problemas económicos de altísima complejidad como
consecuencia de una política de incorporaciones lamentable
¿Qué quedó de aquel equipo estupendo de Independiente que el
13 de diciembre de 2017 conquistó la Copa Sudamericana frente al Flamengo en el
estadio Maracaná de Rio de Janeiro?
En esa consagración, el entrenador Ariel Holan jugó con esta
formación: Campaña; Bustos, Franco, Amorebieta, Tagliafico; Meza, Domingo,
Diego Rodríguez, Barco; Benítez, Gigliotti. Los cambios fueron Albertengo por
Benitez, Sánchez Miño por Meza y Gastón Silva por Bustos.
De los catorce jugadores que protagonizaron ese partido,
solo cuatro continúan por ahora en Independiente: Campaña (con muchos más
deseos de irse que de quedarse), Bustos, Franco y Sánchez Miño, quien ya
manifestó que quiere dejar el club.
A este desmantelamiento brutal iniciado a los pocos días de
abrazar la Copa Sudamericana, habría que sumarle el plan sistemático de la
dirigencia de hacer una depuración casi total de los jugadores que se fueron
incorporando en el 2018 y 2019 bajo la gestión de Holan y luego de Sebastián
Beccacece.
Las transferencias, las cesiones a préstamo, las
desvinculaciones forzadas, más los jugadores que ante la falta de pago pidieron
la libertad de acción (como por ejemplo, Gastón Silva y Cecilio Domínguez),
configuran un panorama desolador.
El plantel de Independiente, sin dudas, expresa hoy la
imagen de la desprotección más absoluta. La liquidación del plantel, por otra
parte no parece detenerse.
Al contrario: uno tras otro dejan el club en muy malos
términos, como si abandonaran un lugar no deseado. Más que irse, huyen en una
estampida no habitual que delata un estado de situación.
El fracaso de la dirigencia que lidera Hugo Moyano en el
plano futbolístico adquiere relieves notables. Las grandes inversiones
económicas que realizó el club cuando el técnico en funciones era Holan,
sumando muchísimas individualidades que no estuvieron a la altura de
Independiente (el ecuatoriano Fernando Gaibor puede ser un caso testigo),
perforaron la base económica de la institución.
Con los dólares recibidos por las ventas de Tagliafico,
Barco, Meza y antes Rigoni, Independiente pareció empeñado en quemarlos con un
nivel de incapacidad operativa alarmante. Así se fue descapitalizando a ritmo
acelerado sin que nadie atinara a cerrar una hemorragia estructural que hoy lo
muestra como un paciente de altísima complejidad.
Negarlo o intentar invisibilizarlo como lo niegan e
invisibilizan las autoridades de Independiente en cada oportunidad en que se
revela la magnitud de la crisis, no aporta nada productivo. Solo expresa la
dimensión inocultable del problema.
¿Qué pueden hacer el entrenador Lucas Pusineri y el manager
testimonial Jorge Burruchaga en esta gravísima emergencia que padece
Independiente? Apenas maquillar la realidad. No mucho más. Bajar de apuro y sin
sutilezas el presupuesto en el área del fútbol es también bajar sin una mínima
organización cualquier pretensión deportiva.
A poco más de dos años y medio de aquella conquista en ese
templo sagrado del fútbol mundial que es el Maracaná, Independiente abraza
todas las incertidumbres. No tiene equipo, no tiene recursos, no tiene
respuestas convincentes y encuentra muchísimas más resistencias y rechazos que
respaldos y adhesiones.
Hugo y Pablo Moyano no deberían ni pueden deslindar
responsabilidades, como en otro momento lo hizo el inefable Javier Cantero. De
mínima, pecaron de voluntaristas. Y como diría Julio Humberto Grondona, no hay
que olvidarse que al fútbol se juega con arcos.
Lo que siempre habría que recordar es que hay un arco propio
y un arco ajeno. Por lo menos para no hacerse goles en contra.
Fuente Diario Popular


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