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miércoles, 15 de julio de 2020

De tocar el cielo en el Maracaná a este presente en apenas dos años y medio


Desarmado. De aquel campeón solo quedarían Franco y Bustos.

Detrás de la abrupta caída del club hay una trama de peleas, internas y decisiones equivocadas.

Diciembre de 2017. El Maracaná era todo rojo. 


Ariel Holan y sus muchachos lloraban abrazados a la Copa Sudamericana tras superar a Flamengo en la final. Era el retorno del Rey. Independiente coronaba su vuelta a los primeros planos después de haber tocado fondo y de haber pasado por la etapa más negra de su historia con el descenso de 2013.


El logro deportivo internacional que desempolvó la chapa de equipo históricamente dueño de la mística copera estuvo acompañado de un crecimiento institucional: los números se empezaban a ordenar, se habían renegociado y pagado deudas viejas, los sueldos se abonaban al día, los predios recuperaban su vida, las glorias tenían participación activa, el estadio veía concluidos sus cuatro costados... Hugo Moyano había puesto de pie al Rojo nuevamente. Y tenía todo para seguir por ese camino ascendente. Pero...


¿Quién se imaginaría que apenas dos años y medio después la realidad sería otra en el club de Avellaneda?


La crisis estalló en medio de la cuarentena que complica a todas las instituciones deportivas, es cierto, pero deja en jaque a las que ya arrastraban serios problemas económicos.


A Independiente la pandemia le profundizó sus males. Intimaciones varias, fallos en contra, reclamos millonarios en FIFA, pedidos de embargos, jugadores que se declaran libres, otros que se quieren ir.


¿Por qué Independiente no pudo aprovechar ese envión inicial para continuar construyendo y, por el contrario, cayó abruptamente tanto en lo deportivo como en lo económico?


Muchos señalan la obtención de la Sudamericana como el punto de partida de los problemas. Pero hay una trama de peleas, internas y decisiones equivocadas. Y el primer chispazo se había generado antes de la vuelta olímpica en Río de Janeiro. Holan y su ladero, el preparador físico Alejandro Kohan, estaban separados bajo el mismo techo desde octubre, cuando rompieron relación por diferencias económicas en las negociaciones por la renovación del contrato con el club. Luego de ganar el trofeo todo salió a la luz. Kohan se fue. El vestuario se dividió y varios comenzaron a mirar de reojo a Holan.


Casi al mismo tiempo, con el armado de la lista oficialista que terminaría dándole la reelección a Moyano ese fin de año con casi el 90 % de los votos, se cocinaba a fuego fuerte una feroz interna dirigencial que rompió el hervor a inicios de 2018.


Nada fue igual en el equipo luego de que Holan diera marcha atrás a su “decisión indeclinable” de irse tras los aprietes de la barra. El agente Fernando Hidalgo empezó a asesorarlo y a participar en el libro de pases. Este movimiento no cayó bien en el grupo de directivos que tenía injerencia en las decisiones futbolísticas, ya que se vio apartado de la mesa chica, que quedó reducida a Hugo Moyano, Pablo Moyano (vicepresidente) y Héctor Maldonado (secretario general).


Ese grupo desplazado es el denominado “Grupo Champagne” , la pata no camionera de la dirigencia roja.


Está compuesta por Jorge Damiani (secretario deportivo), Adrián Espósito (secretario administrativo), Gustavo Lema (secretario de Promoción y Comercialización de Imagen Institucional), Daniel Seoane (secretario de convivencia y seguridad), Sebastián Roqueta (vocal) y Carlos Montaña, vice 2°.


Algunos prefirieron dar un paso al costado, como el extesorero Fabio Fernández. Renunció por no estar de acuerdo con ciertos refuerzos que escapaban al presupuesto. Este dirigente fue el primero que alertó a los Moyano sobre la problemática que podría traer a futuro para las finanzas firmar contratos elevados.


El sector no camionero señalaba a los Moyano por “darle las llaves del club” a Holan para traer a discreción. Hubo grandes ventas, como la de Maximiliano Meza (14.275.000 dólares) y la de Ezequiel Barco (13.400.000), pero las compras en los siguientes mercados fueron costosas y sin buenos resultados. El equipo se fue desinflando tras la obtención de la Suruga Bank a mediados de 2018 y las deudas engordaban.


“Estuvimos dos años con persecuciones políticas y no pudimos darle la atención al club”, dicen en la dirigencia, dando a entender que en ese tiempo daban luz verde a lo que pedían Holan primero y Sebastián Beccacece después.


La cúpula no abrió el juego a los dirigentes relegados tampoco cuando tenía su foco puesto en la puja con el macrismo y en las elecciones nacionales de 2019. La interna perjudicó al club. Recién a inicios de este año, con la soga de los números al cuello, se fumó la pipa de la paz puertas adentro.


“Veníamos al día hasta las últimas devaluaciones monstruosas que hubo hace diez meses”, se suelen excusar alrededor de Moyano. Argumentan que con la inflación y la disparada del dólar se les fue de las manos el presupuesto.


¿Quién avaló los contratos en moneda extranjera, algunos con un tope alto y otros sin tope? Siendo hombres de la política, ¿no contemplaron las proyecciones que auguraban una inflación anual por encima del 40 por ciento? Las respuestas tal vez se encuentren en la renuncia del tesorero Fernández en enero de 2018.



Fuente Clarín

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