Otra vez
cabezas gachas. Brindisi se va de la cancha con Villalba y Zapata a su lado. La
fila de la decepción tras la igualdad la completan Menéndez, Núñez, Razzotti y
el pibe Vidal. /MARIO QUINTEROS.
Por
Maximiliano Uría; "CLARÍN".
De la mano
de Montenegro sacó diferencias fácilmente. Luego se complicó solo. Terminó
confundido y silbado.
Podría haber
sido gol ese tiro libre delicioso que ejecutó Daniel Montenegro sobre el final.
Mauro Giannini podría, también, haber sancionado el penal que Brian Flores le
cometió a Cristian Menéndez en tiempo de descuento. Pero no hubo caso: el guiño
que necesita todo equipo de fútbol para empezar a salir de un pozo no se
produjo ayer por la tarde en Avellaneda, y el Independiente de los miedos y de
las dudas, volvió a mostrarse aturdido -luego de ilusionar tras unos muy buenos
45 minutos iniciales-, y dejó escapar dos puntos de manera increíble: ganaba
2-0, terminó 2-2.
Dos tiempos
fueron sinónimo de dos caras en el local. En la primera, apareció
Independiente, con todo lo que ese nombre implica. A los siete minutos ya
ganaba 1 a 0.
El gol de
Federico Mancuello fue digno de un aplauso sostenido. La arrancó Lucas Villalba
por izquierda, abrió para Mancuello, quien la extendió para Montenegro. Y aquí
conviene detener la narración, hacer una pausa. Porque eso mismo hizo el 10 :
una pausa justa y en velocidad. Cuando recibió del volante, Rolfi se sacó a un
hombre de encima, esperó a Mancuello y la cedió para que su compañero definiera
suave. El mensaje tempranero decía que Montenegro estaba en cancha. Se lo
esperaba.
Los 45
minutos iniciales del Rolfi fueron casi perfectos. Recostado sobre el sector
izquierdo, aprovechando el vacío en la espalda de Carlos Rearte -volante que
sabe mucho de ir pero muy poco de volver -, el 10 marcó el compás de
Independiente. En la pulseada ideológica previa de los entrenadores, Miguel
Brindisi le sacó ventaja a Sebastián Rambert. Eligió Independiente atacar sobre
el sector derecho de la defensa de Aldosivi, con Rolfi como abanderado. La
cuestión funcionó. Y más cuando unos minutos después del primer tanto el propio
Montenegro cambió por gol un infantil penal de Darío Cajaravilla sobre
Menéndez, en lo que fue, quizá, el único acierto del árbitro.
Se fue
ovacionado Independiente al vestuario: ganaba 2 a 0 jugando bien y con un
Montenegro regalando gambetas, pases entrelíneas y sacrificio. Aldosivi, en
cambio, se retiró invadido de interrogantes. La sensación de goleada rondaba en
el aire. Todo era alegría.
Los 15
minutos que dura el entretiempo fueron la clave del empate. Rambert puso en
cancha a Ignacio Malcorra por el mencionado Rearte para corregir el retroceso.
Igual, fue el mismo Brindisi el que le solucionó el problema a la visita: sacó
a Villalba e incluyó a Christian Núñez.
Esa
modificación fue el gran error de Independiente.
¿Por qué?
Con el ingreso del uruguayo, Brindisi movió a medio equipo: Gabriel Vallés, de
buen primer tiempo, pasó a marcar la punta izquierda; Zapata se corrió para el
centro; Mancuello, a la izquierda; y Montenegro, a la derecha. ¿Acaso no era
más sencillo un cambio de nombre por nombre?
Estaba fácil
el partido para el local y se lo complicó solo. Simplemente debía aguantar e
incorporar a un jugador en ataque para aprovechar los espacios de contra.
Falló
Brindisi y no es pecado. El ser humano convive con el error. Del otro lado, hay
que marcarlo, Rambert acertó: ajustó su sector más débil con Malcorra y luego
con Baima. Los goles del empate los marcaron Martínez y Vildozo. Nadie entendía
nada. El malestar, rápido, se hizo eco.
Y ya se hizo
imposible jugar: la pelota quemaba, el miedo escénico era enorme y visible.
Independiente
prácticamente se empató sólo; Independiente no tiene suerte.
Independiente,
siempre Independiente.
Fuente
Clarín

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