Por Nahuel Lanzillotta
La tonta
expulsión de Luna parecía otra vez hundir a Independiente, pero el equipo por
primera vez en el ciclo de Vaccari sacó a relucir su amor propio y terminó con
un mejor semblante aunque no le alcanza.
Y al cuarto
partido, volvió el pulso. Hay signos vitales en el Independiente de Julio
Vaccari. Sigue sin ganar, es verdad. Pero ante un partido adverso por una tonta
expulsión temprana sacó a relucir uno de los dos factores fundamentales para
salir adelante: el amor propio. Todavía en el debe desde el fútbol, el Rojo
demostró en el 0-0 contra San Lorenzo que aunque no parezca le hierve la
sangre. Y es noticia.
El juego está
ausente. Once contra once, Vaccari no logró de entrada en la noche del sábado
inyectarle la idea a sus hombres. Nuevamente montados en un 4-3-3, hubo paridad
en la mediocridad contra un rival que sí pudo contar con los refuerzos -a
diferencia del Rojo- pero que tampoco demostró algo potable sobre el campo.
Y los pelotazos
volvían a amenazar con convertirse en las divas de un clásico devaluado por los
pálidos presentes de ambos clubes. Hasta que una irresponsabilidad a los 17
minutos rompió todo. Alex Luna fue con un planchazo absurdo sobre la canillera
derecha de Malcom Braida. Sobre un lateral a la altura de la mitad de la
cancha. Inexplicable.
Hernán
Mastrángelo lo amonestó, pero el VAR llamó. Y tras revisarla en el monitor, el
árbitro cambió amarilla por una correcta tarjeta roja para el pibe de
Independiente que en seguida se dio cuenta de que se había equivocado. Era
tarde. Ya estaba hecho. Otra vez un partido se le hacía cuesta arriba al
Diablo.
Vaccari tuvo que
reordenar a su tropa en un 4-4-1, con un Gabriel Avalos mandado al muere como
único punta, solito arriba contra el mundo. Nada pudo hacer. Independiente de
movida se preocupó por defenderse bien y cerrarle los caminos a un Ciclón que
seguramente se le iría al humo aprovechando el hombre de más.
Sin embargo, al
notar la indecisión de su rival, el Rojo se fue animando. Y los cambios de
Vaccari fueron en ese sentido. Un poco por la ineptitud de los de Boedo, pero
bastante por la virtud de los de Avellaneda, el trámite nunca acusó la
disparidad numérica entre un equipo y el otro. San Lorenzo no supo generar,
salvó en una ráfaga tras el ingreso de Nahuel Barrios. Rodrigo Rey se despachó con
tres atajadas: a Alexis Cuello, a Andrés Vombergar y a Eric Remedi.
Pasado ese
sofocón que duró apenas dos minutos reloj, Independiente se animó. Otra vez
entró bien Santiago Hidalgo. También lo hizo Diego Tarzia. La sangre joven le
dio vida al local. El motorcito del medio fue David Martínez. Trabó, recuperó,
luchó y también jugó. El Tata fue quien empezó a cambiar el canto contra los
jugadores por el “¡Vamos, vamos los pibes!”. La vibra viró de malestar a
entusiasmo en el Libertadores de América-Ricardo Enrique Bochini en ese segundo
tiempo con mejor imagen roja que azulgrana.
Con uno menos y
todo, Independiente fue decidido a ganarlo. Sacó a relucir el carácter por
primera vez en el ciclo de Vaccari y contó con remates claros que tapó Facundo
Altamirano, como los dos de Hidalgo. El arco asediado en el final fue el del
visitante, salvado sobre la hora nuevamente por su arquero ante un cabezazo de
Juan Fedorco.
No le alcanzó
para ganar. Se mantiene en el debe en el análisis global. Sin embargo, la expulsión
obligó al Rojo a sacar a relucir algo de lo que se le pedía y que parecía no
tener: corazón. Lo hizo principalmente por los más jóvenes, pero si todos saben
capitalizarlo puede ser el inicio de un efecto contagio para empezar a escapar
de a poco de tanta malaria.
Fuente Infierno
Rojo
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