Por Diego Latorre
Si la principal virtud de tu rival es lograr que te frustres
y juegues mal, toda mirada que plantees sobre tu propia actuación va a ser
relativa. Si se suma el hecho del debut del entrenador y de algunos de los
jugadores, dar un veredicto suena disparatado. Pero si además a los 44 minutos
te expulsan a un futbolista cualquier análisis pasa a estar tan condicionado
que solo es aplicable a ese partido y a poco más.
Algo así ocurrió con el estreno de Edgardo Bauza al frente
de la selección argentina el jueves en Mendoza. Que sirvió, al margen del
resultado positivo, para observar algunas intenciones iniciales y tejer ciertas
hipótesis sobre el futuro, pero por supuesto, no para establecer diagnósticos
concluyentes sobre el proceso recién inaugurado.
Uruguay es garra, corazón, oficio y Luis Suárez. Un equipo
nada generoso, especializado en cerrar los caminos y complicar la vida de sus
adversarios. Es decir, casi lo peor que te puede ocurrir si te toca enfrentarlo
en circunstancias como las que arrastraba Argentina antes del partido. Y la
selección logró superar el escollo dejando incluso algún que otro detalle
esperanzador para el futuro.
El principal, en mi opinión, fue la saludable intención de
juntar a Paulo Dybala con Lionel Messi. El zurdo de la Juventus reúne una serie
de virtudes muy destacables: tiene pase, remate y gol, pero también capacidad
para asociarse, y una inteligencia llamativa para detectar las zonas libres
detrás de la línea de volantes rival. Esto hace que no necesite de grandes
desplazamientos para ocuparlas y que suela aparecer casi siempre desmarcado
para recibir la pelota.
La presencia de Dybala, como en su día fue la de Pastore, es
una gran noticia para el equipo y para Bauza, pero sobre todo para Messi. El
cordobés lo libera de la obligación de tener que retroceder en exceso para
entrar en contacto con el juego y la mezcla entre los dos debería potenciar el
fútbol del mejor jugador del mundo.
Como ya comenté en algunas oportunidades, se necesita un
funcionamiento aceitado para que el desequilibrio colectivo favorezca el
desequilibrio individual. El talento surge con más naturalidad si está
contenido dentro de una fluida circulación de pelota, si es alentado por la
participación y el movimiento del conjunto. Para el futbolista talentoso no es
lo mismo sentir que sus acciones guardan una relación directa con el juego que
elaboran sus compañeros, que intentar fabricar esas mismas jugadas porque el
resto del equipo está esperando que las haga.
Para que ocurra lo primero resulta esencial rodear al
talentoso de gente con la que tenga afinidad. Y la impresión más positiva que
me llevé del partido del jueves fue que la sociedad Messi-Dybala puede darle
muchos frutos al fútbol de la selección.
Al margen de esto, el encuentro ante los uruguayos dejó
puntos a favor y también abrió ciertos interrogantes. Fue muy bueno el primer
tiempo de Mascherano en la distribución, con una precisión de pase pocas veces
vista. A partir de su tarea Argentina logró ejercer un dominio claro durante
ese lapso, a pesar del poco espacio de maniobra que permitía el rival y del
poco hábito de construcción de juego propio, déficit histórico del equipo que
lógicamente no se iba a solucionar en apenas un par de días de entrenamiento.
También hay que resaltar el gran trabajo de Funes Mori en la
neutralización de Luis Suárez, y el esfuerzo general para reducir espacios
hacia atrás y sostener la estructura en la segunda parte, ya en inferioridad
numérica.
El capítulo de las preguntas se abre con un debate que
también lleva largo tiempo de evolución, y que tiene relación con el
acompañante de Mascherano en el centro del campo cuando Argentina domina el
partido.
En esos momentos, y sobre todo en noches como la del jueves,
con el jugador del Barça monopolizando la pelota, a Lucas Biglia le cuesta
encontrar su posición en la cancha. No está en la esencia del futbolista de la
Lazio soltarse en ataque -solo lo hizo una vez contra Uruguay- y entonces queda
situado en paralelo con Mascherano, lo cual permite que el rival controle a ambos
con un solo jugador y pueda dedicar más efectivos a tapar a los Messi, Dybala o
Di María.
Ahí cabría pensar en alguien que mejorase la circulación,
sin que necesariamente eso derive en descompensación defensiva. Si a partir de
la convicción, un técnico logra que todos participen en la recuperación, sean
solidarios y pasen por detrás de la línea de la pelota cuando esta se pierde,
no hay equilibrio que se altere. Aunque desde ya debe contar con tiempo
suficiente para conseguir ese convencimiento.
Otro interrogante abierto, y que requerirá imaginación para
solucionarlo, tiene que ver con Ángel Di María. Su naturaleza le pide espacio,
terreno para correr y gambetear en velocidad. Por eso, cuando el rival se
comprime su aporte queda limitado.
Y un tercer cuestionamiento, casi anecdótico, pudo
plantearse en un principio con el cambio de Alario por Pratto.
Es normal suponer que las circunstancias del partido
motivaron la decisión de retrasar por derecha al centrodelantero del Atlético
Mineiro (se desgastó mucho pero le faltó frescura con la pelota en su debut), y
que dejar a Messi como único referente arriba en el segundo tiempo tuvo que ver
con la condición física del 10, para ahorrarle desplazamientos largos y esperar
que pudiera armar una acción de gol en un mano a mano. Para reemplazar a Pratto
quizás lo más natural hubiese sido el ingreso de un volante que ocupe esa zona,
pero Bauza eligió al hombre de River. Antes que el conocimiento de la posición
priorizó el hecho de mantener altura en el área propia ante los previsibles
centros uruguayos en los minutos finales. Y está bien.
Al margen del grado de coincidencia que se tenga con lo
hecho por el Patón, siempre es más saludable tener una idea que diez, y nadie
puede ni debe renunciar a lo que es. Personalmente, si algo no me gustaría que
ocurriera es que Bauza alterara sus convicciones por tratar de mostrarse
diferente al cartel que lleva colgado. Un estilo, más o menos comedido, no es
cuestionable; sí lo sería traicionarse a sí mismo.
El martes en Venezuela habrá oportunidad de seguir ahondando
en el análisis de esta nueva selección, aunque sin Dybala y sin Messi, cuya
ausencia preventiva me parece una medida muy sensata. Primero para cuidar la
integridad del jugador, y al mismo tiempo, para mantener buenas relaciones con
el Barcelona.
A Bauza se le abre en Mérida la puerta para darle al equipo
un funcionamiento sin la presencia del mejor. El juego no debe "ser"
Messi, y ahora, con cierta holgura en la tabla de las eliminatorias, es buen
momento para probar las respuestas del grupo sin depender de él.
No quiero terminar sin dedicarle un párrafo a Brasil, que
también estrenó etapa; y a Neymar, que vive un proceso llamativamente parecido
al de Messi entre nosotros. Al equipo de Tité se lo vio con más aplomo y
seguridad, impulsado sin duda por el éxito en los Juegos Olímpicos, aunque
tampoco en este caso se puede ser concluyente con el diagnóstico.
Pero sobre todo, se vio un Neymar mucho más jugador, mucho
más hecho y más dominante, con una influencia superlativa sobre el partido. En
la carrera de un futbolista hay determinados episodios que adquieren la
dimensión de graduaciones. Neymar pasó una prueba de ese tipo en la final del
Maracaná. Tal como Messi ya hizo en la Argentina.
Ambos han madurado y liderarán a sus selecciones en estos
procesos recién inaugurados a los que habrá que darles tiempo. Entonces sí
podremos analizarlos con muchos más elementos de juicio que unos mínimos 90
minutos de juego.
Fuente Cancha Llena
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