Por Alejandro Duchini / Fotos: AFP
Reconocido cronista de viajes, admirador del fútbol e hincha
de Boca, combinó esas pasiones en excelentes libros. Sus discrepancias sobre
las definiciones del fútbol de izquierda y de derecha. El “ser argentino” de
Messi. ¿Por qué detesta a Cristiano Ronaldo?
Radicado en Madrid, Caparrós se deja envolver por la pasión
del fútbol.
A Martín Caparrós no es sencillo ubicarlo. Argentino, alguna
vez alguien lo definió como ciudadano del mundo: por su trabajo de cronista, se
la pasa viajando. Puede estar en una capital europea como en una choza de la
India o en el interior de nuestro país. De cada lugar saca una historia de vida
y luego un texto con una mirada y una escritura originales. Eso lo reflejó en
varios libros que lo ubican como uno de los mejores periodistas. Considerado
entre los intelectuales más destacados del país, es también un futbolero (de
Boca), pasión que tiene por debajo del rugby que jugó desde adolescente hasta
hace unos cuantos años. A sus 59 años, ya no patea pelotas en las canchas, pero
le encanta ver partidos que describirá en sus notas. Para concretar la
siguiente entrevista, El Gráfico lo encontró en Madrid, donde vive. Fue horas
después de que Messi renunciara a la Selección y miles de argentinos le
pidieran que se quedase, tema que sirvió como excusa para charlar sobre aquello
que surge de una pasión que no termina de explicarse: la número cinco.
-¿Jugás al fútbol?
-En realidad, jugué poco: hasta más o menos los 15 años.
Jugaba al rugby: desde los 10 a los 40 me interesaba más que el fútbol. Hoy
extraño el rugby. De vez en cuando sueño que lo estoy jugando, pero me
despierto. Debería decir que el deporte que practiqué es el rugby. Con el
fútbol tengo una relación más de espectador. Claro que lo jugaba bastante en el
colegio, pero cuando se presentó el rugby, medio que lo dejé. Ahora me pasa lo
contrario: casi no veo rugby. No me gusta el deporte en que se convirtió: me da
la sensación de que lo que se consideraba un error cuando yo jugaba hoy es la
base del juego. Nosotros jugábamos para no chocar y que no nos agarrasen. Ahora
todo consiste en ir al choque, al agarre, al roce, en imponer la fuerza sobre
la habilidad: hacer eso que antes queríamos evitar. Hoy es un deporte que no me
gusta.
-En tu libro Ida y vuelta le preguntás a Villoro si se
imagina “un mundo sin fútbol”. ¿Vos te lo imaginás?
-Sí, me lo imagino incluso con cierta nostalgia: yo tendría
más tiempo para hacer otras cosas. La gente se dedicaría a otras cosas, no sé
si mejores o peores, pero serían otras. Si este mundo con fútbol no nos está
saliendo tan bien, por qué no pensar que sin él podría ser un poco mejor. Pero,
claro, es raro, porque hay muchas cosas importantes en nuestras vidas que son
como la evolución natural de algo; tendencias que vienen de siglos y siglos de
historia, que van cambiando, pero que ocupan un espacio que siempre estuvo
ocupado. En cambio, el fútbol, no. Ahora que se habla del Bicentenario: por
ejemplo, en la Argentina de julio de 1816 no había ningún momento social que
equivaliera al deporte en general y al fútbol en particular. Esto empezó a
aparecer a fines del siglo XIX. Podría no aparecer y nadie lo hubiese extrañado
porque no había base para extrañar. Uno extraña lo que sabe que puede extrañar:
no se puede extrañar lo que nunca existió.
-También decís que “el fútbol es uno de los temas menos
prestigiosos de este mundo”.
-Digo que el fútbol como tema no tiene prestigio. Uno habla
con un amigo de literatura, de cine o de lo que sea, incluso de mujeres, y es
como un diálogo en el que hay algo que importa. En cambio, te ponés a hablar de
fútbol y tal vez hasta te apasionás más, pero no tiene ningún prestigio en sí,
en el sentido de que es una boludez: si va a jugar Pavón contra tal o cual
equipo. No es un tema que se pueda sostener como importante, significativo. Y,
sin embargo, se pasa mucho tiempo hablando de eso.
-¿Sufrís por Boca o la Selección?
-Escribí algo sobre eso cuando se perdió la final de la Copa
América contra Chile. “¡Ma, sí!”, dije. Hay un momento de sana reacción “¡ma,
sí!”. ¿Por qué me tiene que importar? No influye nada en mi vida. Mi vida será
igual gane o no mi equipo, meta o no meta ese penal Messi. ¡Mi vida será igual!
Me parece más inteligente ocuparse y preocuparse por cosas que sí tienen que
ver con tu vida o la vida de otros. Pero esto no cambia nada. Lo curioso es que
nos creamos, o que nos hayamos creído, que sí, y que nos influye, y nos
importa, y todos jugamos ese juego. De vez en cuando me descubro sacado por
algo que no tendría que tener la menor influencia y me digo “¡ma, sí!”. Por un
lado, es agradable poder preocuparse tanto por algo que no te importa nada: es
como un juego fácil. Tiene las dos grandes condiciones de un juego para que
funcione. Por otro, que te produzca un efecto fuerte en el momento y luego,
cuando se acabó, no te produce nada, ningún efecto. Esa mezcla de los dos
factores me parece que lo hace muy potente como juego. El problema es cuando
uno se cree que es algo más que eso. Por supuesto que me gusta más que mi
equipo gane, pero a las dos horas, mi vida es exactamente la misma, haya
perdido o ganado. No quedo preocupado ni feliz. Reivindico esta capacidad de
que durante las dos horas del partido nada me importa más y a los dos horas del
partido nada me importa menos.
-En Boquita contás que, literalmente, te hiciste de Boca
sentado sobre un inodoro.
-Es lo que cuento, es lo que me acuerdo. Vaya a saber si es
cierto. Uno nunca sabe si los recuerdos, más a los 5 años, son verdad o no.
Pero ese es uno de mis primeros recuerdos.
-También preguntás en ese libro si los jugadores saben de
fútbol.
-No lo sé. Me parece que hay como… en las profesiones,
también entre los futbolistas, hay tipos que tienen diferentes relaciones con
su actividad. Hay quienes quieren aprender. Por ejemplo, aquellos que luego
serán directores técnicos. El ejemplo contrario es Batistuta o Schiavi, tipos
que descubrieron que se cotizaban bien en el mercado y lo hicieron. Entre un
extremo y otro hay una serie de declaraciones. No creo que se pueda definir una
tipología en particular. Seguramente, lo que sí tienen los jugadores de fútbol
es que, como conocen ese mundo, de algún modo se hacen menos fantasías que
nosotros, que lo miramos de afuera. El fútbol tiene algo que me llama la
atención: está pensado como espectáculo, algo para que otros miren. Y uno solo
ve lo que le muestran y nada de lo que hay detrás. Se ve a los pibes jugando en
la cancha y después no sabés cómo funciona eso. Hay como un secretismo, una
oscuridad.
-¿Qué es saber de fútbol?
-Lo que me hace pensar que sé algo de fútbol, que es una
estupidez, pero te lo cuento, es que cuando veo un partido puedo decir cinco
minutos antes “ahora el técnico sacará a tal jugador” y acierto. Es una
boludez, pero quiere decir que más o menos estoy entendiendo cómo funciona,
porque después pasa. En general, acierto. Pero me parece que saber es poder ver
un poco más allá del caramelo televisivo. Ver el fútbol en serio. Los once
jugadores en la cancha, cómo corren, cómo se relevan, cómo se desmarcan.
Estamos muy empalagados por el caramelo de la televisión, que te muestra al
pibe que lleva la pelota pero no te muestra qué pasa en otros lados de la
cancha. Saber algo de fútbol es poder entender que es un juego de once contra
once, que hay cosas que suceden más allá de lo que se ve.
-Hay una idea, tal vez muy enquistada, según la cual el
equipo que juega lindo no gana y que para ganar hay que ser rústico, apelar al
“huevo, huevo”.
-Por supuesto que se puede ganar jugando bien. El problema
es que hay que tener buenos jugadores y los buenos jugadores son caros. En
general, los equipos que ganan jugando bien son los ricos del mundo: Bayern,
Real Madrid. Pero son equipos de 500, 600 millones de dólares. ¡Fortunas!
Entonces el problema es ese: la concentración de la riqueza, que se da en todos
los niveles de la sociedad, también funciona en el fútbol. Los equipos ricos
pueden ganar jugando bien, los más pobres se la tienen que rebuscar como
puedan. Aguantar. En ese sentido, y lo escribí alguna vez, disiento con lo que
dijo Valdano del fútbol de izquierda y del fútbol de derecha: el fútbol de
izquierda sería el elegante, el lírico, el artístico; y el de derecha es el de
los que se cuelgan del travesaño y reparten por toda la cancha. Creo que si
fuera así, el fútbol de izquierda es un privilegio de los ricos y el de derecha
el que practican los más pobres. Me parece que hay algo que corregir en esa
idea. Sería una pena que solo se pudiera ser de izquierda cuando se tienen mil
millones de dólares en jugadores. Por supuesto que se puede ganar jugando bien,
que por otro lado, es la forma más segura de ganar. Pero para eso,
lamentablemente en este sistema de concentración de riqueza futbolística, hay
que ser de los de arriba. En ese sentido, se establecieron diferencias muy
fuertes entre los países. Eso incide en la Argentina.
-¿Por ejemplo?
-Argentina se convirtió en un país exportador de materia
prima futbolística. Se hace muy difícil ganar jugando bien porque los buenos
jugadores se fueron. El campeonato de Primera argentino es un campeonato de
Primera B, claramente: juegan los pibes que jugarían en la B si todos los
jugadores argentinos estuvieran en la Argentina. Entonces, tiene las características
clásicas de los torneos de Primera B: pierna fuerte, aguanto, me busco la vida,
veo cómo hago y si puedo poner más fuerte que el otro, le ganaré. Parece que
estuvieran jugando todo el tiempo Excursionistas-Defensores de Belgrano o
Chicago-Sarmiento de Junín. Es una realidad, no una metáfora. Si los mejores
estuvieran acá, en la A quedarían cuatro y los demás en la B.
-¿Qué te causó la reacción colectiva en favor de Messi tras
su anuncio de retirarse de la Selección? Hubo maestras que escribieron cartas,
en los subtes se le pedía que no se fuera y en la tele se mostraron videos de
chicos llorando por el ídolo.
-Para completar, a Messi lo condenaron a casi dos años de
prisión por evasión impositiva: eso termina de consagrarlo como argentino, con
estas dudas que siempre tuvimos por sus actitudes que no nos parecían
argentinas: no cantar el himno y esas cosas. Pero trató de evadir impuestos muy
criollamente, solo que lo agarraron. Se equivocó de lugar y lo agarraron. Se
pueden decir demasiadas cosas sobre Messi, pero sintetizo: nos gusta querer lo
que ya no tenemos. Somos una sociedad tanguera: nada nos gusta más que lo
perdido y en el momento en que nos pareció que lo perdimos, empezamos a
quererlo. Si lo hizo a propósito, estuvo muy bien. Si no, terminará de
definirse cuán argentino es Messi, una vez más. Todo depende de si cree que
tiene que cumplir con su palabra o si, como buen argentino, no hay necesidad de
cumplir con su palabra y entonces vuelve a la Selección.
-¿Qué se dice en España de este tema?
-Se hicieron muchos comentarios: que no lo tratamos bien,
que no lo cuidamos, que es lógico que no quiera estar ahí. Hubo muchos
comentarios. Hay que llenar tantas páginas con estas pavadas que se dice de
todo.
-¿Qué experiencia te queda de escribir dos libros
futboleros: Boquita e Ida y vuelta?
-Los dos fueron muy gustosos. Boquita fue un placer hacerlo
porque me permitió revisar muchos momentos de mi infancia y de mi vida y me dio
una buena excusa, inmejorable, para ir a buscar a ciertos personajes fuertes de
cuando era chico. Cuando me pasé unas horas hablando con Marzolini y quería
seguir hablándome, yo estaba encantado, admirado. Fue un gran placer hacerlo.
Me interesó además, más allá de contar la historia de Boca, pensar en qué
consiste el fenómeno de ser hincha de Boca. El libro es más eso, está más
concentrado en tratar de entender qué es ser hincha de Boca. Ida y vuelta, un
intercambio de cartas con Villoro durante el Mundial 2010, lo disfruté porque
fue intenso: duró un mes. A Villoro lo respeto muchísimo. Se armó como un
mecanismo casi deportivo en el que él me mandaba una carta y yo tenía que
contestarle con otra que estuviera a su altura; y él, a su vez, me tenía que
matar el punto y yo después a él. “¿Cómo lo hizo?”, me preguntaba. En algún
punto él también se sentía desafiado por lo que yo le contestaba. Es un libro
que quiero mucho. De casualidad lo hojeé hace diez días, después de mucho
tiempo. Me sigue resultando agradable. No se quedó en el Mundial 2010.
"Nuestro campeonato de Primera es uno de Primera
B", dice.
-¿Vas a la cancha en España?
-Iba mucho al Camp Nou, en Barcelona, acreditado por Olé.
Era un gusto ver al Barcelona. El año pasado fui a la final de la Champions, en
Berlín, y también a la semi en Múnich. Ahora que vivo en Madrid voy menos:
detesto a Cristiano Ronaldo. No me dan ganas de verlo festejar. De hecho,
estaba acreditado para la final de la Champions y cuando vi que iba el Madrid
dije “no, ir hasta ahí para verlo pavonearse a Cristiano Ronaldo es más de lo
que necesito”. Así que no fui. Pero voy a la cancha cada vez que puedo. Porque
para ver fútbol de verdad hay que ir a la cancha. En la tele es otro deporte.
-Dado que por tu trabajo como cronista recorrés el mundo:
¿qué te asombra de las distintas maneras de ver el fútbol?
-Recuerdo algo que conté, justamente, en Ida y vuelta. Tiene
que ver con Dhaka, la capital de Bangladesh, a donde llegué días antes de que
empezara el Mundial 2010. Es, para mi gusto, la ciudad más fea del mundo. Siempre
digo que no volveré y por algo siempre vuelvo. Cuando fui aquella vez, la
salida del aeropuerto estaba llena de banderas argentinas y brasileñas. Le hice
el chiste al taxista de que no hacía falta que me reciban así. El tipo me
explicó que era por el Mundial. Los bengalíes se dividían entre hinchas de
Argentina y Brasil, me contó. Rivalizaban por quién ponía más banderas. Me
impresionó esa historia de gente que quería sumarse a esa locura planetaria por
el fútbol aun cuando en Bangladesh nunca hubo un equipo de fútbol digno. Pero
se enganchaban por uno u otro y hacían cosas por países lejanos. Había una
competencia por quién ponía la bandera en el lugar más visible o importante. Y
un pibe se subió a un árbol altísimo para colgar una argentina, se cayó y se
mató. Pensé que morirse por la bandera del país de uno es una estupidez, pero
ya es incalificable morir por la de un país que está en las antípodas del tuyo.
Perfil
En los recreos “descubrí que ser de Boca era algo que podría
compartir con otros –que me hacía cómplice de otros chicos, que nos daba una
causa común– pero que algunos de mis mejores amigos se transformaban de tanto
en tanto en enemigos porque eran de un equipo que se llamaba River. En esos
recreos descubrí que uno se hacía hincha de un equipo: no es poca cosa,
hacerse. Y que, ya hecho, uno no era hincha de un equipo: uno era de un equipo.
No es poca cosa, ser”, se lee en la primera página de Boquita, el libro que
Martín Caparrós escribió durante los primeros años de los 2000 y que se publicó
en 2005. En sus páginas entrevista a ídolos de su infancia, a hinchas,
futbolistas y dirigentes, con quienes analiza qué es ser de Boca.
Otro libro futbolero suyo es Ida y vuelta. Una
correspondencia sobre fútbol, escrito en base a textos que se envió con el
escritor Juan Villoro durante el Mundial 2010, en Sudáfrica. “En el fútbol,
además, cualquier chico puede ser un grande: Maradona, el mejor, era un gordito
que la mayoría de los deportes habrían descartado antes de que se cambiara.
Pero al fútbol pueden jugar todos: el petiso movedizo o el grandote torpe, el
corredor desenfrenado o la mole que se planta, el más vivo de la clase y el más
bobo; si hasta tú y yo hemos jugado alguna vez. El fútbol no es como otros
deportes que exigen un físico o un carácter determinados: cada tipo de
habilidad tiene su espacio, hay puestos para todos –solo hay que descubrirse–”,
le escribe a su colega mexicano para dar apenas una muestra de algunos de sus
conceptos futboleros.
Nacido el 29 de mayo de 1957 en Buenos Aires, Caparrós es
periodista y escritor. Ha recibido numerosos premios internacionales. Algunos
de sus libros publicados son No velas a tus muertos, La Historia, Un día en la
vida de Dios, Larga distancia, Amor y anarquía, Valfierno, A quien corresponda,
Una luna, El interior, Argentinismos, Los Living y Comí.
Nota publicada en la edición de agosto de 2016 de El Gráfico
Fuente El Gráfico
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