Por Matias Carusso
Me tomé el atrevimiento de escribir estas líneas inmerso en
una calentura que hacía mucho no sentía. Por eso, y antes que nada, me quiero
disculpar con vos, el culpable de lo que me pasa. Quizás seas el único de la
familia que me entienda. Por ahí el abuelo, que se yo. Sin embargo, hoy te
tengo que pedir perdón.
Vos me enseñaste a amar y a defender estos colores. Me
enseñaste, también, a festejar cada uno de los goles. Gritarlos como si fueran
los últimos y buscarte para unirnos en un abrazo cómplice. Y también me
advertiste que no me duerma sobre los laureles cuando el equipo agarra una
rachita de buenos partidos.
Hasta ahí el cuento es muy lindo. Pero esto de lidiar con
las derrotas te lo juro que no me sale, no lo puedo asimilar. Admiro cómo vos
lo hacés a tus 50 y pico. Quizás es la experiencia o la vida misma. Yo todavía
no puedo, y eso que en estos 25 años me pusiste a prueba muchas veces:
eliminaciones, alguna que otra derrota en un clásico y hasta un descenso.
Siento que me malacostumbraste, vos y esa historia que decía
que hace un tiempo hubo un Rey que se vanagloriaba por sus hazañas, sus copas y
su riqueza. El respeto que había adquirido por sus victorias en tierras ajenas
y las vueltas olímpicas en la mítica Doble Visera. Éramos campeones de América
y del mundo. Pero el tiempo pasó y hoy sólo quedan algunos resabios de ese
prestigio. Perdón papá, pero me cuesta creerte todo eso.
Si fuera cierto, ¿por qué ahora nos cuesta tanto ganar? En
mi memoria tengo un par de títulos y una innumerable cantidad de decepciones.
¿Exagerado yo? No, vos me inculcaste esto. Y cada derrota es una decepción,
porque cuando ganamos sé lo bien que la pasamos volviendo juntos caminando por
Alsina o sentados en la cocina hablando de los pormenores que nos deja cada
partido.
Te recuerdo que vos me enseñaste que hay una sola cosa a la
que no podemos serle infiel: al escudo, Pa. Él siempre va a estar ahí y
oficiará de salvoconducto el día que, momentáneamente, nos separemos. Y aunque
vos me quieras consolar con tu característico “tranquilo macho, el fútbol
siempre da revancha”, te pido perdón. No puedo estar tranquilo mientras veo
como volvemos a quedar afuera de una nueva copa. De nuestras copas. Ya perdí la
paciencia.
En fin, vos sabés que estas angustias que sólo unos pocos
entienden se curan ganando el próximo partido. Porque vos papá me inculcaste
esta identidad. Pero no me pidas que me tranquilice y aguante hasta el domingo
porque no te voy a hacer caso. Perdón, papá pero nosotros somos Independiente,
el Rey de Copas.
Fuente LxR
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