Por Sebastián Fest
"¡Hosti tú!". Cuando un catalán dice eso,
significa que el asombro es fuerte. Lo era en esas primeras horas del lunes 27
de junio en que la noticia llegó a España: Messi renuncia a la selección
argentina .
Por eso, tras la sorpresa, varios altos responsables del
Fútbol Club Barcelona se sintieron tentados de organizar un festejo: estaban
recuperando el control total sobre su posesión más valiosa, dejaban de
arriesgar a Messi en cada uno de esos largos viajes por toda Sudamérica. Era la
cuadratura del círculo: con unas pocas frases de madrugada, Messi dejaba
técnicamente de ser argentino. Era imposible de sostener, claro, porque cuantos
más años pasa en España, más argentino se vuelve Messi.
Y porque el 10 tiene un trabajo pendiente: ganar un Mundial.
Game Over para esos hinchas que, convencidos de que el Barcelona es "más
que un club", no entienden que para Messi haya algo más que un club.
Así y todo, Messi no es un obtuso. Escuchó la clarísima
sugerencia de su club semanas atrás: sería mejor que no jugara los partidos
ante Uruguay y Venezuela. Y decidió como Salomón: metió el gol necesario para
vencer a Uruguay, gana tiempo para aliviar sus dolores en el pubis y, de paso,
sitúa a sus compañeros y a Edgardo Bauza en el mundo real: a ver cómo es eso de
jugar sin Messi. Pero que sea sólo una pausa, porque la
"Messidependencia", que a veces se ve como defecto, es en realidad el
sueño de cualquier selección. Se lo vio, una vez más, en la noche del jueves,
con una Argentina tan impregnada de "messianismo" que, por momentos,
era real eso de Messi y diez más.
Exageración, claro, porque el ahora rubio platinado no es el
único que juega, pero sí, y por diferencias siderales, el que más juega.
Si ahora hasta habla y apura al árbitro. Entiende todo,
abarca todo, resuelve todo. Nietzsche no hubiera dudado: es el
"ÜberMessi".
Fuente Cancha Llena
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