Los dirigente de máxima confianza de Julio Grondona cumplen
funciones estratégicas en su armado de poder; cómo será la convivencia entre
todos de cara a la futura sucesión del líder.
Por Alejandro Casar y Fernando Czyz
La octava reelección de Julio Humberto Grondona no fue igual
a las anteriores. Ahora, el escenario es distinto: el propio presidente de la
AFA dio a entender que ésta es la última vez que se presenta como candidato.
Esa presunción de fin de ciclo inició la carrera por su sucesión. Y encendió
los cortocircuitos (leves, por ahora) entre las dos líneas que se disputan el
sillón más grande de la "casa del fútbol": la histórica, que encabeza
José Luis Meiszner (Quilmes) y la renovadora, que tiene como figura principal a
Germán Lerche (Colón).
Sabedor de que en sus filas hay grietas, Grondona cambió una
costumbre que parecía intocable.
Hasta ayer, cada vez que se subía a un avión, le dejaba un
juego de llaves de su oficina -la más grande del edificio de Viamonte 1366- a
sus compañeros de piso: José Luis Meiszner y Rubén Raposo (director general de
Finanzas y Administración).
Esta vez, no confió en Meiszner, sino en Hugo Cots, asesor
general de Asuntos Institucionales y Torneos.
Tanto Cots como Raposo son hombres históricos de la AFA, que
llegaron a ganarse la confianza del presidente desde sus tareas cotidianas, y
no como dirigentes de un club.
A los 80 años, Grondona está obligado a delegar parte de su
poder en sus hombres. Dos de ellos, Meiszner y Lerche, son los más
presidenciables a la fecha.
Uno (Meiszner), es el gran hacedor y constructor de poder
del presidente. Algo así como el Carlos Zannini de Grondona.
Hoy, el quilmeño estructura y da voz a las palabras del
caudillo de la AFA. La Asamblea del martes, en la que Meiszner habló por 15
minutos y pronunció las frases más duras, fue una muestra de su estratégico
trabajo.
Junto a Meiszner, el poder del patriarca afista vive en las
figuras de Juan Carlos Crespi (Boca es el único de los más grandes que pudo
colar a un dirigente suyo en el círculo áulico de Grondona), Luis Segura
(presidente de Argentinos Juniors, que supo viajar al Mundial de Sudáfrica con
el seleccionado) y Carlos Portell (Banfield), el eterno tesorero de la AFA, en
quien Grondona delega el manejo de los billetes de la casa del fútbol. Su tarea
principal es ponerle la firma a las memorias y los balances anuales de la AFA.
El otro candidato, Lerche, tiene un perfil distinto. Con 45
años, encarna la autoproclamada "renovación" en la dirigencia del
fútbol argentino. Presume de balances positivos en su club y una llegada
directa al presidente, granjeada a base de "charlas de fútbol", según
él mismo cuenta. El presidente de Colón se encargó de acercar a Grondona a otra
figura ascendente del fútbol de las provincias: Mario Contreras (Godoy Cruz).
Hace unos años, cuando los cinco grandes vivían tiempos mejores, era impensado
que un dirigente del interior encabezara una delegación oficial de la AFA.
Contreras lo hizo: viajó a Belém (Brasil), en ocasión del segundo partido por
el llamado Superclásico de las Américas. Otro dirigente surgido mucho más allá
de la General Paz, Salvador Stumbo (Gimnasia, de Jujuy), está al frente de la
representación argentina que compite en Guadalajara (México), en los Juegos
Panamericanos.
Otros nombres propios de la guardia pretoriana de Julio
Grondona son Gustavo Ceresa (el hombre que canaliza los reclamos de las ligas
del interior desde el Consejo Federal), José Lemme (principal dirigente de
Defensa y Justicia, el máximo responsable de que las entidades del ascenso se
encolumnen detrás de Don Julio), Javier Marín (de Acasusso, fue el encargado de
contener al empresario Daniel Vila cuando intentó ingresar en la AFA antes de
la Asamblea) y dos históricos, hace tiempo en baja: Noray Nakis (Deportivo
Armenio) y Enrique Merelas (El Porvenir). Ellos son los guardaespaldas del
presidente. Y de entre estos guardianes del poder saldrá su heredero.
* El dinero, sólo
en noviembre
La reunión para
definir el dinero que recibirán los clubes por Fútbol Para Todos recién llegará
en noviembre.
Fuente La Nación


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