Por Oscar Dinova
Escritor (odinova@speedy.com.ar)
12 de Agosto de 1934. Tarde de fútbol para romper la
medianía del cielo gris y la melancolía traicionera de las tardecitas
domingueras. Viejo estadio de Independiente, ganaba 1-0 el poderoso Boca de
Cherro (¡que a la postre saldría campeón con 101 goles!)
En el minuto ´68, Antonio Sastre desborda por la derecha,
llega hasta el corner y lanza un violento centro a media altura hacia el área
de Boca. Un esmirriado delantero llegado ese año de Paraguay se lanza en
palomita para conectar el balón pero se pasa de largo, entonces levanta sus
tacos al aire e impactando de lleno la pelota, la deposita en el fondo del arco
xeneize ante una atribulada tribuna visitante que no puede creer ese
malabarismo circense que les ha empatado el partido.
Un oportuno reportero gráfico titula a la ignota destreza,
“el balancín”. Muchos años después será rebautizada, “El Escorpión” en manos,
perdón, en pies del inefable René Higuita, arquero colombiano.
Pasaron los años. Demasiados para mi almanaque personal.
Estos días nos hemos vistos envueltos en un desencanto
generalizado. Estamos todos los amantes del fútbol nocauts de pie. Ha muerto un
joven jujeño al chocar una pared dentro de una cancha y han desarticulado el
clásico más grande del mundo. En realidad ya viene de hace años; manejos
financieros turbios, las barras bravas se adueñaron de las instituciones (y del
barrio aledaño), los clubes endeudados, los dirigentes enriquecidos, las
tribunas visitantes vacías, la violencia por doquier, los viejos códigos
extraviados, las botineras, los shows mediáticos, el individualismo y para
frutilla de un postre amargo; los jugadores rivales se han transformado en
enemigos a destruir. Una finta, un caño, un pisar la pelota puede ser la
invitación para perder una pierna. ¡Maldición!
Lo ví triste a mi nieto volver de la cancha y me nubló el
corazón. A falta de otra cosa he pensado mucho en estos días. ¿Por qué nos
enloquecían las gambetas del loco Bernao en el rojo del ´60, o los goles a la
carrera del Chirola Yazalde, o los despejes endiablados del chivo Pavoni? ¿Por
qué?
Porque adelante estaba uno de los mejores 3 de la historia,
Marzolini. Para hacerle un gol a racing había que superar a Perfumo, o vencer a
Roma, a Carrizo, a Buttice. ¿Por qué queríamos tanto a Santoro? Y bien, no era
fácil atajarle un balinazo al Gringo Scotta, y así hasta el infinito.
Adoraba a Independiente por la calidad de sus rivales.
¿Quién no quería ver jugar a Ermindo Onega? O ganarle al equipo de José? O ver
surcar la línea como lo hacía el loco Houseman? EL fútbol no es sólo un deporte
en equipo, lo es en plural, de equipos. Sólo alcanzamos la gloria si superamos
a oponentes de la misma talla.
Y obtener el reconocimiento masivo era el logro máximo de
cualquier futbolista.
Bochini siempre contó que su hazaña más grande fue el 2-2
contra Talleres, en Córdoba. Y lo que más lo marcó fue que dieron la vuelta
olímpica aplaudidos por todo el estadio.
Pero hace rato andamos mal. Me dí cuenta un día cuando en
Avellaneda en vez de deleitarnos con las gambetas de Gustavito Lopez la tribuna
se dedicaba a recordarles el origen paraguayo de muchos simpatizantes de Boca.
Lo miré a mi hijo y le dije;
NO, es una canallada, no hay que cantar esto. Si el jugador
más grande de la historia de Independiente es paraguayo, precisamente. Por
nuestras gramillas han pasado de todos los países. Jugadorazos.
El racismo estupidiza. Trastoca las ideas y anochece el
alma.
1957, han pasado 23 años de aquella tarde en Avellaneda. En
Madrid, un argentino, Alfredo Di Stéfano, cumplía uno de sus sueños más
preciados, convertir un gol haciendo el escorpión. Cuando le preguntaron cómo
había inventado la destreza, La Saeta Rubia aclaró que la suya era una copia,
que el original había sido guaraní.
Un paraguayo hecho de mimbre, el saltarín, el hombre de
goma, el genial Arsenio Erico había sido el creador del gesto mágico. Pero lo
que siempre asombró a Erico fue el sostenido y espontáneo aplauso de la
hinchada boquense. Y el admirador que lo imitó en España era de River.
Se dan cuenta ahora. ¿Entienden para dónde voy? No pueden
robarnos el escorpión, ni la chilena, ni el caño, ni el gol olímpico, ni al
Piraña Sarlanga de Boca, ni al Charro Moreno de River, ni a Vicente de la Mata,
ni a Fillol, ni al Chango Cárdenas, ni a… no alcanzarían mil páginas.
Felizmente.
Ya sé. Hay otras prioridades, en el país. Hay otras
prioridades.
Pero hoy déjenme soltar una lágrima por el fútbol. El verdadero.
El de nuestros padres, el de mi adolescencia y el de mis
nietos.
No van a poder. No lo van a poder robar.
El escorpión los va a picar a estos ladrones de ilusiones,
ya van a ver.
Y va a ser un golazo.
De emboquillada.
Seguro.
Fuente La Caldera del Diablo

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