Por Nahuel Lanzillotta
Independiente
volvió a tropezar con una expulsión tempranera en un clásico, pero de nuevo
supo resistir más de un tiempo y medio. Otra muestra de carácter sostenida por
una concentración estratégica.
Otra vez
sopa. Otra vez a remar más de un tiempo y medio (casi dos) en desventaja
numérica. Otra vez una tarjeta roja prematura arruina toda planificación de
juego. Independiente volvió a tropezar por tercer clásico consecutivo con la
misma piedra. Pero, desde ese flagelo, el de las expulsiones en partidos
importantes (San Lorenzo, Racing y River), se hace paradójicamente fuerte.
Florece el compromiso, la actitud y la intensidad del CAI, aunque a eso con
Julio Vaccari le sumó un orden táctico fundamental para lograr la resistencia.
No perdió
ninguno de esos duelos con otros grandes en los que se encontró diezmado desde
la etapa inicial. No es casualidad. Pudo aguantar porque supo cómo hacerlo. Sin
embargo, no solamente se trató de eso, de aguantar como sea, sino que este
Independiente entendió de qué manera abroquelarse de forma tal que la
superioridad del rival no se vea reflejada en el trámite de esos encuentros.
Contra el
River de Gallardo, que todavía de River de Gallardo no tiene nada, lo hizo de
nuevo. Y le agregó además una cuota de mayor bravura y hasta de ambición para
animarse a buscar más el contraataque. Si hasta convirtió un gol que fue bien
anulado por una mano previa de Juan Fedorco. Con uno más, los de Núñez no la
pasaron bien en Avellaneda.
Vaccari
esta vez no movió el banco cuando se quedó con uno menos. Sí movió fichas sobre
el mismo paño para reacomodar todo en un 4-4-1, con Tata Martínez al lado de
Iván Marcone, Santiago Montiel de volante izquierdo y Saltita González por la
derecha, con Gabriel Avalos como gladiador único en la lucha contra la defensa
gallina.
La mayor
virtud en la tarde del domingo fue la de no meterse atrás. El Diablo no metió
la cola en su área, a pesar de la embestida de River. Sí había ocurrido eso en
el Cilindro y de Hecho Racing contó con más situaciones de peligro. Rodrigo Rey
fue la figura del clásico en casa de los vecinos. Pero ahora no, Independiente
se plantó unos metros más adelante y bancó la parada mostrando los dientes,
luchando cuando tenía que luchar y también cortando con inteligencia y
oportunismo el juego oponente.
La
solidaridad destaca a este equipo. Todos corren y se desdoblan. Bromeando,
Vaccari dijo que iban a tener que empezar a jugar con diez porque ahí se veía
una mejor versión del Rojo. Es cierto en parte. Más allá de que sale a la luz
el corazón del plantel, la desventaja le recorta la posibilidad de una pelea
igualitaria en los 90 minutos. La duda queda: ¿qué hubiera pasado estando 11 vs
11?
Como no
hablamos sobre supuestos, nos enfocamos en lo sucedido. Independiente volvió a
relucir templanza y carácter. E incorporó una gran cuota de orden en lo táctico
para estar siempre bien parado, cubriendo cada hueco sin dejarle la chance a
River de lastimar. El temible Miguel Borja tuvo apenas dos claras en todo el
partido y no definió bien.
El desdoble
de los volantes externos también fue un componente importante. Tanto Montiel
como González leyeron bien cuando ir y cuando volver, respaldados por Tata y
Marcone en los relevos. Lo mismo los laterales, con otra función estelar de
Pipe Loyola, esta vez como marcador de punta derecho ante la ausencia de
Federico Vera.
Y ahí hay
otro punto a destacar: los cambios obligados por suspensión (Vera, Joaquín Laso
y Damián Pérez) en la última línea no alteraron el funcionamiento y la solidez.
Tampoco hubo fisuras cuando Vaccari viró a la línea de cinco con el ingreso de
Juan Fedorco, ya promediando el complemento.
En bloque,
con un esquema o con el otro, el Rojo se mantuvo compacto sin replegarse
demasiado cerca de su arquero, cuyo mayor trabajo estuvo en descolgar centros.
Independiente crece. A pesar de los obstáculos reiterados con los que tropieza,
se reincorpora y se mantiene erguido. Y va convencido de que está en el camino
correcto.
Fuente
Infierno Rojo
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