Por Román Failache
Hay algo que me molesta mucho más que la derrota.
La
variante de perder en el juego siempre está, es una de las tres chances y uno
tiene que aprender a convivir con la derrota. Lo que duele es la desmesura en
las críticas, las malintencionadas, el espamento que se monta por haber vivido
una semana para el olvido después de mucho tiempo y, sobre todo, la poca
memoria de algunos hinchas y/o periodistas.
¿Hasta dónde nos va a llevar el
exitismo, esa estúpida máxima que se rige en base a los resultados?
Enfrente, Godoy Cruz resultó ser un rival opaco pese a la
interesante propuesta de juego de Mauricio Larriera y se llevó demasiado premio
con un penal inexistente. El Tomba juega bien, lo digo con conocimiento de
causa por haberlo visto en este ciclo corto que lleva de proceso.
Y pese a la
caída, es de necio negar y dejar de destacar que Independiente cambió la cara
con respecto al partido ante Atlético Tucumán del martes. Fue un equipo renovado
desde lo actitudinal, mucho más sólido, dominador desde los 20′ hasta los 90′,
dinámico y vertical. Encontró cómo lastimar con Meza por la derecha en el
primer tiempo y con Benítez por el centro en el segundo. Pero también fue
ineficaz, y el fútbol se gana con goles. Cabe recordar que el técnico pidió día
y noche por la llegada de un delantero; desde la dirigencia miraron para otro
lado y especularon después de la victoria con Huracán. No poner la plata cuando
hubo que hacerlo llevó a cosas como éstas y es responsabilidad absoluta de la
Comisión Directiva en su integridad. Además de que Independiente sufrió bajas
por lesión en su plantel cortísimo y la acumulación de encuentros le jugó en su
contra, no haber reemplazado al jugador más determinante con la jerarquía
necesaria fue fatal.
Ayer, el equipo tardó un cuarto de hora en darse cuenta que
sus salidas por abajo se conducían hacia el sector con menor proporción de
jugadores propios. Una vez resuelto esto, la hegemonía fue total. La pelota
circuló rápido en el medio y las situaciones de gol claras comenzaron a
proliferarse casi por inercia. El Torito Rodríguez hizo las veces de
mediocampista ofensivo, pisó el área y se posicionó como atacante, librando a
Domingo en la marca y el armado. Tagliafico volvió a redondear una buena
actuación al igual que Franco, pero la discordancia con Jonás, quien aún no
logra adaptarse al 100% del ritmo futbolístico, expuso los sectores más
endebles de la defensa. Se pierde mucho en materia de llegadas y empuje sin Bustos.
Los errores se hicieron presentes en el armado. Holan es un
técnico que supo revertirlos sobre la marcha y no morir con la suya. Sin
embargo, el caso de Erviti es una excepción a esta regla. Aún no se entiende
como el Profe le sigue regalando tanta ventaja al rival con un jugador que poco
aporta en este esquema. Es cierto que la verticalidad siempre precisa de una
pausa y de un jugador racional que ordene, pero lo del ex Banfield dentro del
campo roza la pasividad. Es menester resolver esto. Y una crítica más: el
cambio de Albertengo no era por Leandro Fernández.
Consumada la tercera derrota consecutiva en una semana
fatídica, algunos se dan el tupé de cuestionar a este técnico y hablar,
incluso, de un ciclo terminado. Esta situación me recuerda al principio de la
era Holan, cuando el equipo no lograba los tres puntos y las críticas llovían.
Claro que en aquel contexto todo era diferente: se venía de un proceso donde
los jugadores no levantaban las piernas ni sentían un poco de orgullo a la hora
de defender los colores y lo más grave era no poder ganar. El Profe cavó hondo
para comenzar con una reestructuración de raíz y realizó lo que ya sabemos.
Ahora, es peor: “Están pasando cosas raras”, declaró. El abandono dirigencial,
el conflicto interno de la barra y los arbitrajes en contra no ayudan para
nada. Acostumbrarse a lo bueno es muy fácil y la memoria, parece, nos dura
poco. Confío ampliamente en que, también, va a saber sobrellevar este impasse y
callar ciertas bocas.
Fuente Orgullo Rojo
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