Delfo Rodríguez / NA
Por Eduardo Verona
Después de las tres caídas consecutivas de Independiente que
despertaron las alarmas inevitables, alcanza con ver los problemas que vienen
postergando al equipo que conduce Ariel Holan. La fragilidad defensiva y la
insuficiencia marcada para concretar lo que genera en ataque, son las
evidencias más rotundas de todo lo que falta resolver en el área propia y en el
área ajena.
Tercera derrota consecutiva de Independiente. Cayó sin
merecerlo 1-0 ante Lanús, perdió 2-1 dando pena frente a Atlético Tucumán por
la Copa Argentina y volvió a besar la lona contra Godoy Cruz a favor de un
penal que el árbitro Patricio Loustau inventó sin arrepentimientos posteriores
y que el uruguayo Santiago García tradujo en gol.
Más allá de los atenuantes que hay que interpretar y de la
mala decisión de Loustau (no son novedad sus malas decisiones), quedó plasmada
una evidencia muy fuerte: Independiente tiene problemas severos en las dos
áreas. En la propia y en la ajena. Estos errores el fútbol no los perdona. Se
pagan. Y el equipo que conduce Ariel Holan los está pagando en todas las
ventanillas disponibles.
En el área propia viene cometiendo fallas demasiado groseras
que trascienden, incluso, los episodios de las tres caídas recientes. Fallas
individuales y de orden colectivo. Para ser lo más claro posible: regala goles
el fondo de Independiente. Los regala directamente en partidos que parece tener
controlados.
En ese amplio y generoso rubro de las desatenciones,
imprudencias técnicas, falta de lectura del juego y problemas para definir
quién sale a anticipar y quién sobra, le terminan generando al arquero Martín
Campaña una serie de contratiempos que suelen finalizar con la pelota dentro
del arco y la búsqueda de explicaciones.
Esas explicaciones son simples de develar: se enfocan en las
propias insolvencias. En muchas oportunidades, insolvencias que pasan por
observar el desarrollo del partido. El Loco Gatti en estos casos solía decir:
“Hay tipos en la cancha que miran los aviones”. Se refería a los jugadores que
están y no están. Que no participan activamente como deberían participar. Que
no anticipan. Que no ven lo que tendrían que ver. Y que no viven al mango el
partido. “Los que miran los aviones te hacen perder guita”, sostenía Gatti.
Si en Independiente miran o no miran los aviones lo puede
caracterizar la chispa y la ironía naturalizada de Gatti, pero la realidad es
que la desorientación defensiva que suele someter al equipo en instancias
determinantes, no puede ocultarse.
Está en primer plano. Y protagoniza algunas derrotas o
empates, como el que por ejemplo le sopló Olimpo en el 1-1 de la segunda fecha
cuando con un pelotazo frontal de 40 metros sorprendió a la línea de fondo.
Por otro lado, en el territorio del área ajena,
Independiente es una máquina de desaprovechar situaciones de gol. Juegue
Gigliotti (lento hasta la exasperación), Leandro Fernández (el más dinámico y
por lejos el más egoísta) o Albertengo (frágil como una pluma), no tiene peso
en la zona de fuego. Transferido Rigoni, que tampoco era un goleador clásico
aunque convirtiera goles, el equipo se quedó casi sin la posibilidad de
finalizar las jugadas, salvo el desequilibrio que puede imponer Benítez.
Ni Barco, Meza, Erviti o los volantes de recuperación como
Rodríguez, Domingo y Nery Dominguez, frecuentan el gol. La consecuencia no es
menor: a Independiente le cuesta horrores hacer un gol. Genera chances como lo
hizo el pasado sábado ante Godoy Cruz, superando claramente a su adversario en
juego y recursos, pero frente a la necesidad imperiosa de ser contundente en
los metros finales de la cancha, falla una y otra vez. Falla de manera
sistemática. Y en no pocos casos de manera insólita.
¿Por qué falla tanto? Por una razón muy sencilla: falta
categoría. Y sobran torpezas. La categoría es también la precisión. Es el pase
a la red como alguna vez señaló el Flaco Menotti. Ese pase a la red más fuerte
o más débil expresa, sin dudas, la clase de un jugador. La calidad de un
jugador, en definitiva.
“A Independiente le falta un nueve”, afirmó Bochini luego
del 1-1 frente a Lanús del campeonato pasado cuando Independiente vio frustrada
su clasificación a la Copa Libertadores de 2018. Esa noche el equipo dispuso de
por lo menos una docena de situaciones de gol clarísimas. El gol decisivo no lo
pudo hacer. Ese “nueve” con influencia real en el área rival (como Cvitanich
para citar un caso), Independiente no lo tiene. No lo tenía antes y no lo tiene
ahora.
Y padece esa ausencia. La padece tanto que termina
atormentando al equipo en circunstancias comunes y especiales. Porque aún
siendo superior a un adversario, no concreta. Y no concreta en la cara misma
del gol.
La debilidad en las dos áreas, la propia y la ajena,
persigue a Independiente. Lo arrincona, lo desnuda. Y lo expone a ser menos de
lo que podría ser.
Fuente Diario Popular
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